En el artículo El monopolio del tomate publicado en la revista Soberanía Alimentaria, Juan José Soriano explica cómo una sola empresa multinacional, Heinz , suministra anualmente más de 6.000 millones de semillas de tomates por todo el mundo; lo que supone que el 34% de todos los tomates que se procesan proceden de semillas de una única multinacional . Todas son “híbridas”, es decir, han sido transformadas para reforzar algunas características pero provocando también que sus descendientes no se comporten en el campo como ellas. Entonces, para conseguir buenas producciones, los agricultores y las agricultoras ya no pueden extraer semillas de la cosecha y volver a usarlas como siempre han venido haciendo sino que deben volver a comprar las semillas año tras año. Además, como estas semillas consiguen ser patentadas a nombre de la empresa ‘mejoradora’ si alguien las guarda y multiplica puede ser multado o encarcelado, como sucede con cierta frecuencia. Después de las semillas híbridas llegó la ola transgénica , con una diferencia. En el laboratorio, la modificación genética incluye la introducción de genes de otro organismo . Aunque se habla mucho de ellos su implantación ha quedado reducida a cultivos pensados solo en dar muchísimos beneficios a empresas que ‘no’ dan de comer a personas; como el maíz, colza y soja dedicados a piensos para la ganadería industrial y/o agrocombustibles para automóviles y camiones.
Modificación genéticaSon muchas las técnicas de laboratorio para modificar el material genético original de las semillas , como la mutagénesis o la fusión protoplástica, pero desde hace unos cinco años una nueva técnica está permitiendo un desarrollo muy rápido. La técnica CRISPR permite, como si habláramos de un editor de texto, suprimir pedazos de gen o cortar y pegar pedacitos del gen en otros lugares esperando obtener con ello nuevas características. Tanto se puede hacer solo con el material genético propio que se quiere modificar como combinando con otros organismos dando lugar entonces a un transgénico.
Es justamente en este punto donde se se está generando un gran debate del que la sociedad en general parecemos excluidos. Aunque no introduzcan nuevos genes, ¿el hecho de ser modificaciones genéticas debe obligar a regulaciones fuertes para garantizar el principio de precaución como se hace con los transgénicos? O por el contrario, como piden las multinacionales, ¿que lleguen a los campos y a las mesas sin más garantías?
Mientras, son muchísimos los grupos científicos que están publicando nuevos éxitos tanto en semillas vegetales como en genética animal para conseguir, por ejemplo, cerdos con menor cúmulo de grasas , vacas que solo paren machos para beneficio de la cría de engorde o vacas resistentes a la tuberculosis . Aparentemente mágicas y magníficas invenciones. Pero siendo una técnica sencilla y barata para una gran empresa y con las leyes de patentes a su favor el debate por la legalización de estos experimentos equivale a la lucha por el anillo mágico de Frodo y compañía: quien controle la vida controlará el mundo .
El grupo de Lippman utiliza la edición de genes con CRISPR para alterar el número y el patrón de ramificación de las flores que se convierten en fruta de tomate.