Homar Garcés
Además de las amenazas y de las agresiones de tipo militar a las que nos tiene acostumbrados desde hace más de un siglo, el imperialismo gringo (con la complicidad de sus socios europeos) recurre a la coacción económica y financiera contra el resto de naciones del mundo, de modo de asegurar su sumisión y el control de sus riquezas naturales. Esta coacción económica y financiera es una nueva forma de guerra, muy especializada, por cierto, ahora llevada a cabo mediante otros medios, lo cual se refleja en la desestabilización de mercados con acciones, bonos, divisas, materias primas y derivados financieros, entre otros elementos utilizados, afectando la economía de aquellas naciones, cuyos gobiernos son catalogados de amenazas inusuales y extraordinarias a la seguridad nacional yanqui. Cuestión que, de concretarse definitivamente, supondrá la instalación en cada país de una estructura económico-social carente de derechos democráticos extensivos a todo el conjunto de la población, siendo éstos reservados para goce exclusivo de las minorías dominantes. Ello será factible, además, si llegara a ocurrir la derrota de los sectores populares en su lucha por lograr una autodeterminación que se exprese, en un primer plano, en su independencia política y, en un segundo plano, en su independencia económica.
Según lo explicara Zbigniew Brzezinski, uno de los llamados tanques pensantes de la geopolítica estadounidense, «el caos constructivo sostiene la necesidad de alentar y apoyar conflictos violentos, crisis económicas y/o sociales, con la finalidad de impulsar el acoso y derrocamiento de un Gobierno». Para ello, apela al soft power (poder suave) o al uso de artilugios diplomáticos de presión. En el caso venezolano, ya se ha constatado cómo se ha aplicado todo lo indicado por Gene Sharp en su obra «De la Dictadura a la democracia»: la generación deliberada de un clima de molestia generalizada contra el gobierno nacional, una permanente cruzada en defensa de «la libre empresa, de la libertad de prensa y de los derechos humanos», con denuncias reiteradas de corrupción, totalitarismo y autoritarismo gubernamentales, la lucha por reivindicaciones políticas y sociales, así como la organización de manifestaciones y protestas que culminen en violencia, amenazas a instituciones o personajes políticos, manipulaciones de guerra psicológica y desestabilización del gobierno, mediante movilizaciones que impulsen la «ingobernabilidad» y forzar la «renuncia» del presidente o jefe de gobierno y la preparación de una intervención militar, a través del aislamiento internacional del país. Todo lo cual ha resultado inútil, contribuyendo más bien -en sentido contrario- a fortalecer el hegemonismo construido por el chavismo en más de una década, viéndose incrementado ahora con la mayoría obtenida en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente, de las gobernaciones y, más recientemente, de las 335 alcaldías del país; conformando un sistema ajeno a los postulados esgrimidos originalmente hace 18 años.
Como se podrá colegir de lo anterior, para el capitalismo corporativo global se hace imperativo que hayan regímenes democráticos de excepción con los cuales puedan asegurar sus intereses económicos y controlar y minimizar las diversas luchas sociales (sobre todo, de índole laboral) que socaven el desarrollo de sus iniciativas empresariales y la obtención invariable de ganancias. No obstante, la merma creciente de la supremacía económica euro-estadounidense ante gigantes militares y económicos como China y Rusia (a los cuales eventualmente se adherirían países de diversos continentes) tendrá como uno de sus transcendentales resultados que Europa y Estados Unidos (agrupados en la OTAN, con poder de veto en la Organización de las Naciones Unidas y bastante influencia en el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial) cesarían, en un futuro no lejano, en sus papeles de grandes gendarmes «democráticos» de nuestro planeta, fallando en su propósito de imponerle a la humanidad entera un unilateralismo globalizador, cuyos valores sean los que ellos representan.
En la circunstancia definitoria por la que atraviesa gran parte del planeta frente a un capitalismo global neoliberal que subyuga la soberanía de los pueblos, independientemente de las garantías establecidas en las constituciones y el derecho internacional, es hora que los diversos movimientos sociales y políticos revolucionarios que lo confrontan activa y conceptualmente lleguen a comprender que ya no basta con proclamar una unidad revolucionaria que, muchas veces, no pasa de ser un elemento meramente retórico. Hace falta apelar a la construcción orgánica -de manera horizontal, desde abajo y en todos los frentes de lucha posibles- de una estructura de coordinación colectiva, basada en procedimientos y actuaciones de carácter consejista que conlleven al logro efectivo de tal unidad. En función de ello, hay que comprender que, además, bajo la lógica perversa del capitalismo, la estructura social se ha diversificado a tal punto que no resulta ninguna novedad «descubrir» categorías y subcategorías sociales existentes en el mundo contemporáneo. Esto, ya de por sí, representa un alto desafío. Desconocer dicha realidad será continuar manejando los esquemas simplistas y legitimadores que moldearon el actual modelo civilizatorio, o sistema-mundo.