Miguel Ángel Ramos Estrada-Rebelión
Antecedentes
Existe un intenso debate en muchos círculos académicos, think tanks, e instituciones de investigación en torno a la época histórica en que nos encontramos. Y más en este periodo en donde algunos afirman que las ideologías pasaron al cementerio de las ideas muertas o la persistente insistencia de un autor en afirmar que después de la desintegración de la URSS nos hallamos en el fin de la historia. Y uno de esos debates es la decadencia de Occidente.
En primer término que es Occidente. Según muchos autores y textos que se pueden hallar fácilmente en bibliotecas e incluso en el internet, Occidente es el conjunto de comunidades históricas y políticas que se ubicaron en la parte más occidental del continente europeo y que desarrollaron su cultura y proceso civilizatorio como producto de la evolución de Grecia y Roma y que de acuerdo a la visión eurocéntrica de la historia cubre la última fase de la época antigua y que culmina con la caída del Imperio Romano en el año 476 de nuestra era. Lo cierto es que el colapso del imperio romano se dio mucho antes cuando en el año 378 el ejército romano es derrotado en la Batalla de Adrianopolis por los godos y Roma nunca logró recuperarse de dicha derrota.
Otra definición mucho más concreta nos dice: “se entiende por occidente, a las naciones donde predomina la religión católica o protestante, el capitalismo y la democracia». Estas características, sin embargo, no son excluyentes, ya que hay países que no cumplen con alguno de estos requisitos pero, de todas formas, se incluyen dentro del mundo occidental. Alguien consideró en algún momento a Japón como la ventana de occidente en Asia, pero parece que los japoneses no están de acuerdo con esta acepción.
Lo cierto es que cuando los europeos arriban a las Américas en 1492, la historia del mundo registra un punto de inflexión y desde entonces españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses se lanzan a la conquista del mundo a sangre y fuego y para el siglo XIX Europa controla extensas zonas de los territorios de los cinco continentes. A este periodo de control colonial y de auge de imperialismos europeos los historiadores la denominan la Bella Época y más específicamente su apogeo y consolidación se extiende entre 1870 a 1914.
Este capítulo de la historia europea entra en crisis con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-18) que resulta en el desmoronamiento del Imperio Alemán, el Imperio Austro húngaro, el Imperio Otomano y el Imperio Ruso, lo que da paso a la Revolución Rusa de 1917 y al debilitamiento de los imperios británico y francés. Vale anotar que la Guerra hispano americana de 1898 estrena a los EU como potencia imperialista. Al entrar EU en la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson proclama: “Hay que hacer del mundo un lugar para la democracia” y que fue una respuesta ideológica a la Revolución Rusa.
La catástrofe que significó para Europa la Primera Guerra Mundial motivó a Oswald Spengler (1880-1936), filósofo e historiador alemán, a escribir una copiosa obra titulada la “Decadencia de Occidente” cuyo primer tomo se publica en 1918 y el segundo en 1923 y que se sigue discutiendo hoy. Lo destacado de este título es precisamente la palabra Occidente pues las convulsiones políticas que afectaron al continente europeo en las décadas de 1920 y 1930 llevaron al mundo a la Segunda Guerra Mundial con los resultados ya conocidos. Y el advenimiento de la Guerra fría conduce a una institucionalización del concepto Occidente y más exactamente Mundo Occidental como anatema del denominado mundo comunista.
Algunas ideas de Spengler
De una página web titulada 15/15/15 destacamos un extracto de un autor que se identifica con las iniciales GDF y que se titula “la Democracia y la Decadencia de Occidente y publicado el 2019-01-11”. El extracto es el del tenor siguiente:
“Spengler tenía una teoría
“orgánica” de la Historia, y pensaba que todas las civilizaciones
pasaban inevitablemente por las mismas fases que los organismos vivos,
esto es: nacían, crecían, llegaban a su plenitud, entraban en decadencia
y acababan desapareciendo. Desde luego, esa podemos decir que ha sido
la trayectoria de todas las civilizaciones del pasado; y, para Spengler,
la Civilización Occidental, que llamaba “Fáustica”, no será una
excepción, a pesar de que esto contradecía y contradice el pensar
mayoritario de los miembros de nuestra civilización (como ha ocurrido,
por cierto, en el resto de todas las civilizaciones las cuales sentían
todas eternas y ser la cima la Humanidad). Es mayoritario el pensamiento
de que de alguna manera nuestra civilización, liderada por la Razón, la
Ciencia y la Tecnología desarrolladas a partir del Renacimiento, es
nada más y nada menos que la evolución natural del Ser Humano como
especie, y no un caso particular más de civilización, una forma de
entender el mundo entre otras muchas posibles. No, el destino de nuestra
civilización, según el consenso existente, era —y es— sacar al Ser
Humano, hasta en el último rincón del Mundo, de las tinieblas de la
miseria, el miedo, la ignorancia y la superstición y encaminarnos hacia
nuestro destino más allá de las estrellas… ¿Verdad que sí? Pero para
Spengler no (bueno y en la actualidad para una minoría de personas,
entre las que me incluyo, tampoco), y osa afirmar que nuestra
civilización también perecerá, como el resto de las civilizaciones que
la precedieron, junto con sus propios e inmensos sueños de grandeza”.
Es obvio que Spengler partiendo de la idea de que la cultura y la
civilización es un proceso vivo producto de la actividad del género
humano a través del tiempo tiene un origen y tiene un fin y hasta cierto
punto es un enfoque dialéctico y por tanto está en la lógica del orden
natural.
Otro autor, Andrés Ortega, en la página blog El
Espectador Global, Política global, con fecha 10/04/2018 explica el
fenómeno de manera más explícita y clara de la siguiente manera:
“Cien años después vuelve a cundir que estamos ante el declive de Occidente –y más aún del orden relativamente mundial liberal
que instauró–, aunque sea en términos relativos y poco tenga que ver
con las causas que le atribuía Spengler a ese devenir. El pensador
alemán, que rechazaba la visión eurocéntrica de la historia vista como
antigua, medieval y moderna, consideró como inexorable, y casi mecánico,
el desarrollo de lo que llamó las “altas culturas” (la “civilización”
la veía como el comienzo del declive), en cuatro fases vitales:
juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia. Y en 1918 le había
llegado el turno de esta última fase a ese fratricida Occidente, una de
las ocho altas culturas que divisó: babilonia, egipcia, china, india,
mesoamericana (azteca/maya), clásica (griega/romana), árabe (hebrea,
semítica y cristiano-islámica) y occidental o europea-americana.
Es una visión de lo que es “civilización” no tan lejana de la que
planteara con su “choque” Samuel Huntington, pero muy distinta de la del
filósofo iraní-canadiense Ramin Jahanbegloo. Éste, en su reciente
Declive de la civilización (The Decline of Civilization), 100 años
después del libro de Spengler, va más lejos. Considera que estamos en un
proceso de “des-civilización” de la sociedad, que no significa ausencia
de civilización, sino “un estado de civilización sin sentido e
irreflexivo”, con un “déficit de empatía”, no sólo en Occidente sino en
el mundo en general.
Spengler se equivocó, claro, mas no sin interés. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) resultó en el ascenso de EEUU
a preeminencia mundial y después a superpotencia global tras la segunda
fase (1939-1945) de lo que fue una guerra civil europea y un conflicto
mundial, que terminó llevando a la pérdida de sus imperios a las
potencias del Viejo Continente. Entretanto surgió y se derrumbó
(1917-1991) la Revolución Soviética, la URSS y la Guerra Fría que ganó
Occidente, aunque quizá no tanto o tan bien como se creyó. Pues mientras
Occidente la ganaba frente a la URSS, China resurgía de la mano de las Cuatro Modernizaciones de Deng Xiaoping a partir de 1982. Y desde la línea divisoria de 1989 –caída del Muro de Berlín y masacre de Tiananmén– ha revivido una Rusia
nacionalista que Occidente no supo atraer e incorporar cuando pudo.
Sobre todo, China, con un régimen de partido comunista y economía mixta,
está recuperando un lugar en el mundo incluso más importante que el que
tuviera antes de 1870, en parte gracias a haber sabido aprovechar al
orden liberal y la globalización que impulsó Occidente”.
La segunda cita de Andrés Ortega es muy clara y acertada, pues aun sin
quererlo explica todo el proceso de contradicciones y asimetrías que ha
sacudido al sistema capitalista en el siglo XX y XXI. No es la
civilización occidental lo que está en crisis sino todo el orden
económico, político, cultural, e institucional, es decir, de toda la
formación económico social de nuestro tiempo y que muchos historiadores e
intelectuales de nuestra época soslayan.
Después de la
desintegración de la URSS en 1991, paradójicamente se cumple la
previsión de Marx descrita tanto en el Manifiesto Comunista como el El
Capital, que el mundo entero seria cubierto por el capitalismo. En el
siglo XVIII la declaración de Independencia de los EU reivindico el
derecho de los pueblos a buscar la felicidad; la Revolución Francesa
adopta como consigna La libertad, la Igualdad y la Fraternidad y el
Reino Unido justifica su imperialismo bajo el manto de la Misión del
Hombre Blanco. Hoy en día todos esos ideales y consignas han perdido su
significado y para las elites económicas que dominan el mundo su único
ideal es dinero, dinero y más dinero porque, como dice la novela, si el
dinero no da la felicidad es todo lo demás.
A esta realidad
de hoy el Papa Juan Pablo II lo denominó capitalismo salvaje y hace 100
años Lenin lo califico como Capitalismo Parasitario y en
Descomposición. Es lo que Karl Polanyi describiera en su obra la Gran
Transformación como el colapso de la utopía liberal. Schumpeter
introduce la idea de la destrucción creadora como producto del
inevitable proceso de mutación industrial, pero con la robótica producto
de la revolución 4.0, se genera la destrucción depredadora porque anula
al ser humano como principal fuerza productiva.
Lo
anterior es lo que genera el escepticismo, el pesimismo, el auge de la
religiosidad, la perplejidad, la crisis moral, la desvertebración de los
valores y la desorientación ideológica y de metas que caracteriza
nuestra época ante la clara desvalorización del ser humano. Esto es el
típico entorno del mundo de las ideas de una sociedad en crisis y que ha
entrado a un periodo de reacción.
¿Existe realmente la Civilización Occidental? Una pregunta parecida se la hicieron a Gandhi y el respondió: “Es una buena idea”. El capitalismo tuvo sus primeras manifestaciones en Europa y más específicamente en Italia por los alrededores del siglo XII en los albores de la Baja Edad Media, por lo que no es casual que el renacimiento europeo tuviera su centro en Italia. Después del arribo de los europeos a las Américas en 1492, Europa registra una verdadera revolución en todos los campos. El capitalismo fue predominantemente comercial en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII hasta el estallido de la Revolución Industrial. El capitalismo logró asentarse en Asia inicialmente en Japón lo que dio paso a la Revolución Meijji de 1868 y en la segunda mitad del siglo XX en Asia. Si como afirma Fernand Braudel, el capitalismo es una civilización que tuvo su origen en Europa, y posteriormente se difundió en América del Norte, tanto el Asia, Irán y Turquía, demuestran que no es patrimonio exclusivo del denominado mundo Occidental porque, como afirmara Gandhi, Occidente no es más que una buena idea. Siendo esto así, lo que estalla en la Primera Guerra Mundial no es la Decadencia de Occidente sino la Crisis General del Capitalismo que se ha expresado en diferentes episodios y manifestaciones desde entonces hasta hoy. El largo siglo XX, que algunos consideran terminó en 1989 con el derrumbamiento del Muro de Berlín, en realidad no ha terminado sino que entró en una segunda parte y que vivimos hoy.