Santiago Javier Armesilla Conde
La noticia, por previsible si se analizan los acontecimientos previos a que esto ocurriera, no deja de suponer un punto de inflexión histórico en Colombia en particular y en Latinoamérica en general. El país, que se encuentra justo en el punto geográfico de unión entre América del Sur y América Central, y por tanto, de Norteamérica, ingresará en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la semana que empieza el lunes 28 de mayo de 2018. Así lo anunció el actual presidente, el conservador Juan Manuel Santos, el pasado viernes 25, en plena campaña electoral de las presidenciales, condicionando por completo los planes y programa que el nuevo presidente colombiano, sea quien sea, pueda desarrollar en la legislatura surgida de los comicios. Lo más probable es que salga Iván Luque, continuista de la labor de Santos y de Álvaro Uribe. Es decir, continuista con la línea conservadora, neoliberal, proestadounidense y rupturista de los procesos de integración latinoamericana emprendidos la década pasada.
La OTAN se originó en 1949, en plena Guerra Fría, para unificar militarmente a los Estados cuya clase dirigente fuera la Gran Burguesía capitalista antisoviética. Sobre la recuperación económica de Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial (el ‘Plan Marshall’), la OTAN, junto a la Comunidad Económica Europa, constituyeron el gran bloque geopolítico angloeuropeo frente a la Unión Soviética y sus países aliados de Europa del Este. Al ser derrocada la URSS entre 1989 y 1991, la Guerra Fría concluyó, pero la OTAN siguió existiendo, con la pretensión de seguir expandiéndose hacia el Este, cercando Moscú y el Área Pivote siberiana que ya teorizó el británico Haltford Mackinder a comienzos del siglo XX como el área cuya dominación aseguraría la dominación del Mundo. Su discípulo, el estadounidense Nicholas Spykman, modificó la teoría, afirmando que dicha Área Pivote no podía ser dominada directamente, pero sí era posible generar inestabilidad en la media luna geográfica que la rodeaba, y que abarcaba desde los Países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) hasta el Sureste asiático, pasando por toda Europa oriental, el Cáucaso, Oriente Medio y el Subcontinente Indio. Cercar a Rusia, ya gobernase Yeltsin, Putin o Medvédev, fue entonces la consigna de las burguesías nacionales pro-OTAN. De ahí la importancia del ingreso de Turquía en la organización en 1952, y la ampliación a todo el antiguo bloque soviético desde 1999 hasta la actualidad. Sin embargo, la situación geopolítica, aunque sigue basándose en ese cerco a Rusia, ha cambiado en buena medida, y la entrada de Colombia en la organización imperialista depredadora OTAN da cuenta de esta nueva situación.
Colombia entrará como «socio global», una figura que no equivale a miembro en sentido estricto, puesto que solo pueden entrar como nuevos miembros las naciones europeas. Las negociaciones para ello parten desde hace un lustro, y su consecución viene acompañada de la entrada de la nación en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Un club internacional capitalista de acreedores de deuda externa de países pobres que por cada dólar que prestan tienen que recibir tres a cambio, lo que prolonga la situación de dependencia de las naciones de la periferia mundial. Para muchos, que naciones como Colombia o Chile formen parte de la OCDE es un éxito que sitúa a ambos países como la locomotora económica y política de América del Sur. Sin embargo, la situación es mucho más compleja. Entrar a la vez en la OCDE y en la OTAN son dos acontecimientos que forman parte de un mismo proceso. Desde el año 2013, personal militar colombiano recibe formación militar en Oberammergau, pueblecito al sur de Alemania donde la OTAN tiene una escuela de cuadros de los ejércitos que forman parte de esta organización supraestatal. También en Roma, en el Colegio de Defensa de la OTAN en la capital italiana. Y el gobierno colombiano tiene contactos diplomáticos con las oficinas de la organización en Bélgica, Estado donde, además, tiene su sede la Unión Europea. Allí se firmó un acuerdo de intercambio de información y seguridad entre la OTAN y Colombia que, ahora, se fructifica. Ya entonces, Venezuela y Bolivia criticaron estos acercamientos, por lo que suponían a nivel geopolítico en el continente. No se equivocaban. Al tiempo, Colombia participó en maniobras navales en el Océano Índico, cerca de Somalia, en acciones contra la piratería de la zona. Entre 2016 y 2017, la diplomacia afianza la relación Colombia-OTAN, y ya se reconoce abiertamente que Colombia entrará como socio formal de la organización.
Colombia es la primera nación política no europea, ni norteamericana (Estados Unidos, Canadá) que entrará en la OTAN como «socio global». Tras ella, otras han llamado a la puerta: Irak, Pakistán, Nueva Zelanda, Japón, Mongolia, Corea del Sur y Japón. Que estos Estados sean los que quieren entrar dice mucho de la nueva orientación que la OTAN está teniendo, tras las críticas pre-electorales que, en Estados Unidos, el ahora presidente estadounidense Donald Trump realizó a la organización, afirmando que estaba «obsoleta». Una vez en el poder, Trump ya no afirma lo mismo, y ha conseguido darla un giro nuevo, conservando la estrategia inicial ya mencionada, de cerco a Rusia. La entrada de Colombia tiene una triple lectura a considerar:
1) A nivel de dialéctica de clases, interna a Colombia, de esta manera se blinda la orientación proestadounidense y neoliberal de su clase dirigente, cercenando aún más las posibilidades de transformación social que unas FARC convertidas en partido político socialdemócrata jamás podrán emprender. El «proceso de paz» colombiano ha permitido ecualizar, tras décadas de guerra civil encubierta, tanto a «izquierda» como a «derecha», para que ambas converjan en la dirección a seguir del país. Con Colombia en la OTAN, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, reconvertidas en Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, quedan atadas a la dirección internacional que en todo el tiempo en que existieron como guerrilla no pudieron, ni supieron, alterar.
2) A nivel de dialéctica de Estados, por la cual la dialéctica de clases colombiana se vuelve internacional, el ingreso en la OTAN tiene una doble lectura. Ya hemos apuntado una, la cercenación del proceso de integración latinoamericano, o latinoamericanista, que trató de desarrollarse la década pasada auspiciada por la izquierda populista bolivariana en Venezuela con el ALBA-TCP, o por el MERCOSUR. Esta organización ha quedado destruida de facto en abril de este año, con la suspensión indefinida de su participación en la misma de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y, también, Colombia. El latinoamericanismo progresista vivía, así, su golpe más fuerte y definitivo, debido al cambio de orientación ideológica que esos países experimentaron en los últimos años. El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha entendido que esto introduce en América del Sur la posibilidad de acción bélica directa a una escala incluso mayor que durante los años de la Operación Cóndor, en las décadas de 1970 y 1980, que instauró dictaduras militares de derecha para impedir el auge del comunismo y el socialismo patriótico y soberano en el continente, auspiciados y dirigidos por los Estados Unidos. Ahora, con Colombia en la OTAN, en América del Sur entra una fuerza militar con capacidad nuclear en la frontera de los gobiernos progresistas de Ecuador y Venezuela. La táctica de la Guerra Fría entra a las puertas de la Venezuela bolivariana y del resto de naciones latinoamericanas como nunca antes había ocurrido. Y es que estamos en una Segunda Guerra Fría tras el periodo de «paz» transcurrido desde 1991 hasta hoy día.
3) Y aquí exponemos el segundo punto a nivel de dialéctica de Estados a considerar. Colombia ocupa un lugar geoestratégico fundamental para la estrategia estadounidense actual. Como ya dije, Colombia conecta América del Sur con América Central y, por tanto, con Norteamérica, y el Océano Pacífico con el Mar Caribe y, por tanto, con el Atlántico. Es la nación que se encuentra entre medias, podríamos decir, entre el Canal de Panamá y la Selva del Amazonas, lugar geoestratégicos para el comercio mundial y la explotación de recursos para los mercados internacionales. Y punto central de la Alianza del Pacífico, organización supranacional que comparte junto a México, Perú y Chile, cuyos orígenes se remontan a 2011, a la Declaración de Lima, y que rompe por la costa del Pacífico con la integración latinoamericanista del ALADI, MERCOSUR, ALBA-TCP y, sobre todo, UNASUR, como se demostró con la suspensión colectiva del pasado mes de abril. Auspiciada por la administración de Barack Obama, la Alianza del Pacífico ha demostrado ser un aliado fundamental de los Estados Unidos en esta Segunda Guerra Fría en que nos encontramos. ¿Por qué? Porque, junto a Colombia, el resto de Estados miembro de la Alianza del Pacífico forman parte también del TISA, siglas en inglés del Acuerdo en Comercio de Servicios, y que aglutina a los Estados firmanes tanto del TTIP (Unión Europea, Estados Unidos y Canadá) como del TTP (a los que, junto a la Alianza del Pacífico, hay que sumar Nueva Zelanda -de nuevo-, Australia, Malasia, Brunei, Singapur y Vietnam), a los que hay que añadir a Taiwán, de nuevo Corea del Sur y Japón además de Pakistán, e Israel. El TISA es el acuerdo comercial marco de la nueva reconfiguración de las alianzas militares geoestratégica de antaño, pero no solo contra Rusia, heredera de la antigua URSS, sino también, y sobre todo, contra la República Popular China. El gigante socialista asiático, que amenaza seriamente la hegemonía política, económica, militar y cultural de Estados Unidos, aún más si cabe que la Unión Soviética en el siglo XX, es el enemigo a batir por Estados Unidos. Y de ahí la necesidad de hacer variar las organizaciones anticomunistas ya existentes hacia el nuevo enemigo. Así, la OTAN llega al Pacífico, el nuevo eje geopolítico del mundo, cuyo control comercial y militar determinará la hegemonía del siglo XXI y quizás del siguiente. No extrañaría que nuevos socios del continente, quizás Chile, acaben ingresando también en la organización militar en el futuro. Junto con el resto de miembros que han pedido el ingreso como «socios globales» ya mencionados, todos alrededor de China.
Con el ingreso de Colombia en la OTAN, Trump da un giro geopolítico que, necesariamente, sus sucesores deberán seguir para reforzar la hegemonía imperial estadounidense del Mundo, junto a otras en la misma línea de reforzamiento como centro del Mundo. Se aborta toda posibilidad inmediata de un giro político dentro de Colombia, se remata el proceso de descomposición del proyecto de integración latinoamericanista desde posiciones bolivarianas o progresistas, el cual todavía no ha terminado, y se coloca a la OTAN en el nuevo campo de batalla marítimo del Pacífico, vigilando la presencia de China en América del Sur y controlando la orilla americana del hace siglos conocido como «Mar del Sur», cuando Vasco Nuñez de Balboa lo bautizó tras descubrirlo subido a la colina del Chucunaque, en la actual Panamá. El «Lago Español» que recorrieron Magallanes y Elcano para dar la vuelta al Mundo hace 500 años, es hoy el campo de batalla más importante de la Segunda Guerra Fría. Y Colombia su primer gran bastión fuera de territorio estadounidense. Está por ver cómo se va a recomponer la Unión Europea, ahora que se va a encontrar escorada en el mapamundi mundial, a un extremo del mismo, mientras el Pacífico adquiere un protagonismo espectacular y Colombia se convierta en punta de lanza del imperialismo depredador del siglo XXI. Veremos cómo Alemania interviene, ahora, en Colombia y en todo el mundo iberoamericano.