No es por la crisis turca ni por la guerra comercial lanzada por Donald Trump. No es por el escándalo de las fotocopias de los cuadernos Gloria ni por el crecimiento de CFK en las encuestas. Ni tampoco es por la Bomba Lebac ni por la Bomba Letes, ambos explosivos diseñados en estos dos años y medio de economía macrista. Ni por el impacto negativo de la sequía que restó millones de dólares a la plaza financiera en este año. Y mucho menos por el nivel del gasto público y del déficit fiscal que tanto obsesiona a la ortodoxia y al establishment. La debacle a la que está siendo conducida la economía tiene su origen en la desregulación absoluta del mercado cambiario, la apertura irrestricta de la cuenta de Capital de la Balanza de Pagos (entrada y salida de capitales especulativos sin ninguna restricción), la desarticulación de la administración del comercio exterior facilitando el ingreso de importaciones y la eliminación/disminución de retenciones al complejo agroexportador que debilitó las cuentas públicas. Así fueron demolidos todos los diques defensivos de una economía periférica para amortiguar cualquier shock externo o interno negativo. La consecuencia es una crisis monumental del sector externo, que históricamente se abordaba con una fuerte devaluación, pero ya no es suficiente porque el desequilibrio es tan pronunciado, el grado de dolarización tan agudo, el endeudamiento externo tan vertiginoso y la velocidad de traslado a precios es tan rápida, que ha derivado en que esta nueva experiencia neoliberal junto al FMI tuviera un naufragio fulminante.
El aspecto más notable es que esas cuatro medidas son las que elogian la ortodoxia, la heterodoxia conservadora y el establishment (empresario y mediático). No tienen motivo para estar extrañados de la caída de la economía macrista. Quienes se erigen en portadores del saber económico, con diferentes tribus (desde Martínez de Hoz hasta Cavallo, y ahora con el experimento Cambiemos) que tuvieron la oportunidad de mostrar su fracaso en la gestión económica, deberían ser más prudentes cuando evalúan los períodos donde predominaron políticas heterodoxas. Ninguna terminó en hiperinflación, corralito, híper recesión y default, destino en alguna o en una combinación o en todas juntas de esas opciones que algunos prevén para la economía macrista.
Lo más absurdo es que el gobierno sigue exculpándose con la muletilla de la herencia recibida, y más ridículos quedan quienes lo repiten. La debacle cambiaria, con casi la duplicación de la paridad en apenas nueve meses, está haciendo crujir la cadena de pagos en la economía, y no sólo la del sector privado, sino que también la del sector público. La posibilidad de un default, incluso con un acuerdo vigente con el FMI, ya no es considerada descabellada en la city, y el colapso de las paridades de los bonos es el reflejo de ese riesgo.
El naufragio de la economía macrista es responsabilidad absoluta de la Alianza Cambiemos bajo el liderazgo de Mauricio Macri, que a la debilidad conceptual de entender, en términos económicos e históricos, el funcionamiento de la economía argentina con las particularidades de cada uno de los sus principales sujetos sociales y políticos, se le ha sumado un nivel de inoperancia impresionante.
Se sabe que el gobierno de Macri está estructurado como un plan de negocios, privilegiando las actividades donde el Presidente, su familia, amigos y allegados cercanos tienen intereses (campo, energía, construcción y finanzas). Pero todo plan de negocio requiere de una gestión de gobierno que le permita dar viabilidad y continuidad. No lo ha conseguido el mejor equipo de los últimos 50 años. Era imposible de pensar que el manejo diario de la economía podía ser tan calamitoso. Primero, sin ministro de Economía y con un presidente del Banco Central, Federico “Yo no me quiero ir” Sturzenegger, navegando en su planeta paralelo de las metas de inflación; y ahora sí con un ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, que se ha convertido en delegado principal del FMI en el país para ejecutar el plan de ajuste, y un presidente del Banco Central, Luis Caputo, que no entiende nada de diseño de una política monetaria y financiera consistente y su única cualidad es la de ser mesadinerista. Fueron tantas las medidas descoordinadas, confusas, improvisadas y de marcha y contramarchas en estos más de dos años y medio de gestión económica que, además del pecado original de desregulación y liberación del mercado cambiario, lo asombroso es que todavía haya alguien que se sorprenda del derrumbe de la economía macrista.