Marco Teruggi
Desde Caracas
El 30 de enero fue la confirmación del terreno inédito en el cual se encuentra Venezuela: cámaras de todo el mundo en busca del «presidente interino Guaidó», una ciudad que debía desbordar de apoyo para hacer valer su deseo de que el «nuevo presidente» esté donde deba estar, es decir, en el Palacio de Miraflores. La realidad fue nuevamente desconcertante para quienes sostienen esa idea, fueron puñados –literalmente– de manifestantes, y una aparición escueta de Guaidó rodeado de unas cincuenta personas. Los periodistas de los grandes medios se miraban sin entender.
¿Eso es todo? Solo pudieron realizar planos cortos.
En cambió Guaidó escribió en su Twitter: «Hoy #30Ene los venezolanos salimos nuevamente a alzar nuestra voz, a reencontrarnos en las calles y demostrar que podemos cambiar el país». Más temprano había agradecido la llamada que le había realizado Donald Trump, quien, a su vez, había tuiteado para celebrar la movilización masiva de ayer.
La distancia entre la construcción internacional, de redes sociales, con lo que se vive en el país es inmensa. No sucede lo que debería suceder pasada una semana de la autoproclamación. Guaidó sigue sin territorio, sin poder mandar sobre nadie, sin ser reconocido internamente ni despertar el apoyo que debería, y más cerca del ridículo que del poder. La expresión venezolana para calificarlo sería «pote de humo».
Sin embargo, este mismo 30 de enero el Parlamento Europeo avanzó en su desconocimiento de Nicolás Maduro, al afirmar a través de Antonio Tajani, que Guaidó pasó a ser «el único interlocutor», y que a partir de hoy será reconocido como presidente. Junto a eso los salones diplomáticos continuaron su avance golpista, con la reunión de Julio Borges, diputado prófugo, con varios senadores en Estados Unidos. Borges asumirá la representación del «gobierno de Guaidó» ante el Grupo de Lima.
El destiempo se agranda. Cualquier persona que recorra Caracas con sentido común y honestidad no podría afirmar que está en un país quebrado donde una parte ha decidido avanzar en nombrar un nuevo presidente, y que ese gobierno tiene pie en alguna parte.
Esta situación indica dos puntos centrales. En primer lugar, corrobora que la construcción de Guaidó ha sido armada desde el inicio desde el exterior a través de una potente operación comunicacional y política. No se deben buscar respuestas, por ahora, en el plano nacional para comprender qué está por venir. Los pocos anuncios que ha hecho Guaidó han sido para lo internacional: nombrar representantes en diferentes países, recibir llamados desde los Estados Unidos, anunciar que se preparan para hacer ingresar la ayuda humanitaria.
Esto significa que el plan, y las hipótesis de lo que pueda estar por venir deben buscarse en los pasillos de la Casa Blanca. Cada día refuerza más esa tesis. La decisión y la conducción están afuera. ¿Cómo llegó la derecha a esta situación? Sería necesario realizar un análisis de los últimos años, su cúmulo de fracasos políticos, así como matrices político/culturales que provienen de décadas y siglos. Por otro lado, analizar la política actual de los EE.UU. respecto de América latina, su necesidad de construir un control sin fisuras con gobiernos como el de Mauricio Macri o Iván Duque, en un contexto de disputas geopolíticas que tienen su correlato en el continente, centralmente en las inversiones. En segundo lugar, que el cuadro nacional presenta una alta inestabilidad. El enfriamiento de la calle que siguió al 23 de enero no significa que no puedan retomar una serie de acciones. Lo más probable es que lo hagan cuando llegue la orden. Será a través de dos dimensiones.
Uno, a través de su base social más activa, con la cual la derecha mantiene un pacto peligroso: solo logra convocarla para acciones que impliquen sacar a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores. Lo demás genera silbidos, rechazos, falta de participación. Han creado un apoyo que solo responde a los llamados golpistas. Lo saben, y es parte la negociación que tiene Guaidó con su la expectativa que ha creado y las lógicas construidas durante años.
Dos, a través de la activación de los grupos armados en los barrios populares. Según las investigaciones realizadas en los mismos territorios y las fuentes oficiales, se sabe que el precio por persona por noche para salir a armar un foco de violencia es de 30 dólares. Eso en el caso de las zonas donde se trata de generar un apoyo popular, un levantamiento que hasta el momento no se ha dado en ningún sitio, y explotar las pocas imágenes con una gran capacidad a través de las redes sociales. Un foco breve convertido en tendencia de Twitter tiene un alto impacto en la base social que busca convocar Guaidó.
En cambio, en otros territorios, donde el objetivo fue confrontar de manera armada con las fuerzas de seguridad del Estado –con granadas, armas cortas y largas– el precio fue aproximadamente 50 mil dólares, repartidos luego al interior de la banda contratada.
Esos escenarios podrían regresar en el momento en que la derecha plantee activarlos –no significa que tengan éxito–. La violencia es parte integral del esquema de asedio y asalto. Para comprender cómo la calibran parece necesario enlazarlas con los tiempos planteados para lograr el objetivo. El peligro de la derecha puede ser desgastar a su base social, a la vez que puede serlo un enfriamiento producto de la falta de llamados claros y de una inconsistencia sostenida de Guaidó si continúa sin tener nada nuevo que decir.
En ese contexto resulta contrastante la posición conjunta de los gobiernos de México y Uruguay que decidieron convocar a una reunión internacional para el 7 de febrero para abordar el tema Venezuela. El diálogo parece ser la única manera de desactivar la situación explosiva que está en pleno elevamiento, con la complicidad activa de gobiernos, grandes medios de comunicación y fuerzas subterráneas. ¿Si no qué? Maduro no renunciará. ¿La guerra abierta con mercenarios paramilitares?
Quienes conducen el conflicto contra Venezuela se acercan a límites peligrosos. Guaidó, el primer presidente 2.0, una ficción real, parece un peón en un esquema que lo ha puesto en ese lugar.