No fueron pocas ocasiones en las cuales Jair Bolsonaro hizo apología de la dictadura, incluso su voto en el proceso de destitución de la ex presidenta Dilma fue en homenaje al coronel Brilhante Ustra, uno de los más atroces torturadores del periodo dictatorial.
Pero, ¿todas las personas que votaron por Bolsonaro apoyan esas posiciones? Ciertamente no. Bolsonaro buscó como candidato canalizar el deseo de cambio de gran parte de la sociedad brasileña, incorporando un fuerte discurso antipolítico y de lucha contra la corrupción, aunque ejerza desde hace 27 años el cargo de diputado federal en el Congreso brasileño. El propósito era colocarse como alternativa al sentimiento de profunda desesperanza con la política, mediáticamente trabajado para fortalecer una lógica de rechazo al Partido de los Trabajadores (PT) y sus 14 años en la presidencia. Ciclo cerrado mediante el golpe institucional viabilizado en el impeachment de 2016.
Tal dinámica también se ancló en la propaganda extremadamente negativa de los gobiernos progresistas de América Latina que ha marcado el discurso de la derecha en la región. Algunos lemas como «Brasil no va a ser Venezuela» o «Nuestra bandera jamás será roja» movilizaron el sentimiento anticomunista y de acusación al PT como representante de este proyecto.
Es necesario destacar tres tácticas importantes en todo este proceso. La primera remite al papel político del Poder Judicial. El juez Sergio Moro, que hace poco aceptó la invitación para ser ministro de Justicia, fue el mismo que condenó sin pruebas suficientes al ex presidente y líder de todas las encuestas prelectorales.
La segunda se refiere a la adhesión de representantes del sector evangélico a la campaña del candidato del Partido Social Liberal (PSL). Su poder político puede ser medido por la «bancada evangélica» en el Congreso Nacional, que contará con 180 congresistas del total de 513 diputados y 81 senadores.
Y, por último, una estrategia de comunicación digital muy eficiente, que involucró contratos de más de 3 millones de dólares entre empresarios y WhatsApp para circular cientos de millones de fake news a los usuarios de la aplicación. La práctica es ilegal, además de caracterizarse como donación no contabilizada de campaña. No por casualidad, la misma táctica fue utilizada en la campaña de Donald Trump con el apoyo de la Cambridge Analytica. No es mera coincidencia. La relación entre Steven Bannon, asesor estratega de Trump, y Bolsonaro fue algo público en campaña.
Bolsonaro representa el intento de restitución de los poderes tradicionales, la encarnación de las ideas de familia patriarcal, de defensa de la propiedad y del Estado represor. En un contexto de avance de las luchas y de la organización de las mujeres, de búsqueda de reconocimiento de los derechos de la población LGBT, de la construcción de políticas afirmativas para la población negra en Brasil, quien tiene sus privilegios amenazados se aferra a una alternativa radical de defensa de sus intereses.
No es tampoco casualidad que Bolsonaro haya afirmado que el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) y el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) serán considerados terroristas en su gobierno. Estas organizaciones incomodan por explicitar las contradicciones de la propiedad en el país, donde hay más vivienda sin gente (7 millones 906 mil 767 casas) que gente sin derecho a la vivienda (6 millones 355 mil 743 familias).
A pesar de la victoria, Bolsonaro no tiene un cheque en blanco para poner en marcha un programa autoritario en el país. Es flagrante la crisis del sistema político brasileño, que se convierte también en una crisis de representatividad. Se puede percibir esto, por ejemplo, en el hecho de que las elecciones de 2018 sumaron 42 millones de votos nulos y blancos (30.8 por ciento del total).
En ese escenario, Bolsonaro intentará reducir el Estado social y construir un Estado policial en un Brasil dividido por un abismo de desigualdad. No podemos olvidar que Fernando Haddad ganó en 2 mil 810 ciudades, mientras Bolsonaro venció en 2 mil 760. El candidato del PT venció en 98 por ciento de las ciudades más pobres del país y el futuro presidente en el 97 por ciento de las más ricas.
Además, Bolsonaro apuesta por liberar la tenencia de armas de fuego, un amplio programa de privatizaciones, avanzar en la criminalización de los movimientos sociales y el combate a la «ideología de género».
Es urgente la formación de un frente amplio por la democracia con la participación de partidos políticos, movimientos sociales, intelectuales, juristas, representantes religiosos y de otros sectores. Es necesario que la prensa y los poderes republicanos actúen también para garantizar las libertades democráticas y fiscalizar las acciones del futuro gobierno.
Ante la actual crisis democrática, es fundamental asimismo la conformación de una red de apoyo internacional a las resistencias que serán construidas por los movimientos sociales en Brasil, de las luchas sociales que seguirán con la afirmación de derechos para superar las desigualdades en el país. Lo que está en juego no son sólo los retrocesos de cuatro años de un gobierno fascista, sino la democracia en todo América Latina.
Guilherme Boulos fue candidato a la presidencia de Brasil y es coordinador del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST); Rud Rafael es coordinador internacional del MTST