Gabriel Esteban Merino

Hace pocos días se conoció la noticia por la BBC de que se van a realizar ejercicios militares conjuntos entre las fuerzas armadas de Estados Unidos, Brasil, Colombia y Perú, y para ello se va a instalar una base militar temporal en Tabatinga, la localidad de la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú, en el corazón de la Amazonia. Según la nota, dichos ejercicios fueron propuestos por Brasil a partir de una participación que hicieron sus fuerzas armadas como observadoras en un ejercicio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Hungría.

Dos meses antes de conocerse estos ejercicios militares, la prensa del establishment occidental ponía foco sobre la triple frontera de Brasil, Colombia y Perú: según la BBC allí se conforma un triángulo de drogas, armas y violencia, donde Brasil comparte la frontera con los dos mayores productores de cocaína del mundo, Perú y Colombia. Según las fuerzas de seguridad y el ejército, la capacidad de ejercer cualquier tipo de control se encuentra muy limitado (BBC, 6 de marzo de 2017).

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Con ello claramente se busca legitimar la intervención militar, usando el narcotráfico (al igual que se usa el terrorismo) como uno de los elementos principales para el intervencionismo de Estados Unidos, como ocurre habitualmente en Nuestra América. Resulta paradójico por lo menos, que siempre los aliados estratégicos de Estados Unidos (y luego de años de intervención de las fuerzas armadas y de seguridad estadounidenses) sean los mayores productores mundiales de cocaína y núcleos del narcotráfico internacional.

De producirse estos ejercicios militares estaríamos ante un cambio geopolítico de 180 grados en Brasil. El Estado brasilero y sus fuerzas armadas, aun en los momentos de mayor alineamiento a los Estados Unidos y actuando como subimperialismo regional, tuvo un política de no intervención de la potencia del norte en términos militares en su propio país. La política subimperialista de la dictadura brasilera con el golpe de 1964 consistía en funcionar como polea de transmisión de los intereses dominantes de Estados Unidos en el Hemisferio (como parte del polo de poder angloamericano), pero a cambio un relativo margen de maniobra en cuanto al sostenimiento de cierta política industrial nacional y cierta autonomía en materia de defensa: no instalación de bases militares extranjeras, posibilidad de desarrollo relativo del complejo industrial militar brasilero, etc. Parece que dicha política busca revertirse, yendo mucho más a fondo en el nivel de dependencia y subordinación que a partir del golpe de 1964 y que en los años 90’.

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Según el analista Miguel Ángel Barrios, existe un profundo malestar en la cúpula del Ejército de Brasil por la nota publicada por la BBC y continúa muy presente su orientación nacionalista. Sin embargo, no existió una desmentida sobre los ejercicios en cuestión y, como veremos a continuación, se juegan otras cuestiones más profundas. Se observa que en Brasil la postura a favor de profundizar el lineamiento y la dependencia con los EE.UU. está avanzando en sus niveles de influencia.

Acuerdos militares entre Estados Unidos y Brasil

Hay otra cuestión fundamental que viene avanzando y en donde se enmarcarían los ejercicios de las triple frontera: los acuerdos militares que se produjeron entre Estados Unidos y Brasil, mediante los cuales se busca «volver a conectarse» y «estrechar lazos». Después de más de seis años de negociaciones, el Ministerio de Defensa de Brasil y el Departamento de Defensa de Estados Unidos (el Pentágono) firmaron el miércoles 22 de marzo el Acuerdo Maestro para el Intercambio de Información en el área de investigación y desarrollo en defensa.

Con este acuerdo, una parte de la élite militar brasilera, del poder económico y del establishment político neoliberal, pretenden poner el complejo industrial militar de Brasil en relación de subordinación al Pentágono y al complejo industrial militar de los Estados Unidos. Se ven ocupando el lugar proveedores, como parte de dicha Red y de sus importantes negocios: Estados Unidos es el mayor exportador de armas del mundo (30%) y su gasto en Defensa supera los 500.000 millones de dólares (en su estimación más reducida).

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En parte, dichos acuerdos ya venían siendo impulsados desde 2015 por la propia Dilma Rousseff, en un intento de recomponer cierta capacidad de supervivencia de su debilitado gobierno, para lo cual restableció las relaciones con Obama y el bloque global angloamericano. Sin embargo, en los últimos años, aun con muchas contradicciones y retrocesos impuestos en la última etapa, bajo el paradigma de regionalismo autónomo y con una impronta nacional-popular, los gobiernos del PT buscaron desarrollar el complejo industrial-militar y la defensa para ganar en grados de soberanía nacional y regional.

En este sentido debe leerse, entre otras cuestiones, la constitución del Consejo de Defensa de la Unasur y el desarrollo de un avión de entrenamiento regional; el desarrollo conjunto con Argentina del vehículo militar gaucho; el acuerdo con Francia para obtener transferencia tecnológica estratégica con la construcción de un submarino nuclear destinado a patrullar las aguas bajo las cuales se encuentran las enormes reservas petroleras del pre-sal; la compra de aviones militares a Suecia en detrimento de su adquisición a los Estados Unidos; la política contraria a la instalación de bases extranjeras en la región (lo que incluía el reclamo por la soberanía argentina de las islas Malvinas donde la OTAN a través del Reino Unido posee la principal base militar del Atlántico Sur).

La cuestión de estrechar lazos a nivel militar entre Brasil y Estados Unidos también posee una importante dimensión simbólica: en el mes de marzo, en el mismo mes en que se firmó en Convenio, fue condecorado el general estadounidense Clarence K. K. Chinn con una medalla de orden de mérito militar. Dicho general visitó las instalaciones del Comando Militar de la Amazonia. Recordemos, como parte de este análisis de la dimensión simbólica, que en la concepción estratégica de buena parte de la élite militar e intelectual estadounidense y de sus clases dominantes la Amazonia es considerada un territorio internacional que debe ser controlado por sus infinitas riquezas. Más allá de que el mapa con que supuestamente se formaban los militares norteamericanos en donde aparecía la Amazonia como territorio internacional separado de Brasil pueda no ser cierto, si es cierto que dicho mapa mental y geoestratégico existe.

La puja geoestratégica: unipolarismo, multipolarismo y bloque regional

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Como resulta evidente, en la región existe una puja entre, por un lado, las fuerzas del regionalismo autónomo que, en términos típicos, buscan ganar mayores grados de autonomía relativa, construir un bloque regional de poder, tener un desarrollo económico independiente, controlar los recursos naturales y fortalecer la identidad nuestroamericana, convergiendo con las fuerzas multipolares que se enfrentan al unipolarismo angloamericano; y por otro lado, las fuerzas del regionalismo abierto/dependiente que no cuestionan el lugar de Nuestra América como periferia y su papel en la división internacional del trabajo como proveedora de materias primas, buscan estrategias de adaptación al capitalismo mundial, plantean una alianza estratégica con los Estados Unidos y, en términos más amplios, con el establishment de «Occidente» y el Norte global; y centran su política económica en el supuesto «libre mercado» (imposible en términos fácticos dada la concentración del capital, por lo cual es mera propaganda del capital monopólico) y en la integración de las cadenas globales de valor dominadas por el capital transnacional.

Con el golpe a Dilma Rousseff está completamente claro el triunfo de las fuerzas que abrevan en el regionalismo dependiente. Lo mismo puede afirmarse con el triunfo de Macri en Argentina, que al igual que Temer en Brasil, rápidamente se posicionó a favor de avanzar con la Alianza del Pacífico y el tratado de libre comercio con la Unión Europea, se acercó a la OTAN y adoptó su geoestrategia como propia. Además, ambos gobiernos comenzaron velozmente a desarmar la institucionalidad que propiciaba la construcción de un bloque regional de poder, apuntaron sus cañones hacia Venezuela (ver Razones geopolíticas y geoestratégicas de la exclusión de Venezuela del Mercosur), iniciaron un fuerte proceso de ajuste y transferencia de riqueza a favor del capital concentrado y de los ricos en general y consolidaron el dominio del gobierno del Estado por parte del Bloque Financiero (hasta con sus propios cuadros gerenciales en funciones administrativas).

Sin embargo, a partir del triunfo de Trump y el Brexit se produce un cambio en las relaciones de fuerzas en Estados Unidos y el polo de poder angloamericano a favor de las fuerzas Americanistas y Nacionalistas, en detrimento de las fuerzas Globalistas, que modifica el escenario regional y obliga a los globalistas locales a recalcular su posición. Es decir, perdieron el gobierno las fuerzas globalistas que pujan por el desarrollo del capitalismo financiero transnacional y las cadenas globales de valor en red dominadas por las fracciones de capital avanzadas, abrevan en el multiculturalismo globalista como lógica cultural, apuestan por una institucionalidad global e impulsan una geoestrategia cristalizada superestructuralmente en los mega acuerdos Trans-Pacíficos y Trans-Atlanticos (TTP y TTIP).

Ahora, ganaron posiciones en las relaciones de poder las fuerzas americanistas y nacionalistas, con sus contradicciones (por los últimos acontecimientos en Estados Unidos se impusieron las fuerzas americanistas, especialmente con conducción de los neoconservadores, después de que Trump sufriera varios golpes y debiera abandonar gran parte de sus políticas). Estas fuerzas pujan por un capitalismo multinacional propio de fracciones de capital retrasadas en la transnacionalización que no son tan competitivas para el «libre comercio», exaltan la identidad blanca-anglosajona puritana (crecientemente recurriendo al supremacismo racial explícito) y apuestan a recuperar el lugar dominante de los Estados Unidos por sobre cualquier institucionalidad multilateral: «Estados Unidos Primero».

Los globalistas concentran sus estrategias de avance en los planos económicos-financieros e ideológico-culturales y en la construcción de una nueva hegemonía del polo angloamericano y de «Occidente» a partir de una institucionalidad global que impida a cualquier poder emergente desafiarla. Por el contrario, los Americanistas y especialmente los neoconservadores hoy dominantes en el gobierno de Estados Unidos (cuya doctrina se sintetiza en el Proyecto Para el Nuevo Siglo Americano), apuestan a la supremacía militar, al control del petróleo, al control de Medio Oriente y al fortalecimiento geopolítico en el Hemisferio Occidental para asegurar que Estados Unidos –como vértice Estatal del polo angloamericano— reconstruya su hegemonía mundial.

Ahora la conducción política de los Estados Unidos está en gran medida en el Pentágono. Y los nuevos gobiernos bajo la órbita de Estados Unidos en la región deben acordar con el Pentágono/Departamento de Defensa. Queda en segundo lugar la agenda del libre comercio, que además las fracciones de capital «americanas» retrasadas ven con malos ojos cuando traspasan los océanos.

De hecho, Trump voló por los aires del TTP y el TTIP de los globalistas. Probablemente su gobierno vuelva a insistir en una nueva versión de ALCA a partir de la renegociación del NAFTA en detrimento de México. Pero lo central para los neconservadores son los acuerdos en el plano político y militar. Después de todo, el mundo vive una «Guerra Mundial Fragmentada» (como denuncia el papa Francisco) y ello motoriza al complejo industrial-militar del Pentágono profundizando el keynesianismo militar para impulsar a la economía norteamericana. Por allí se va a resolver la configuración del Orden Mundial en ciernes razonan los neoconservadores, que no ven con malos ojos aumentar la proporción de la guerra convencional en los conflictos alrededor del mundo, frente a la guerra de inteligencia y a la guerra financiera de los globalistas. Los misiles lanzados en Siria, la superbomba tirada en Afganistán y los aires belicistas en la península de Corea van en dicho sentido.

En este cambio de poder en los Estados Unidos, donde América Latina resulta central, John Kelly un ex marine que sirvió tres veces en Irak y quien fuera jefe del Comando Sur de los Estados Unidos (que desarrolla operaciones con 31 países de la Nuestra América) asumió como Secretario de Seguridad Nacional. Ello es tan simbólico como el hecho de que el general James Mattis «perro loco» (también de los Marines) haya asumido la Secretaría de Defensa: Mattis se desempeñó como comandante de la 1ª División de Marines en la invasión a Irak, como comandante de la Fuerza de Tareas 58 en la invasión a Afganistán y fue comandante del Comando Central de los Estados Unidos (USCENTCOM) el cual comprende a 27 naciones que se extienden desde el Cuerno de África a través de la región del Golfo Arábigo, en Asia Central. Es decir, un protagonista central del núcleo caliente de la guerra mundial fragmentada, de la región clave para control mundial desde la perspectiva de los neoconservadores.

Venezuela

El ejercicio militar en la triple frontera está relacionado con otra cuestión central de la disputa regional: Venezuela y la posibilidad de una intervención extranjera de una fuerza armada conjunta, para desplazar al gobierno actual. Esas son las intenciones por parte de varios actores de poder. La intervención sería a partir de una resolución de la Organización de Estados Americanos (OEA) en función de la «crisis humanitaria» existente y la «ausencia de democracia». Es todo un indicador del cambio en la situación geopolítica de la región que la OEA se haya vuelto a activar como institucionalidad principal de la región en detrimento de la UNASUR y la Confederación de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) constituida en 2010.

Venezuela, país en donde se inició a partir de 1999 el cambio político-estatal contrario al Consenso de Washington y el proyecto neoliberal, es otro de los escenarios centrales de la actual «guerra mundial fragmentada». Esa guerra que se pelea por pedacitos, en donde son muy borrosas las líneas entre guerra y política y entre civiles y combatientes, en donde no existen frentes definidos y donde se lucha en todos los terrenos (mediático, económico-financiero, militar, etc.) es lo que define la forma geopolítica de la transición histórica actual.

Como observa Telma Luzzani en su libro Territorios Vigilados (2012) existen 72 bases militares de la OTAN en Nuestra América, la enorme mayoría estadounidenses. Con el correr de estos años se fueron agregando algunas más. Sin embargo, para terminar de tomar el control de América del Sur, donde se produjeron proceso políticos con la capacidad de amenazar estratégicamente el poder del polo angloamericano en la región, Estados Unidos debe avanzar sobre el eje sobre el cual se desarrollaron los procesos anti-hegemónicos de Suramérica: Caracas, Brasilia, Buenos Aires. En este sentido, en la Argentina se proyectan tres bases militares norteamericanas ya acordadas con el gobierno de Macri.

El núcleo principal de la disputa es Brasil, la entrada en la Amazonia brasilera y vencer la orientación nacionalista de sus Fuerzas Armadas. Como observa Kissinger, hacia donde se incline Brasil se va a inclinar América Latina y dicha cuestión es la que está en juego.

*Dr. Ciencias Sociales, investigador del CONICET y docente de la Univ ersidad Nacional de La Plata