Como sostienen Mahnkopf y Altvater, la globalización neoliberal “no abre las puertas al gran y ancho mundo, como pretendía, sino que acaba en un mundo de parcelas de estrechez nacional”. Por eso estamos convencidos que, en el actual contexto mundial, Chile requiere otro modelo de desarrollo, distinto del neoliberalismo extractivista, que además de favorecer el libre comercio, permita la sustentabilidad necesaria para enfrentar el cambio climático y para que nuestros hijos también tengan un futuro.
*Por Alfonso De Urresti L., Vicepresidente del Senado
El periodista español Joaquín Estefanía dice que “la globalización es un proceso por el cual las políticas económicas nacionales se van diluyendo en beneficio de una política económica internacional”1. Es lo que hemos ido aprendiendo con el tiempo, tras la aprobación de los Tratados de Libre Comercio con Europa, EEUU y con China, que aunque abrieron grandes mercados a productos chilenos, también resultaron en fuertes impactos para distintas industrias nacionales.
Estos tratados, fundamentalmente económicos, favorecen la libre circulación de capitales, pero tienden, paradojal y contradictoriamente, a la restricción del desplazamiento de las personas.
Por eso, al TPP-11 lo hemos analizado en sus diversas etapas, desde que surgió como P4, junto a Nueva Zelandia, Singapur y Brunei, allá por 2005. Y en esa trayectoria, además, lo hemos comparado con los beneficios y pérdidas que han traído diversos aspectos de los tratados anteriores. Porque la economía, como muchas otros aspectos de la vida, no es lineal. Pese a que algunos insisten en convencernos de su dogma de fe.
Y es en este largo camino donde surgen muchas aprensiones y legítimas preocupaciones, en materia de respeto a los derechos de los pueblos originarios, los límites a los derechos de propiedad intelectual, especialmente en materia de productos farmacéuticos, de acceso y control en torno a internet y, por supuesto, respecto de la posibilidad que las empresas pudieran recurrir contra decisiones de los Estados.
Y aunque en su actual versión, alcanzada tras la salida de EEUU del tratado, tiene cambios respecto del original, se sigue cuestionando el secretismo y la poca participación inicial.
En el camino, por cierto, escuchamos a organizaciones sociales e indígenas, economistas y ONG que en distintas materias y en distintos momentos, nos hicieron ver sus puntos de vista.
Y aunque algunos asumen que cuestionar el TPP es estar contra la globalización, nosotros decimos que de lo que se trata es de completarla, regularla, gobernarla. Al contrario, nos gustaría que se pudieran exportar productos sin tener que chocar contra el proteccionismo de los países ricos y, también, que los acuerdos vayan más allá del comercio: que se globalicen la política, la ecología y los derechos humanos.
Es absolutamente necesario que las fuerzas políticas democráticamente electas, gobiernen a los poderes económicos buscando el bien y el interés común. O sea, queremos más globalización, no menos. Pero una para todos, no para unos pocos. Porque como dice José Antonio Ocampo, el proceso de globalización ha erosionado la capacidad de acción de los gobiernos, reduciendo los espacios de la política y, para ello, se requiere “que las decisiones económicas de carácter global se adopten siguiendo procedimientos democráticos”2.
Por eso no nos gusta la idea de aprobar un tratado con cláusulas “congeladas” esperando que Trump cambie de opinión, ni que traiga de contrabando otros acuerdos como el UPOV91, que ya antes el Congreso se ha negado a ratificar. Tampoco que se inhiban nuestras posibilidades de innovación. Porque hay consenso es que avanzar en este tratado genera un riesgo serio, porque se empuja a Chile a hacer cada vez más concesiones en materia de propiedad intelectual y otros temas, a pesar de que ello constituye una de las claves del desarrollo, el acceso a la salud y al conocimiento.
Como sostienen Mahnkopf y Altvater, la globalización neoliberal “no abre las puertas al gran y ancho mundo, como pretendía, sino que acaba en un mundo de parcelas de estrechez nacional”. Por eso estamos convencidos que, en el actual contexto mundial, Chile requiere otro modelo de desarrollo, distinto del neoliberalismo extractivista, que además de favorecer el libre comercio, permita la sustentabilidad necesaria para enfrentar el cambio climático y para que nuestros hijos también tengan un futuro.
Así, la decisión frente al TPP-11 no solo tiene que ver con más o menos aranceles aduaneros y tributarios para nuestras exportaciones. En un mundo actual, con una globalización compleja, que cada vez tiende a parecerse a una Guerra Fría de líderes más que de ideologías, decisiones como la ratificación de un tratado debe hacerse ponderando muchos factores, entre ellos la necesidad de dar gobernabilidad, desde nuestra modesta visión de país pequeño con riquezas naturales, a esa globalización.