Thierry Meyssan

Debilitado y desbordado por sus competidores –Rusia y China–, Estados Unidos vuelve a sus ‎reflejos históricos. En el plano de las relaciones exteriores, abandona el orden liberal internacional ‎y regresa a la doctrina del «excepcionalismo». Renunciando al compromiso que había contraído en ‎el Consejo de Seguridad, Estados Unidos acaba de abrir la puerta a una deconstrucción del ‎Derecho Internacional y al fin de la ONU. Esto sorprende y desconcierta a las potencias de ‎Europa occidental. Pero no desconcierta a Rusia y China, que sí habían previsto esta situación y ‎estaban preparándose para enfrentarla. ‎

El 26 de marzo de 2019, Estados Unidos echa abajo el compromiso que había contraído en el ‎Consejo de Seguridad de la ONU y afirma su «excepcionalismo» proclamando que el ‎Golán sirio, ocupado por Israel, pertenece al país ocupante. ‎

El ex embajador del presidente George Bush Jr. ante la ONU y actual consejero de seguridad ‎nacional del presidente Donald Trump, John Bolton, siempre ha sido contrario a un aspecto ‎particular de la Organización de las Naciones Unidas. Bolton estima que absolutamente nada ‎ni nadie puede prevalecer ante la posición de Estados Unidos en absolutamente ningún tema. ‎Por consiguiente, las 5 potencias que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de ‎la ONU conforman un directorio mundial que determina cómo se aplica el derecho entre ‎las naciones… pero es incapaz de imponer absolutamente nada a Estados Unidos. ‎

El «excepcionalismo» siempre ha sido una posición de Washington, aunque el resto del mundo ‎no acaba de darse por enterado [1]. Sin embargo, hoy reaparece en un contexto internacional muy ‎particular y va a modificar el mundo. ‎

El «excepcionalismo» estadounidense se refiere al mito de los «Padres Peregrinos», ‎los puritanos perseguidos en Inglaterra, donde eran considerados peligrosos fanáticos. Aquellos ‎puritanos huyeron a Holanda y posteriormente a América, adonde llegaron en 1620 a bordo del ‎barco Mayflower. Allí instauraron una nueva sociedad, basada en el temor a Dios, que ‎se consideró «la primera nación democrática», una «luz en la colina» llamada a iluminar ‎el mundo. O sea, Estados Unidos se considera simultáneamente un «ejemplo» para los demás ‎y estima estar investido de una «misión» que consiste en someter el mundo a la voluntad divina. ‎

Por supuesto, la realidad histórica es muy diferente a esa narrativa, pero no es ése el tema de ‎este trabajo. ‎

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A lo largo de 2 siglos, todos los presidentes de Estados Unidos, todos sin excepción, han ‎utilizado como referencia esta falsificación de la historia. Por esa razón,‎
Estados Unidos negocia y firma tratados, pero lo hace expresando reservas para no adoptarlos ‎ni implementar su aplicación en el derecho interno estadounidense;‎
Estados Unidos afirma que sigue la «voluntad de Dios» mientras que sus enemigos se niegan a ‎hacerlo y, por tanto, juzga a sus enemigos mucho más severamente de lo que se juzgaría a ‎sí mismo por los mismos hechos, recurriendo así al doble rasero;
Estados Unidos rechaza toda jurisdicción internacional cuando esta se aplica a sus asuntos ‎internos. ‎

Esa actitud favorece la confusión, sobre todo porque los europeos creen ser de mente abierta ‎cuando en realidad no hacen ningun esfuerzo por entender las particularidades de los demás. ‎Por eso están convencidos de que si Estados Unidos se niega a adoptar el Acuerdo de París ‎sobre el medioambiente es por la supuesta ignorancia del presidente Trump. ‎

No ven que en realidad esa es una posición constante de parte de Washington. Antes ‎del acuerdo de París de 2015, se adoptó el Protocolo de Kioto –en 1997– que también fue ‎rechazado por Washington. Estados Unidos estaba decidido a no aceptar aquel texto –después ‎de haber participado en su redacción– porque imponía a los estadounidenses un comportamiento. ‎El presidente Clinton trató de negociar una serie de reservas, que la ONU rechazó. Firmó ‎entonces el Protocolo y lo envió al Senado para su ratificación. Y el Senado lo rechazó por ‎unanimidad –votaron en contra tanto los republicanos como los demócratas– dando así al ‎presidente Clinton un argumento para volver a la fase de negociación. Ese rechazo constante de ‎cualquier disposición jurídica internacional que se aplique al derecho interno estadounidense ‎no significa que Estados Unidos rechaza el objetivo del Protocolo de Kioto y del Acuerdo de París ‎‎–reducir la contaminación de la atmósfera– ni que no tome disposiciones en ese sentido sino ‎que se niega a aceptar que esos textos prevalezcan sobre el derecho interno estadounidense. ‎

En todo caso, el excepcionalismo implica que Estados Unidos es «una Nación diferente a ‎cualquier otra». Estados Unidos se ve a sí mismo como un ejemplo de democracia en su propio ‎suelo pero se niega a ser igual que los demás países, que por esa razón, no pueden de ‎ninguna manera considerar a Estados Unidos como un país democrático. Durante la guerra fría, ‎los miembros de la OTAN optaron por ignorar esa característica cultural de Estados Unidos ‎mientras que sus enemigos no prestaban atención a ella. Durante el periodo transcurrido entre ‎la desaparición de la Unión Soviética y el declive de Occidente, periodo durante el cual el mundo ‎fue unipolar, el particularismo estadounidense simplemente no se discutía. Pero hoy está ‎destruyendo el sistema de seguridad colectiva. ‎

Hay que señalar, de paso, que existen otros dos Estados cuya doctrina es cercana al ‎excepcionalismo estadounidense. Esos dos Estados son Israel y Arabia Saudita. ‎

Después de haber planteado ese contexto, veamos de qué manera la cuestión de la soberanía ‎sobre la meseta del Golán ha encendido la mecha de un verdadero polvorín. ‎

Estados Unidos y el Golán

‎Como resultado de la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel ocupó la meseta siria del Golán. ‎La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, «insistiendo en la inadmisibilidad de la ‎adquisición de territorio por medio de la guerra», ordenaba la «retirada de las fuerzas armadas ‎israelíes de los territorios que ocuparon durante el reciente conflicto»‎ [2].‎

En 1981, el parlamento israelí decidía unilateralmente violar esa resolución del Consejo de ‎Seguridad de la ONU y anexar la meseta del Golán. El Consejo de Seguridad respondió con la ‎adopción de la resolución 497 que declaraba aquella ley israelí ‎«nula y sin valor»‎‏, precisando que ‎‎«no tiene efecto alguno desde el punto de vista del derecho internacional»‎ [3].‎

En 38 años, la ONU no ha logrado imponer la aplicación de esas resoluciones. Pero estas eran ‎al menos textos considerados indiscutibles y contaban con el respaldo de Estados Unidos. ‎

Sin embargo, el 26 de marzo de 2019, Estados Unidos reconoció la «soberanía» de Israel sobre el ‎Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra [4]. Con ese ‎acto de reconocimiento, Estados Unidos se desdijo de los votos que había emitido como miembro ‎del Consejo de Seguridad sobre la cuestión del Golán, durante 52 años, y contradijo además los ‎principios establecidos en la Carta de las Naciones Unidas [5], principios que rigen la elaboración ‎del derecho internacional desde hace 74 años. ‎

La ONU continuará existiendo por algunos años, pero sus resoluciones ya sólo tendrán un valor ‎relativo dado el hecho que los países que las adoptan han dejado de considerarlas de obligatorio ‎cumplimiento. Se inicia así el proceso de deconstrucción del derecho internacional. Entramos en ‎un periodo donde impera la ley del más fuerte, como sucedió antes de la Primera Guerra Mundial y ‎la creación de la Sociedad de las Naciones. ‎

Las mentiras descaradas que el secretario de Estado Colin Powell profirió ante el Consejo de ‎Seguridad el 11 de febrero de 2003, sobre la supuesta responsabilidad de Irak en los atentados del ‎‎11 de septiembre de 2001 y las inexistentes armas iraquíes de destrucción masiva [6], ya nos habían enseñado que la palabra de ‎Estados Unidos tiene un valor muy relativo, incluso cuando afirma algo ante ese órgano de ‎la ONU. Pero es la primera vez que Estados Unidos contradice su propio voto emitido como ‎miembro del Consejo de Seguridad. ‎

Washington justifica su decisión sobre el Golán argumentando que está actuando en función de la ‎realidad: Israel ocupa el Golán sirio desde 1967 y comenzó a administrarlo como territorio israelí ‎desde 1981. Según Washington, en virtud del excepcionalismo estadounidense, esa realidad –‎tratándose de un aliado respetuoso de Dios– prevalece sobre el derecho internacional, enunciado ‎este último junto a otras partes cuya fe Washington considera menos digna de admiración. ‎

Washington observa a la vez que sería una señal negativa devolver el Golán a Siria, a la que ‎considera poco menos que una pandilla de criminales, mientras que es perfectamente justo ‎gratificar al excelente aliado israelí. También debido a su doctrina excepcionalista, ‎Estados Unidos, en su calidad de «Nación diferente a cualquier otra», tiene tanto ese derecho y ‎esa misión. ‎

Después de haber llegado a dominar el mundo, Estados Unidos –ahora debilitado– renuncia a ‎la ONU. Tratando de conservar su posición dominante, Estados Unidos se repliega hacia ‎la parte del mundo que todavía controla. Hasta ahora, Rusia y China veían a Estados Unidos, ‎como dijera muy gráficamente el ministro de Exteriores ruso Serguei Lavrov, como una bestia ‎feroz que agoniza a la que es necesario acompañar amablemente hasta que muera, cuidando de ‎que no provoque alguna catástrofe. ‎

Pero Estados Unidos ha detenido su decadencia eligiendo a Donald Trump como presidente y este ‎último, después de perder la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, ha hecho un ‎pacto con el Estado Profundo estadounidense –lo cual ha quedado demostrado con la ‎nominación de Elliott Abrams [7] ‎y con la retirada de la acusación de ‎«entendimiento con el enemigo»‎ recientemente anunciada ‎por el fiscal independiente Robert Mueller [8]).‎

Pero el mundo no se dirige hacia la creación de una tercera institución mundial –después de la ‎Sociedad de las Naciones y de la Organización de las Naciones Unidas– sino hacia una división del ‎mundo en dos zonas organizadas según modelos jurídicos diferentes: una bajo la dominación ‎estadounidense y otra conformada por una serie de Estados soberanos reunidos alrededor de ‎la ‎‎«Asociación de Eurasia Ampliada»‎. Ya no sería como en los tiempos de la guerra fría, cuando era ‎difícil viajar de los países occidentales a los «países del este» pero los dos bloques aceptaban ‎las Naciones Unidas como sistema jurídico internacional único. El nuevo sistema permitiría viajar ‎y comerciar de un grupo de países al otro pero estaría organizado alrededor de dos modelos de ‎derecho diferentes. ‎

Se trata exactamente del mundo post-occidental que el ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov ‎anunció, el 28 de septiembre de 2018, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU ‎‎ [9].‎

Tenemos que observar también que, aunque Israel saludó el reconocimiento estadounidense de su ‎‎»soberanía» sobre el Golán, Arabia Saudita acabó condenando la decisión de Washington. ‎Esa posición no se corresponde con la doctrina saudita pero, ante la repulsa unánime del mundo ‎árabe contra esa conquista territorial, Riad optó por ponerse del lado de su pueblo. Y, por la ‎misma razón, se verá obligado a rechazar también el «Trato del Siglo» sobre Palestina. ‎

‎¿Estados Unidos ha cambiado?

‎La prensa normal no se permite a sí misma anticipar, como nosotros acabamos de hacerlo, el fin ‎de la ONU ni la división del mundo en dos zonas jurídicas separadas. Como no logra interpretar ‎los acontecimientos, esa prensa se aferra a un mantra: el populista Donald Trump ha cambiado ‎a Estados Unidos y ha destruido el orden liberal internacional.‎

Pero con esa afirmación se olvida de la Historia. Al término de la Primera Guerra Mundial, ‎el presidente estadounidense Woodrow Wilson fue ciertamente uno de los principales arquitectos ‎de la Sociedad de las Naciones. Pero esta última se basaba en la igualdad entre los Estados, ‎conforme al pensamiento de los franceses Aristide Briand y Léon Bourgeois, lo cual chocaba ‎directamente con el excepcionalismo estadounidense. Por esa razón, Estados Unidos nunca fue ‎miembro de la Sociedad de las Naciones. ‎

Por el contrario, la Organización de las Naciones Unidas, que tuvo entre sus arquitectos al ‎presidente estadounidense Roosevelt, conjuga la existencia de una asamblea democrática –la ‎Asamblea General– con la de un directorio mundial –el Consejo de Seguridad– inspirado en el ‎sistema del Congreso de Viena (1815). Fue eso lo que hizo posible la participación de ‎Estados Unidos. ‎

Dado el hecho que Estados Unidos ya no está en condiciones de imponer su voluntad a Rusia ni a ‎China, y que ya no ve interés en llegar a arreglos con ellas, Estados Unidos está retirándose del ‎sistema de Naciones Unidas. ‎

Resulta grotesco ver a las potencias occidentales, que tanto se aprovecharon de ese sistema ‎durante 74 años, lloriqueando ahora ante la actitud de Estados Unidos. Tendrían que preguntarse ‎más bien cómo fue que llegó a construirse un edificio tan inestable. La Sociedad de las Naciones ‎había instituido la igualdad entre los Estados pero rechazó la igualdad entre los pueblos. ‎La Organización de las Naciones Unidas trató de imponer una moral universal… ignorando el ‎universalismo del género humano. ‎

[1] Ver las actas del coloquio organizado por el Carr Center for ‎Human Rights Policy: American Exceptionalism and Human Rights, Michael Ignatieff, Princeton ‎University Press (2005).

[2] «Résolution 242 du ‎Conseil de sécurité de l’ONU», Réseau Voltaire, 22 de noviembre ‎de 1967.

[3] «Résolution 497 du ‎Conseil de sécurité», Réseau Voltaire, 17 de diciembre de 1981.

[4] «[US ‎Proclamation on Recognizing the Golan Heights as Part of the State of Israel-‎‎>article205795.html]», por Donald Trump, Voltaire Network, 26 de marzo de 2019.

[5] «Carta de las Naciones Unidas», Red Voltaire, 26 de junio de 1945.

[6] «Discours de ‎M. Powell au Conseil de sécurité de l’ONU» (7 partes), por Colin L. Powell, ‎‎Réseau Voltaire, 11 de febrero de 2003.

[7] Elliott Abrams es uno de los fundadores del movimiento de los ‎neoconservadores, lo cual hacía de él un adversario del proyecto de Donald Trump, a pesar de ‎que Trump mantuvo una larga entrevista con él al inicio de su mandato presidencial. Pero lo más ‎importante es que Abrams fue uno de los responsables del Estado Profundo que manejó lo que ‎acabaría siendo el ‎«caso Irán-Contras»‎. Su nominación como encargado del tema venezolano ‎debe interpretarse como muestra de la existencia de un acuerdo entre el presidente Trump y el ‎Estado Profundo para extender a la Cuenca del Caribe la estrategia militar Rumsfeld/Cebrowski.

[8] Robert Mueller fue director del FBI. Desde ese puesto ‎inventó la historia de los 19 secuestradores de aviones supuestamente responsables de los ‎sucesos del 11 de septiembre de 2001. Cabe recordar que en las listas de pasajeros dadas a ‎conocer por United Airlines y American Airlines inmediatamente después de esos sucesos ‎no aparece ninguno de los nombres citados después en la investigación de Mueller. Cf: «Listes ‎des passagers et membres d’équipage des quatre avions détournés le 11 septembre 2001», Réseau Voltaire, 12 de septiembre de 2001. ‎Si esos individuos no estaban a bordo de los aviones, es evidente que no pudieron secuestrarlos, ‎lo cual implica que Robert Mueller cubrió a los verdaderos autores de los atentados L’Effroyable ‎Imposture suivi de Le Pentagate, Thierry Meyssan, Editions Demi-Lune, ‎‎2002.

[9] «[Remarks by Sergey Lavrov to the 73rd Session of the United Nations General Assembly-‎‎>article203198.html]», por Serguei Lavrov, Voltaire Network, 28 de septiembre de 2018 y ‎‎«Onu: naissance du monde post-occidental», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 2 octobre 2018.