AFP

La ruptura de Estados Unidos con sus aliados tradicionales del G7 abre la vía a un nuevo orden mundial, en el que Donald Trump negociará con viejos enemigos de Washington, y Estados Unidos-China marcarán el compás del mundo.

«Para Trump, sólo hay un G2: Estados Unidos y China. Con Trump, Europa debe entender que la era del orden económico mundial ha terminado», estima el economista suizo Thomas Straubhaar, de la universidad de Hamburgo, reseñó AFP.

Porque aunque Washington y Pekín son adversarios, comparten la misma desconfianza hacia el multilateralismo.

Donald Trump «vio que el antiguo orden de la globalización liberal se rompió en 2008 (con la crisis financiera). Cree que Estados Unidos ya no es capaz de proporcionar al mundo bienes comunes, tales como una estructura de comercio liberalizada y seguridad para sus aliados occidentales», analizó el economista británico Lord Meghnad Desai.

Por su parte, «China no quiere un multilateralismo tradicional», señala Jean-François Di Meglio, presidente de la consultora francesa Asia Centre.

«Está creando toda una serie de estructuras, como la Organización de cooperación de Shanghái (OCS) o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), que dará vida a otra forma de gobernanza», con una estructura fluctuante y asimétrica según los temas y las partes involucradas, explica a la AFP.

«El eslogan ‘Estados Unidos primero’ de Trump y ‘el sueño chino’ de Xi Jinping se basan en la misma idea: que las dos superpotencias tienen toda la libertad de actuar en función de sus propios intereses», analiza Brahma Chellaney, profesor del Center for Policy Research de Nueva Delhi, en un artículo publicado a finales de mayo.

Para él, «el orden mundial del G2 que están creando merece apenas ser llamado orden. Es una trampa en la que los países tendrán que elegir entre el Estados Unidos de Trump, imprevisible y adepto a la negociación bilateral, y una China ambiciosa y depredadora».

«La relación entre Estados Unidos y China moldeará el siglo XXI», profetizó Barack Obama el 27 de julio de 2009. Su sucesor podría hacer esto realidad, pero sería una realidad muy diferente a la que Obama imaginó en ese momento cuando Occidente quería imponer a China sus reglas del juego.

¿La trampa de Tucídides?

Esto no significa que Washington y Pekín impondrán su voluntad a todo el mundo, a expensas de los europeos, desorientados. Estos últimos no han dicho aún su última palabra.

Pero Donald Trump, un experimentado hombre de negocios, parece pensar que tiene mejores chances con encuentros cara a cara, sin las limitaciones del multilateralismo.

«Trump no se lleva tan mal con China, ni con Rusia. Tienen divergencias, pero pueden ponerse de acuerdo sobre algunos puntos. El ejemplo del ZTE es sorprendente: (Washington) lanza una guerra comercial contra China y al mismo tiempo firma un acuerdo con el ZTE», el gigante chino de telecomunicaciones expulsado del mercado americano y finalmente reintegrado tras una difícil negociación, analiza Di Meglio.

El orden mundial que se impuso tras la Segunda Guerra Mundial tuvo como ambición evitar un nuevo conflicto global, pero este objetivo de paz está menos presente en este nuevo marco. Y algunos temen que el mundo caiga en la «trampa de Tucídides», un concepto teorizado por el estadounidense Graham Allison según el cual toda potencia emergente entra en conflicto en algún momento con la potencia dominante.

Una teoría rechazada por los chinos. «No existe la llamada trampa de Tucídides, pero si las grandes potencias cometen una y otra vez errores estratégicos podrían caer en esa trampa», estimó Xi Jinping en septiembre de 2015.

Para Di Meglio, los chinos «no quieren repetir los errores del pasados, ven la trampa y van a tratar de evitarla, aunque en algún momento puede que haya razones objetivas para un conflicto» por defender sus intereses estratégicos.