Con un ex director de la CIA a cargo ahora de la política exterior norteamericana, Estados Unidos sigue considerando a Latinoamérica como patio trasero, y su descaro es tal que Tillerson, anterior Secretario de Estado, dijo en una conferencia en la universidad de Texas: “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales”. Sin duda, cree que con el poder imperial yanqui basta y sobra.Según Gregorio Selser, Estados Unidos ha invadido Nicaragua un sinnúmero de veces; ha financiado una contrarrevolución de forma ilegal e inmoral: ahí están las sentencias de los tribunales estadounidenses y, de corolario, una sentencia de la Corte Internacional de Justicia en la Haya, que declara culpable a Washingtonpor bloquear puertos y financiar una guerra sangrienta para sabotear al gobierno sandinista de la década de los ochenta. Porque los intereses y planes geopolíticos de Estados Unidos son ambiciosos y criminales, sin respeto a los pueblos y al derecho internacional; y, hoy, nuevamente, crean una trama con un guion que solo se repite en países latinoamericanos con presidentes progresistas.
En la última década, Washington y sus agentes locales han perpetrado golpes de estado blandos en Honduras, Brasil y Paraguay; han intentado, sin éxito, romper el orden constitucional en Bolivia, Ecuador y Venezuela; y lo han hecho siempre, a países con presidentes de izquierdas.
Utilizan dos guiones distinto: en países donde tienen harta influencia en las instituciones militares, el parlamento junto con el poder judicial, ha defenestrado (en sistemas presidencialistas) al presidente. Y en países como Venezuela y, ahora, Nicaragua, donde el imperio choca con unas fuerzas armadas dignas e instituciones del estado con alto sentido patrio; organizan protestas desestabilizadoras y muy violentas.
El imperialismo ha ido mutando sus estrategias golpistas e intervencionistas; se ha, visto en Siria, en Libia, en Ucrania, en Venezuela y, hoy, en Nicaragua. Cuenta con la manipulación y la mentira, que multiplican a través de las redes sociales. En el acoso a Nicaragua ha utilizado con cinismo y desvergüenza fotos de cadáveres de otros territorios del planeta, de Palestina, Honduras o México, para achacarlos al gobierno de Managua. En paralelo, la mendaz maquinaria propagadística de Washington denuncia una supuesta represión salvaje del gobierno sobre “grupos de manifestantes pacíficos y desarmados”; acusaciones repetidas después desde organizaciones mercenarias “defensoras de los derechos humanos”, creadas ad hoc con el dinero sucio de los servicios secretos estadounidenses.
Acostumbrados a la violencia, seguros de la complicidad de las burguesías locales en América Latina, consumados maestros en la injerencia en otros países, aplicados padrinos de gobiernos militares que asolaron el continente y sembraron la muerte por doquier, los gobiernos norteamericanos siguen sin aceptar la soberanía de sus vecinos y quieren imponer a cualquier precio toda su hegemonía.
El gobierno de Nicaragua, que no ha cesado de hacer llamamientos a todos los sectores nicaragüenses a participar en una mesa de diálogo, incluso a los grupos violentos y golpistas, aboga por la mediación de sectores que le son opuestos, ha aceptado la entrada de la CIDH (organismo dependiente de la OEA, hostil al gobierno sandinista), y ha cedido para que investigadores internacionales propuestos por la CIDH esclarezcan los responsables de todas las muertes que se produjeron durante las protestas. Por eso, llama la atención que, tras ese último acuerdo donde se garantiza la imparcialidad en las investigaciones, los opositores se retirasen de la mesa de diálogo y llamasen a un golpe de Estado.
Es evidente que presenciamos una nueva injerencia patrocinada por el gobierno Trump: una nueva “revolución de colores” encaminada a justificar una ola de sanciones que golpee a un gobierno que no baila al son de la música de Washington, y cuya desestabilización y consiguiente caos en las calles del país podría justificar una nueva “intervención humanitaria” destinada a derribar al gobierno de Managua.
Ante esa alarmante situación, es urgente levantar la voz contra esa injerencia norteamericana; es apremiante la movilización por la paz, la democracia y la soberanía de los pueblos; es inaplazable que los trabajadores y las organizaciones políticas y sociales de España y Europa se movilicen por la soberanía de los pueblos: en este caso, por un país pequeño en extensión pero gigante en dignidad. Nicaragua se ha ganado con harto sacrificio el derecho a que Estados Unidos saque sus manos del país, a ser un territorio libre de las hipotecas imperialistas y a que nadie intervenga en sus asuntos internos; y tiene la fuerza y la dignidad suficiente para encontrar por sí misma la resolución de la crisis dentro del marco democrático, la legitimidad para elegir libremente su camino de restablecer la paz.