Canarias Semanal

Parece una paradoja, pero han sido de nuevo los archivos de los servicios secretos occidentales los que se han encargado de sacar a la luz el miserable papel jugado por un sector de la intelectualidad «progresista» occidental en el curso de la guerra fría. El documento de la CIA, encabezado por el llamativo título: «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda». describe con todo lujo de detalles cómo debe proceder la Inteligencia estadounidense para la captación de intelectuales de «izquierdas».

Parece una paradoja, pero han sido de nuevo los archivos de los servicios secretos occidentales los que se han encargado de sacar a la luz el miserable papel jugado por un sector de la intelectualidad «progresista» occidental en el curso de la guerra fría. Cuenta el historiador argentino Pablo Pozzi, en un artículo recientemente publicado, que una vez más ha sido la aportación de documentos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la que ha vuelto a poner en tela de juicio la integridad y respetabilidad de un número de intelectuales, que se autoubicaban en la izquierda francesa de las décadas de los 50,60 y 70 del pasado siglo.

El documento de la CIA está encabezado por un llamativo título: «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda». En el documento en cuestión se describe con todo lujo de detalles cómo debe proceder la Inteligencia estadounidense para la captación de intelectuales de «izquierdas».

En esta ocasión, han sido los servicios de la Inteligencia norteamericana los que han asumido como suyo, el papel de dar a conocer algunas de las funciones ejecutadas durante la «guerra fría», por unos intelectuales a los que no pocos tenian por «progresistas e independientes».

LA «LIBRETITA» DE GEORGE ORWELL

La indiscreta revelación de los autenticos nombres de los Judas, así como de la cuantificación de los denarios que cobraron, no fue obra exclusivamente de la Agencia americana. Desde hace ya años, la inteligencia británica – el M16, concretamente – dió también a conocer los servicios prestados por algunos de sus colaboradores más estrechos. Tal fue el caso de un miserable»chivato», que tenía como principal afición ir anotando en una libretita de tapas negras, los nombres de aquellos intelectuales británicos y estadounidenses que él consideraba «compañeros de viaje, testaferros del comunismo o simpatizantes». Hasta 125 nombres de escritores y artistas llegó a contener la «libretita» de este despreciable delator. En su lista figuraban desde John Steimbeck a Charles Chaplin, pasando por Orson Welles y Bernard Show. El soplón fue nada menos que el todavía admirado escritor británico Georges Orwell.

El autor de «Rebelión en la granja», además de recibir el apoyo de todo tipo de recursos económicos por parte de la CIA, simultaneaba sus inconfesables canonjías con la delación detallada y sistemática de aquellos intelectuales que se negaban a plegarse a los designios ideológicos de los intereses de los Estados Unidos. Ha sido preciso que transcurrieran más de 50 años para que lográramos conocer la oculta afición de este alcahuete .

MICHEL FOUCAULT, JACQUES DERRIDA Y JACQUES LACAN

Es cierto que no todos los servidores directos o indirectos de la CIA, procedieron como George Orwell, aunque como él fueran igualmente receptores de la ayuda encubierta de la Agencia. El documento ahora desclasificado se refiere particularmente a los intelectuales aglutinados alrededor de la Revista Annales, la Ecole des Hautes Etudes y a personajes como Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan. Pero, no obstante, los procedimientos sugeridos por la CIA a sus agentes fue una práctica habitual de esa institución del espionaje estadounidense a lo largo de años.

El documento en cuestión indica, además, cuáles deben ser las tácticas y estrategias para generar un ambiente intelectual antimarxista a partir de influenciar a los intelectuales posmarxistas y a los críticos del Partido Comunista francés.

La CIA constata en su análisis que «durante las protestas de mayo-junio de 1968 […] muchos estudiantes marxistas miraban hacia el PCF para liderazgo y la proclamación de un gobierno provisional, pero la dirección del Partido Comunista Frances trató de aplacar la revuelta obrera y denunció a los estudiantes como anarquistas».

Fue a partir de ese momento cuando apareció en Francia la corriente llamada de los «Nuevos Filósofos» que, desilusionados con la izquierda, «rechazaron su alianza con el PCF, el socialismo francés, y las premisas básicas del marxismo».

La cuestión es que la CIA consideraba a la nueva hornada de intelectuales «posmarxistas» como más rentables para sus propósitos en su batalla ideológica contra el socialismo, que aquellos otros sectores de la intelectualidad francesa, como Raymond Aron, que habían perdido su prestigio por su indisimulado apoyo al fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.

MARC BLOCH, LUCIEN FEBVRE Y FERNAND BRAUDEL

No ocurría lo mismo con aquellos otros intelectuales, considerados como «demócratas« e, incluso, como «marxistas independientes» . Estos últimos resultaron ser infinitamente más útiles en su crítica al comunismo que la antigua intelectualidad gala , ampliamente desprestigiada y enfangada por sus compromisos con el gobierno de Petain y su colaboración con los nazis.

Con toda clarividencia, el documento de la CIA -cuyo original adjuntamos a este artículo – constata un hecho realmente significativo, que recoge Pablo Pozzi del documento descatalogado :

«Entre los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela vinculada con Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha avasallado a los historiadores tradicionales marxistas. La escuela de Annales, como es conocida por su principal publicación, ha dado vuelta la investigación histórica francesa, principalmente desafiando primero, y rechazando después, las teorías marxistas del desarrollo histórico. Si bien muchos de sus exponentes pretenden que están dentro «de la tradición marxista«, la realidad es que solo utilizan el marxismo como un punto crítico de partida […] para concluir que las nociones marxistas sobre la estructura del pasado –de relaciones sociales, del patrón de los hechos, y de su influencia en el largo plazo– son simplistas e inválidas.»

«En el campo de la antropología, la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental.»

No deja de resultar curioso que el documento de la CIA, ahora descatalogado, agradezca de paso a Foucault y a Lévi Strauss que «recuerden las sangrientas tradiciones de la Revolución Francesa» y que el objetivo de los movimientos revolucionarios no era tanto la profunda transformación social y cultural de una sociedad, sino más bien el poder. Consecuentemente , según el documento, la teoría francesa posmarxista realizó una contribución inapreciable al programa cultural de la CIA que intentaba mover a los intelectuales de izquierda hacia la derecha, mientras desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, permitiendo la creación de un ambiente intelectual donde sus proyectos podían ser llevados a cabo sin ser molestados por un serio escrutinio intelectual.

La verdad es que el documento que nos está sirviendo de referencia, no es novedoso. Ya la investigadora británica Frances Stonor Saunders indicó en su voluminoso y documentado libro «La CIA y la Guerra Cultural «, cuáles eran las armas que la inteligencia americana utilizaba en su batalla ideológica en contra del socialismo. La propia Stonor Saunders indicaba que la CIA tenía más preferencia por los «marxistas» reconvertidos que por aquellos intelectuales caracterizados por su conservadurismo ideológico o por sus posiciones políticas derechistas

Y otro dato interesante. La promoción pública de este tipo de intelectuales contó siempre con abundantes recursos económicos, compromisos editoriales, medios de comunicación y dignidades académicas, casi todos ellos cocinados en los laboratorios de la CIA.

El documento describe cómo fue que las obras de personajes como André Glucksmann y Bernard Henri Levy, llegaran a convertirse en auténticos best sellers mundiales. La Agencia de inteligencia norteamericana adquirió, por ejemplo, miles de ejemplares de las obras de Hannah Arendt, Milovan Djilas, y Isaiah Berlin para su posterior promoción .

Cuenta Pozzi en su artículo que las citadas regalías fueron completadas con viajes, becas, subsidios, y una cantidad importante de seminarios internacionales destinados a promover tanto la visión de Annales como el estructuralismo de Claude Lévi Strauss.

Pablo Pozzi concluye que cuando los intelectuales de izquierda no encontraban recursos para hacer avanzar o publicar sus investigaciones, se les trataba de forzar a aceptar el orden establecido, a través de la adopción de modas intelectuales hegemónicas, que les permitiera la posibilidad de encontrar un empleo. En opinión de Pozzi , el resultado de esta componenda fue el debilitamiento del pensamiento de izquierdas.

Pero, transcurridas décadas después de aquellos pasajes bochornosos de la historia de la intelectualidad «progresista« europea , ¿alguien se atrevería a asegurar que aquello solo fue un trágico recuerdo del pasado?