José Vicente Cobo
Nuestro mundo parece haberse vuelto más pequeño, entre otras cosas debido a Internet, a los teléfonos inalámbricos y a otras comodidades humanas actuales. Internet nos hace creer que el mundo se ha convertido en una aldea. En una fracción de segundo accedemos a través de Internet a más conocimientos e información de los que haya podido ofrecer cualquier biblioteca de tiempos pasados, por muy grande que esta fuera. Las noticias de todo el mundo nos llegan segundo a segundo. Todos los sucesos, en todos los idiomas, incluyendo imágenes y sonido se hallan tan solo a la distancia de un clic del ratón. Quien quiere aportar su comentario al respecto puede hacerlo también de inmediato, difundiéndolo simultáneamente alrededor del globo.
Cualquiera puede observar vía satélite, de cerca o de lejos, los más remotos rincones de la Tierra, añadiendo a ello informaciones e imágenes, y haciéndolas accesibles a todos los demás usuarios de la red. Para conversar con otras personas ya no es necesario salir de casa. Las plataformas de Internet posibilitan a cualquiera conversar simultáneamente con innumerables personas de cualquier país. Quien no obstante desea ver a su interlocutor, puede mantener una conversación cara a cara en cualquier país de esta Tierra. La organización de actividades para pasar el tiempo libre, especialmente entre los jóvenes, ya no se hace de la forma anticuada, por teléfono. Con el teléfono móvil uno está localizable para recibir directamente todas las informaciones donde quiera que se encuentra. Quien desea saber dónde está su círculo de amistades, se entera mediante el móvil, ya que cada movimiento de su dueño es registrado y se halla disponible “en línea” cuando sea necesario. Con estas y otras posibilidades tecnológicas, la persona cree estar en casa en todo el mundo. Lo que se halla lejos parece estar al alcance de la mano. La persona siente las numerosas posibilidades – erróneamente- como si fueran libertad.
Pero el mundo no se ha vuelto más pequeño, ya que las fuentes de registro, los cosmos –el cosmos material y el cosmos más allá de la materia- no se han encogido. En la Tierra viven cada vez más personas; la mayoría de ellas están unas contra otras. En base a su insaciable codicia del ego, cada cual quiere ser el más grande. Pocos reflexionan acerca de que están dejando en su alma las huellas de su locura.
Aunque cada vez hay más seres humanos cuyos malos actos aumentan desmedidamente, no por ello las fuentes de registro de los cosmos tienen que agrandarse, hay suficiente espacio para cada alma. Los cosmos han sido correspondientemente dispuestos por Aquel que sabe acerca de todas las cosas, también acerca de futuros desarrollos. Hagámonos conscientes de ello. Cada falta, todas las adicciones y excesos, la brutalidad, toda violencia o empleo de violencia respecto a los seres humanos, los animales y la naturaleza, respecto a toda la Tierra, es asignada con detalle a cada persona en particular, también a su alma, y es grabada en las fuentes de registro como parte de una culpa.