Lorena Freitez
Que Jair Bolsonaro ganara la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas con 47% de los votos, ha dejado a la izquierda perpleja. Luego de las inmensas movilizaciones sociales que se suscitaron en las calles de las principales ciudades del país a propósito de la campaña #EleNão y unas encuestas que se mantuvieron favoreciendo a Lula durante todo el año, se había construido cierto ambiente, cierto sentido común, de victoria segura en las fuerzas progresistas. Igual como ocurrió en Argentina con el caso de Santiago Maldonado a vísperas de unas elecciones legislativas (2017) que ganaría ampliamente Macri, la izquierda asumió que este caso perforaría mucho más las intenciones de voto. Los resultados electorales ha producido un baño de realidad política a las fuerzas progresistas del continente.
Lo primero que habría que mirar es que el manejo de las encuestas a favor de los candidatos progresistas en varios de los episodios electorales del último lustro, ya despunta como una estrategia de desmovilización de los aparatos electorales e incluso el voto blando de izquierda, por la vía de provocar sensaciones de triunfalismo en los progresistas. Al mismo tiempo, crea condiciones para que cualquier triunfo electoral de la derecha se viva épicamente y el fracaso progresista como una caída estrepitosa no sólo de su caudal electoral, sino de su hegemonía política. Vemos aquí una estrategia de doble eficacia: fácticamente afloja maquinarias y simbólicamente golpea hegemónica y moralmente por el efecto sorpresa de la derrota.
Lo segundo. Habría que señalar, con pesar, cómo la izquierda ha caído en la trampa moral que articula la estrategia de incorreción política made by Trump. Su campo cultural ha sido bombardeado de manera sorpresiva, de un zarpazo. La descolocación moral de la izquierda ante el bochorno e irritación que le producen líderes políticos que desprecian a gays, negros y mujeres, y la focalización en luchar en clave de guerra de valores, anteponiendo valores progresistas versus valores conservadores, ha hecho perder tiempo y ha distanciado a la izquierda del campo de las soluciones concretas a los problemas que aquejan a los latinoamericanos en tiempos de crisis económica. Es decir, que la izquierda haya focalizado sus campañas en defender derechos civiles y culturales de minorías y no en re-centrar el conflicto económico que aqueja a las mayorías, ofreciendo razones sobre la crisis económica y soluciones, nos ha condenado al margen.
Esta ha sido la gran victoria del bullying de la ultraderecha. Con un estudiado cinismo se mofa de la izquierda y la redefine como élite dirigente que luce más preocupada por defender a «gente rara» que luchar por los de abajo, el efecto simbólico es brutal: producen la apariencia de que los progresistas abandonaron a los pobres por identidades minoritarias. Y aún cuando las mujeres y los negros no son minoritarios -mucho menos en Brasil-, en momentos de crisis, sin duda, los problemas económicos son lo más importante. Y esto es justo lo que busca la derecha: un show electoral dirigido a impedir que nadie piense en la economía, después de todo en el caos, las certezas sólo la otorgan los valores fundantes de lo social (¿familia, orden, progreso?).
Llama mucho la atención cómo luego de la masiva campaña #EleNão, Bolsonaro subiera en las encuestas. La sociedad brasilera indecisa se terminó de polarizar a favor de la ultraderecha. En momentos de crisis, la gente siempre recordará que todo pasado fue mejor y cuando se produce un relato que conecta crisis con «relajo» de los pilares que otrora articularon convivencia y funcionamiento social, los únicos garantes de la restitución del orden tienen nombre de derechas. En este caso, el reclamo de orden encuentra asidero en manos militares (Bolsonaro), en empresarios «exitosos» (Macri) o en personas que al menos no generen más caos (Moreno).
Una vez logrado el objetivo de distraer a la izquierda en la «guerra de valores», lo demás fueron alianzas coyunturales y contextuales de gran pertinencia, además de giros técnicos de campaña que se deben anotar para afinar el olfato y la táctica en las próximas contiendas: muy poca propaganda tradicional en medios masivos. Evitación de debates presidenciales para eludir el debate programático. Ninguna aparición en televisoras que no se controlen (sólo entrevistas complacientes). Focalización de campaña en redes sociales, pero la más personalizadas de todas: WhatsApp (lo cual denota un manejo descomunal de Big Data). Mucha fake news. Encuestas que nunca le dieron la victoria. Alianza con la principal fuerza política de anclaje popular: la iglesia evangélica.
Los resultados electorales que posiblemente se tendrán en Brasil este próximo domingo no sólo responden a esta coyuntural contienda, donde la derecha introdujo innovaciones tácticas de ataque electoral que descoloraron a la izquierda, sobre todo mostrarán el notorio desgaste del Partido de los Trabajadores (PT), su estigmatización como partido corrupto, sus propias fracciones internas, sus dificultades para aglutinar a la izquierda y, sobre todo, su distanciamiento de los sectores populares.
Se avecina una época oscura en Brasil y en el continente, pero la historia nunca termina. La izquierda latinoamericana tiene retos que cristalizan cada vez más: producirse un relato propio de la revolución política que produjo durante la primera década del siglo XXI en América Latina. Debemos estar en capacidad de dejar de defendernos y poder contar qué pasó en este continente. Nuestra historia de luces y sombras. No me refiero sólo a logros gubernamentales (esto sigue respondiendo a una lógica defensiva), sino a transformaciones en los sentidos comunes, a los desplazamientos de ejes ideológicos, la acumulación lograda y los tejidos sociales construidos. También, estamos obligados a contar de nuestros errores, explicarlos, contextualizarlos y sobre todo compararlos con la oscura noche neoliberal de los 80’ y 90’. Si hubo corrupción no le regalemos esa historia a la derecha, afrontémosla, contémosla desde nuestras posiciones. Esa será la mejor incorreción política que podremos producir, los latinoamericanos si de algo estamos hastiados es de la hipocresía e incluso el cinismo de aquellos que defienden al progresismo sin matices, de aquellos que hablan como si no se hubieran cometido errores. Para volver a ganar, tenemos que ser valientes y respetar la inteligencia de nuestros pueblos.