El programa de Gobierno del próximo presidente tenía solamente una página dedicada a la política exterior, la cual hablaba muy poco concretamente acerca de lo que iba a hacer o de cómo la iba a implementar. La política exterior no estuvo presente en los debates ni en los discursos de los diversos candidatos durante la campaña.
No le será fácil al excapitán del Ejército armar una política, dada la mezcolanza de ideas neoliberales que vienen desde el gabinete económico de Paulo Guedes y la vieja doctrina de los militares del desarrollo nacional, a la que Gilberto Rodrigues califica como neonacionalismo tropical. Lo único que queda claro es que la ideología de ultraderecha va a remplazar a la llamada de izquierdas de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff.
“No podemos seguir coqueteando con el socialismo, el comunismo y el populismo, y con el extremismo de izquierda”, dijo en su evocación de la época de la Guerra Fría, mientras tuiteaba que iba a trabajar junto a EEUU ”en comercio, asuntos militares y todo lo demás”.
Estas palabras hacen recordar el acuerdo entre el gobierno militar brasileño de la década de los 1970 y EEUU cuando Washington dispuso que Brasil fuera el único interlocutor en América latina, el subimperio que tuvo en el general Golbery de Couto e Silva a su mayor exponente estratégico.
Queda clara, también, su distanciamiento de los procesos de integración y su predilección por las relaciones bilaterales, donde Brasil puede imponer su poderío. Uno de los momentos más controvertidos de la campaña del Bolsonaro fue cuando afirmó a los periodistas que, si él era electo, Brasil dejaría la Organización de Naciones Unidas, porque perdió legitimidad y perdió su importancia.
«Brasil es un país muy importante hoy y que realmente no puede abdicar de ese papel internacional y necesita, exactamente, actuar con madurez, con realismo (…) No debe renunciar a espacios en órganos multilaterales, que son arenas de la política internacional «, apuntó el académico Alves Pereira, de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Los primeros países que pretende visitar son Chile, EEUU e Israel, tras a nunciar que trasladará la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, por prsión de los pastores evangélicos. No habrá nada de pragmático en las visitas, sino la demostración de su opción ideológica.
No está nada claro cómo manejará su relación con Argentina, que desde el fin de la dictadura ha sido el “socio principal” no solo comercial sino estratégico en política. Es el tercer país que más productos brasileños importa y cambiar la prioridad hacia Chile es un giro ideológico más que pragmático.
Todos los procesos de integración ya están en entredicho (vaciados, maniatados) desde el golpe policial-judicial-parlamentario de 2016: Mercosur, Unasur, Celac.
¿Fin de la industria?
Las medidas iniciales trazadas por Bolsonaro y Paulo Guedes amenazan de muerte a la industria brasileña y al sector productivo del país. La primera promesa es el abandono del Mercosur, destino del 10% de las exportaciones, que significó en 2017 un superávit de casi 11 mil millones de dólares, el 16% del superávit de Brasil en el comercio con todo el mundo. Más del 85% de las exportaciones a los países del Mercosur es de productos industrializados, manufacturados o semimanufacturados, con mayor valor agregado.
Con el resto del mundo, la pauta exportadora es de materias primas o commodities, y por eso Mercosur es fundamental para el desarrollo industrial, científico y tecnológico brasileño y base para la generación de empleo, trabajo y renta, seña Jeferson Miola.
Otras medidas prejudiciales para la industria brasileña son la extinción del Ministerio de Industria, Comercio Exterior y Servicios y su absorción de sus funciones por el hipertrofiado Ministerio de Economía, la cartera de la rapiña financiera, y la contención del dólar, inclusive mediante el discutible uso de las reservas cambiarias para excitación de la banca internacional. La apropiación del real quita competitividad a los productos brasileños en el exterior y amenaza la supervivencia del parque industrial y los sectores productivos.
La Confederación Nacional de la Industria (CNI), la Federación de Industriales de Sao Paulo (FIESP) y las entidades del empresariado que actuaron decisivamente en el proceso iniciado en 2014 para la desestabilización y derrocamiento de la presidenta Dilma Rousseff y que culminó en la elección de Bolsonaro, están ante un dilema.
China, el principal comprador de los productos brasileños, no ha aparecido en sus discurso, pese a que controla del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), principal fuente de recursos fuera de los organismos multilaterales como el FMI y Banco Mundial, que está abriendo su oficina en Brasil.
«El Gobierno tiene la intención de privatizar sectores de la economía y los chinos son grandes inversores. Yo creo que las relaciones con China van a mantenerse fuertes, pero con los demás países del BRICS, podrían ser bastante secas», opinó Diego Pautasso, profesor de Relaciones Internacionales y Geografía del Colegio Militar de Porto Alegre.
Su plan habla de “El Nuevo Itamaraty” y señala que “dejaremos de alabar dictaduras asesinas y de despreciar o incluso atacar democracias importantes como EEUU, Israel e Italia. Se supone que se refiere a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Y también se refiere a la centralidad del Ministerio de Defensa en su gabinete, cargo ocupado por un militar por primera vez desde el golpe de 2016 y para el que designó al general Augusto Heleno, un líder carismático en el Ejército, quien fue el primer comandante jefe de la Minustah, la misión de la ONU en Haití. Los analistas suponen que su influencia sobrepasará su cargo y tendrá mucha influencia en las relaciones exteriores.
Los analistas temen que Bolsonaro y Heleno, presionado por el estado Roraima –fronterizo con Venezuela- suscriban un pacto con EEUU y Colombia para intervenir en ese país (del que depende el abastecimiento energético del norte y noreste brasileño) , pero saben que esa tesis tienen fuertes resistencias en las Fuerzas Armadas y en la cancillería.
¿Vuelve la doctrina Kissinger-Golbery?
En 1973 el secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger enunciaba en Panamá el propósito de reemplazar el liderazgo de EEUU en el continente por el de aliados eficientes y fieles como Brasil. Una política de delegación de poder: la vieja estrategia del británico Canning. Cuando la visita del dictador Emilio Garrastazú Médici a EEUU, el presidente Richard Nixon «oficializó» a Brasil como el modelo norteamericano para el desarrollo de América latina. Consagraba a Brasil como el subimperio:
«Sabemos que en la medida que Brasil progrese, así también progresará el resto del continente sudamericano. EEUU y Brasil, amigos y aliados en el pasado, son y serán amigos fuertes y próximos. Trabajaremos juntos para un futuro mejor para su pueblo, para nuestro pueblo, para el pueblo del resto del continente«, dijo Nixon, quien recomendó el camino brasileño de desarrollo como El Camino para los demás países del hemisferio: Como reconocimiento a la brillante actuación del régimen militar brasileño en favor de los intereses oficiales y privados estadounidenses en el continente, EEUU resolvió premiar a Brasil con un nuevo ascenso jerárquico dentro del esquema mundial de poder centrado en Washington. En 1976, cuando la visita de Kissinger, se concretó el esquema.
“Como si fuera el Papa en la época de los descubrimientos, dividiendo el Nueva Mundo entre España y Portugal, a Metternich y Canning en la Europa de posrestauración, el megalómano profesor de Harvard resolvió consagrar a Brasil como potencia y atribuirle una especie de tutela, a ser ejercida en nombre de Washington, sobre toda América latina”, señalaba el brillante analista brasileño Paulo Schilling, entonces.
Además de atribuir a los militares brasileños esa «misión especial», Kissinger estableció con el gobierno de Brasilia un sistema especial de consultas «de potencia a potencia» (como orgullosamente se decía en Brasil). Considerando que Sashington había firmado con Japón un compromiso equivalente (que le aseguró un status de potencia), se verificó una euforia generalizada entre los militares y tecnócratas brasileños.
Al analizar fríamente las consecuencias de lo acordado en Brasilia se concluía que el clásico sistema interamericano-multilateral (y aparentemente igualitario) estaba seriamente afectado. Se concretaba la aspiración máxima del general Golbery do Cauto e Silva y de los militares de derecha brasileños: un nuevo esquema de poder en el continente americano que asegurase a Brasil un papel privilegiado, el de principal satélite de EEUU.