Roberto Morales Estrella

Roberto Morales Estrella

En caso de que se aprobara o desapareciera el TLC, ¿cuáles serían los efectos y consecuencias para la economía mexicana y para los más de 50 millones de mexicanos que se localizan en el filo del hambre y la pobreza?
Las respuestas no son sencillas ni únicas, en este momento las negociaciones están en un pantano por las erráticas y bipolares declaraciones del presidente Trump. Las autoridades mexicanas han puesto al TLC, a través de su oneroso marketing político, como un objetivo de gobierno y, por ende, de solución a los rezagos y de consolidación de lo que ellos llaman triunfos.
Después de 23 años de TLC hay ganadores y perdedores; en la producción del campo, los ganadores son las importadoras y comercializadoras de granos básicos, de ganado y aves, como los productores de algunas hortalizas, claro, todos estos productos en estado natural, debiendo entenderse con bajo contenido de conocimientos, es decir, de bajo valor agregado.
Entre los perdedores están los más de 5 millones de pequeños productores de maíz de la agricultura familiar, los cuales fueron desplazados, viéndose obligados a trabajar en condiciones infrahumanas, como en la empresa Driscoll, en San Quintín.
El maíz, además de ser un alimento básico para los mexicanos, representa uno de los pilares de nuestra cultura, pero el déficit de su balanza comercial superó el 129 por ciento al pasar de menos 154 a menos 200 millones de pesos, entre junio de 2016 y junio de 2017.
La explicación está en los términos del TLC pasado, ya que mientras los campesinos mexicanos se enfrentaron a un mercado abierto, con un rezago tecnológico y sin apoyos, los productores agrícolas estadunidenses sí contaron con subsidios y asistencia tecnológica, además de que las importaciones provenientes de EU fueron a precios de dumping y sin protección de aranceles, lo que facilitó a los productores norteamericanos dominar el mercado mexicano.
Lo peor es la autorización de sembrar maíz transgénico en territorio nacional contaminando las tierras mexicanas, ya que utilizan herbicidas altamente depredadores como el glifosato y el dicamba, sustancias muy tóxicas y cancerígenas que generan enfermedades neurodegenerativas en los humanos y depredan el entorno de la planta.
El presidente Trump seguramente no dará marcha atrás a la construcción del muro, además de utilizarlo como medida de presión para renovar el TLC, ya que EU siempre ha utilizado las presiones e intervenciones para lograr sus objetivos, el TLC de 1994 no fue exento de tales presiones, en ese tiempo fue el Acuerdo sobre Aspectos de Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPS), el cual debería aceptar México si quería que se firmara el primer TLC (tal vez el último).
Ello derivó en la abrogación de diversas leyes, entre ellas la de invenciones y marcas, para dar paso en 1991 a la Ley de Propiedad Industrial, lo que significó el sometimiento de nuestro país a la jurisprudencia de EU inclinada a favorecer a la protección de la propiedad intelectual en manos de las empresas trasnacionales, como el caso de las farmacéuticas, cuyos productos patentados eran utilizados por mexicanos sin pago de compensación, dado que las leyes anteriores a la de la propiedad industrial prohibían el patentamiento de productos farmacéuticos, claro, en ese entonces la salud era un derecho humano y ahora ya no lo es en México.
La justificación desde la óptica de EU era la debilidad y heterogeneidad de los sistemas de derechos de propiedad intelectual, en los países en desarrollo como México, situación que estaba produciendo serias distorsiones en el comercio global, que desalentaba a las empresas trasnacionales a concurrir a los mercados internacionales, lo cual era un obstáculo en la expansión de la economía mundial.
Por lo que gracias al TLC de 1994, el conocimiento tecnológico se mercantilizó, institucionalizándose los derechos de propiedad intelectual, fundamentalmente en manos de las trasnacionales, como instrumento de apropiación de beneficios en la globalización.
La función de producción de conocimiento está determinada por tres ingredientes: el conocimiento acumulado (los políticos lo ignoran), capital humano de alta calidad (derivado de una educación de alta calidad, inexistente en nuestro país), y la inversión en I+D como en infraestructura científica y tecnológica, que con los recortes (los cuales ya son práctica de gobierno), no lograremos impulsar la transferencia tecnológica ni de conocimientos que necesita nuestra economía para hacer realidad el desarrollo sustentable.
Cualquiera que fuera el resultado de las llamadas negociaciones del TLC, será un tratado fallido porque el gobierno de Peña Nieto no tiene capacidad, voluntad política, ni técnica, y menos el respaldo de un pueblo flagelado por la corrupción, por la violencia y sobre todo por políticas económicas antisociales, ya que solo favorecen a las trasnacionales, que son las únicas que crecen, pero los más de 50 millones de mexicanos son más pobres cada día. ¿No lo cree usted?