Francesc CasadóR
Un sábado más de movilizaciones en Francia de los indignados por las reformas económicas del presidente Emmanuel Macron y en particular contra el aumento de los impuestos sobre el carburante. Un movimiento espontáneo surgido en las redes sociales, sin relación aparente con partidos o sindicatos y con el objetivo último de destituir al actual gobierno. Otras interpretaciones apuntan a la conspiración, similar a la revolución naranja sucedida en Ucrania y vinculada al fascismo, dirigida contra Macron por sus recientes declaraciones a favor de la creación de un ejército europeo que recupere su soberanía territorial frente a los EEUU, una iniciativa que no habría gustado al sector más antieuropeísta representado por la Agrupación Nacional de extrema derecha liderada por Marine Le Pen. Incluso algunos medios afirman que las protestas son la punta del iceberg de la rebelión contra la transición energética en el seno de una UE empeñada en limitar el uso de hidrocarburos para su desarrollo económico. En cualquier caso, son múltiples los motivos de las reivindicaciones sociales y políticas en el discurso de los ‘chalecos amarillos’.
El aumento del impuesto ecológico
sobre la gasolina y el gasoil anunciado por el primer ministro, Édouard
Philippe, ha sido finalmente aplazado, también se han reducido las
condiciones para superar el control técnico de vehículos que de lo
contrario hubiera supuesto tener que comprar uno nuevo híbrido o
eléctrico. Un auténtico problema para la población que habita en
ciudades periféricas, alejadas de París, donde el coche es
imprescindible para desplazarse. En Francia dos terceras partes de la
población trabaja fuera de la localidad donde reside, tras la
desindustrialización de las ciudades, el proceso de gentrificación ha
ido alejando progresivamente a los trabajadores de los centros urbanos
afectando a su movilidad. También los inmigrantes, desde los barrios
periféricos de París y de otras grandes urbes galas donde habitan,
sufren los inconvenientes de las largas distancias que dificultan el
normal acceso a los distintos bienes y servicios. Fue en las regiones
desindustrializadas del Reino Unido, como consecuencia del proceso de
globalización, donde se gestó la victoria del Brexit, que ahora es
erigido como bandera por los antieuropeístas del continente.
Los ‘chalecos amarillos’ tuvieron su precedente en el movimiento Nuit
Debout que se celebró en la capital francesa durante el 2016 contra la
Ley del Trabajo, unas movilizaciones con el objetivo de converger en la
lucha con otras plataformas sociales de izquierda. Las actuales
protestas han exigido desde el primer día la dimisión del presidente,
esta premisa política está dando alas a la líder de la oposición, la
ultra Marine Le Pen, en su campaña para las próximas elecciones europeas
de mayo. El apoyo de la población a los manifestantes es alta,
especialmente entre los votantes de la Francia Insumisa del izquierdista
Mélenchon y del ultraderechista Reagrupamiento Nacional, ambas
formaciones son euroescépticas, la primera defiende el euroescepticismo
suave con preferencia por la soberanía nacional frente a la
mundialización de la economía neoliberal y el segundo un
euroescepticismo radical próximo a las nuevas doctrinas anglosajonas
lideradas por Trump en su empeño por un mundo unipolar.
Marine
Le Pen asegura defender las reivindicaciones de la calle, la seguridad
contra el terrorismo y querer hacer de Francia un país independiente y
sostenible recurriendo a un discurso populista alejado de los argumentos
de clase. Los partidos ‘atrapalotodo’ aparecieron en la posguerra
transformando la formación ideológica en un simple órgano de gestión
dedicado a campañas de marketing centradas en captar el voto de los
electores indecisos en aquellas circunscripciones más fluctuantes. Las
consecuencias de esta falta de compromiso político se pueden comprobar
en el explosivo cóctel en que se ha convertido el Estado italiano, una
coalición entre los euroescépticos del Movimiento Cinco Estrellas y la
Liga Norte, formación de extrema derecha.
En la Unión
Europea a pesar del “cordón sanitario” acordado por los principales
países para excluir a las formaciones ultras están gobernando o
cogobernando en Austria, Bélgica, Italia, Finlandia, Eslovaquia,
Bulgaria, Letonia y Polonia. En un reciente manifiesto firmado por los
exdirigentes de Izquierda Unida, Cayo Lara y Gaspar Llamazares, se
reprocha a la actual dirección del partido que la izquierda no «ha sido
capaz de superar nítidamente la lógica neoliberal”. El documento pone el
foco en la necesidad de cerrar filas y enfrentar esta nueva amenaza
desde la unidad. Advierten de los últimos procesos electorales en Europa
y América donde “lamentablemente, la agitación, la frustración y el
miedo han derivado más fácilmente hacia las propuestas corporativas,
autoritarias y xenófobas de la extrema derecha que hacia las propuestas
solidarias y progresistas de la izquierda”.