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Makota Célia Gonçalves Souza
Brasil de Fato

 

Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez

 

Brasil vive, desde hace un año, un estado de golpe a la democracia, a los derechos y a las conquistas de las trabajadoras y de los trabajadores. El desmantelamiento del Estado social patrocinado por los golpistas de turno demuestra claramente qué pretende la élite brasileña: la vuelta a un país donde impera el hambre, la miseria, el paro, la muerte y la violencia social.
Todavía retengo en mi memoria las escenas de hambre y sed que ilustraban las páginas de los periódicos y los telediarios de la prensa golpista. Eran escenas que me dejaban aturdida ante la situación de extrema pobreza de nuestro pueblo. Era la industria de la sed y del hambre la que alimentaba a una élite que sólo se siente confortada cuando expone a los más pobres, a los más humildes, a un estado de sumisión absoluta a sus intereses. En esa situación, no hay lugar para el Estado social, un Estado que anteponga los intereses colectivos por encima de los intereses de los poderosos.
El golpe fue la forma más rápida que esa élite encontró para acabar, en un año –un tiempo mínimo en la rueda de la historia -, con estructuras que aseguraban mínimamente la máxima aristotélica de que “debemos tratar igualmente a los iguales y desigualmente a los desiguales en la medida de su desigualdad”. Estábamos en el camino, aunque en su inicio, de un país de y para todos. Un país sin desigualdades sociales ni raciales.
Estábamos en el camino de la construcción de un Estado Social pleno, capaz de comprender que la diversidad y la pluralidad social deben ser tenidas en cuenta en el momento de la elaboración de las políticas públicas; de construcción de un Estado que entendiese que la tierra es para quien vive de ella y no para quen tan sólo la explota para aumentar su riqueza; de un país que entienda que la educación, la salud y el trabajo digno es un derecho de todos y no sólo para una parte de sus ciudadanos. El Estado social es el Estado en que todas las ciudadanas y todos los ciudadanos son tenidos en consideración y tienen garantizada la igualdad de derechos.
Pero no nos engañemos: sufrimos un golpe certero. Las intenciones de los golpistas pretenden poner fin a la posibilidad de un país mejor, en que justicia social, derecho y ciudadanía fuesen la orden del día. En el mejor de los supuestos, digo que fuimos engañados, fuimos ingenuos y confiados, pensando que una gente históricamente sin escrúpulos garantizaría la igualdad, el derecho, la democracia y la inclusión en nuestro país.
Historia de privilegios
Hay, por parte de determinados segmentos sociales de nuestro país, un fuerte rechazo a las transformaciones acontecidas en nuestro país. No son capaces de negar que esas medidas pusieron fin a privilegios históricos, lo que supone sacar del armario el racismo, los prejuicios y la intolerancia, que hasta ese momento estaban bien guardados y adornador por un curioso barniz social. Tener que convivir en espacios comunes, sentar en el avión al lado de un negro o de un pobre, compartir los mismos pupitres, ver quien vive de la tierra con derecho a ella…, incomodó mucho a quiénes hasta ese momento no se declaraban racistas ni prejuiciosos porque tenían un conocido negro y/o una vieja y buena criada negra, algo que no tiene nada que ver con la convivencia en espacios públicos con una diversidad que incomoda.
Brasil estaba cambiando, aunque todavía queda mucho por cambiar. No obstante, en estos momentos estamos viviendo una nueva realidad, el desmantelamiento de conquistas históricas. Nuestro país, hoy, es un país de pérdida de conquistas, de recorte de derechos de los trabajadores y de las trabajadoras. Un país que avanza hacia el desmantelamiento de las llamadas políticas públicas y de los derechos. El fin del Estado Social. Una realidad en la que urge nuestra intervención, nuestra organización para garantizar lo básico. Con el desmantelamiento del Estado brasileño, lo que está en juego es nuestro futuro.
Necesitamos luchar para garantizar nuestros sueños, que sólo se harán realidad si intentamos transformarlos en sueños colectivos y fundamentales. Si nos organizamos y luchamos, si permanecemos juntos, daremos avanzaremos a grandes pasos hacia la plena democracia. El hecho de ser diferentes no puede ni debe significar falta de igualdad y de derechos. Nuestros hijos, sin duda, merecen vivir en un país diferente, y sus hijos en un país todavía más diferente y, de ese modo, los hijos de sus hijos posiblemente ya no necesitarán tener políticas de cuotas y acciones de discriminación positiva para acceder a sus derechos.
La solidaridad y la generosidad de los hombres de bien son fundamentales en momentos como este. Llaman a nuestra puerta quienes pusieron en venta nuestro país, nuestra Amazonia, nuestras riquezas naturales, cuya continuidad en nuestras manos peligra en un horizonte no muy lejano. Las reservas indígenas, las tierras quilombolas, los asentamientos rurales y urbanos, el trabajo decente y digno, todo corre el serio peligro de dejar de existir en breve. Necesitamos pensar urgentemente un proyecto político para nuestro país y defenderlo duramente. Un proyecto político que tenga en cuenta el país que queremos, un país democrático y justo, que tome en consideración a todos sus ciudadanos.
Nuestro país es un país continental que actualmente se desangra por la falta de democracia, dónde no hay control social, pues eso únicamente es posible en Estados democráticos y de derecho. Necesitamos tomar las riendas de nuestro destino, ocupar las calles y resistir. Pensar un país para todas y para  todos, pues el futuro únicamente se podrá alcanzar si somos conscientes de los errores cometidos en el pasado y tenemos la valentía necesaria para enfrentarnos al presente. Nuestro presente es de lucha, mucha lucha, garra, persistencia, resistencia y coraje.

Makota Célia Gonçalves Souza es comunicadora social, especialista en marketing y coordinadora nacional del Centro Nacional de Africanidad y Resistencia Afrobrasileña (CENARAB)