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Marcelo Colussi.-

Las recientes elecciones en Ecuador con el triunfo del candidato de la izquierda, Lenin Moreno, son una bocanada de aire fresco para el campo popular, una cuota de esperanza.

Para los ecuatorianos, ello da la posibilidad de continuar con las medidas de corte social iniciadas anteriormente por el gobierno de Rafael Correa. De haber ganado el candidato de la derecha, Guillermo Lasso, esas políticas hubieran sido radicalmente suprimidas, y la sociedad en su conjunto hubiera sido llevada a modelos del más salvaje capitalismo con matices semifeudales, tal como fue por siglos en el país. El triunfo de Moreno mantiene los avances registrados en estos años. En ese sentido: transmite esperanza, es una buena noticia.

Ahora bien: para los trabajadores, los pobres y excluidos de todo el continente latinoamericano, es difícil pensar que esto sea una barrera que frene el capitalismo salvaje imperante, habitualmente conocido como «neoliberalismo». En todo caso, conviene analizar más en detalle qué se juega ahí, y el escenario en que se dieron las elecciones.

Desde hace décadas en toda Latinoamérica –en todo el mundo, y por supuesto, también en Ecuador– se han impuesto políticas de un capitalismo extremo, eufemísticamente llamado «neoliberalismo». Ponemos énfasis en lo de «eufemismo», porque desde algún tiempo también pareciera que el gran enemigo a vencer –al menos desde el campo popular– es ese neoliberalismo. En otros términos: sería esa «deformación monstruosa» que desde hace años parece haberse enseñoreado del planeta, un capitalismo que prioriza el libre mercado y la empresa privada por sobre el Estado. Ese «malo de la película» representaría el gran problema, la causa de nuestras desventuras, de la exclusión

Estos últimos años, desde fines del siglo pasado aproximadamente, se dio una serie de gobiernos medianamente progresistas en la región latinoamericana. Con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela se recuperó un discurso que parecía condenado al museo, hundido al mismo tiempo que la Guerra Fría. En el campo popular volvió a hablarse entonces de revolución, de socialismo, de antiimperialismo. El ideario socialista parecía retornar. Para superar las estreches y estigmas del estalinismo de la era soviética, fue surgiendo la idea de socialismo del siglo XXI.

Es en ese marco que aparecieron procesos populares, progresistas, con distintos grados de participación popular y de avance en las conquistas. El subcontinente sudamericano parecía salir de su letargo, luego de las sangrientas dictaduras militares que prepararon las condiciones para los planes de achicamiento del Estado, privatizaciones por doquier e hiper explotación de la clase trabajadora.

Pero ninguna de esas experiencias (el proceso bolivariano en Venezuela, los Kirchner en Argentina, el PT en Brasil, ex tupamaros en Uruguay, Bachelet en Chile, Lugo en Paraguay, el MAS en Bolivia, el proceso ecuatoriano con Rafael Correa) tenía como objetivo una transformación profunda de las estructuras. Nunca se tocaron los cimientos de la sociedad capitalista. En todo caso, fueron importantes pasos hacia planteos redistributivos con mayor justicia social. Al lado de las dictaduras y de políticas de ajuste monstruosas, con una precarización terrible de la fuerza laboral (en todos los niveles: obreros industriales urbanos, trabajadores rurales, sectores medios de servicios, profesionales), levantar planteos socialdemócratas tuvo un valor de enorme avance. Para los sectores empobrecidos, eso fue un bálsamo. Para las derechas, envalentonadas con el auge del discurso neoconservador, fue un cachetazo.

Lo curioso es que la derecha latinoamericana, y más aún el sector financiero, nunca tuvo un crecimiento económico tan grande como en estos últimos años bajo estos gobiernos populares. Algo no encaja ahí: ¿por qué, si bien es cierto, que el capitalismo latinoamericano creció enormemente en estos años, sataniza de tal manera cualquier gobierno popular?

La explicación hay que buscarla en resortes ideológicos, en muy buena medida impulsados desde la Casa Blanca de Washington. El dominio casi absoluto que comenzó a recuperar el neoliberalismo sobre el campo popular, sobre la masa de trabajadores precarizados y desorganizados, se puso muy tímidamente en entredicho con estos gobiernos populares. Por eso, la sola posibilidad de ver dirigentes que le hablan de tú a tú al pueblo, con un lenguaje campechano y accesible, eso solo ya prendió las alarmas en las usinas ideológicas de la derecha. La creación de fantasmas «castro-comunistas» no demoró en aparecer. Así, todas estas experiencias socialdemócratas fueron ferozmente atacadas. Bombardeadas sistemáticamente desde el ámbito mediático –con el tema de la corrupción como «caballito de batalla», corrupción que, es preciso decirlo, sí existe efectivamente–, al no ser verdaderos procesos revolucionarios de cambio, y al no contar con una base popular organizada (como sí la hay en Cuba), estos procesos han venido retrocediendo.

Ello marca que el trabajo hecho por las dictaduras de las décadas pasadas, pero más aún las políticas neoliberales de empobrecimiento y sojuzgamiento aún vigentes, desarmaron muy hondamente la protesta popular, la organización, la lucha sistemática. Y más todavía (¡esto es, quizá, lo más importante!), desmantelaron –al menos por un tiempo– el ideario de cambio revolucionario.

Ante esa orfandad y precariedad, propuestas tibias de «capitalismo con rostro humano», tal como las que se han venido teniendo en Latinoamérica estos años, para la izquierda –nostálgica de otros tiempos, de idearios que hoy no parecieran atraer a nadie– vio en ello un retorno del socialismo. Pero todo indica que no hubo tal retorno.

El reciente triunfo de Lenin Moreno en Ecuador –aunque la derecha troglodita lo vea como un inminente «peligro comunista», un desembarco de tropas cubanas para llevarse los hijos de familias ecuatorianas a campos de entrenamiento de terroristas y una hiper expropiación de todo lo que se pueda expropiar (los mismos fantasmas de 50 años atrás en plena Guerra Fría)– es una buena noticia para los trabajadores y excluidos del país sudamericano. ¡Pero no es el presagio de la revolución socialista! ¿Se la puede considerar seriamente como un freno al neoliberalismo en la región? ¿Hay, acaso, un retroceso de la derecha en Latinoamérica?

Si bien en la izquierda nos vivimos peleando y fragmentando (por protagonismo, por luchas sórdidas de poder, aunque no se lo acepte en voz alta), la derecha se une mucho más monolíticamente ante los peligros. En eso nunca se equivoca. Se une, porque tiene verdaderamente mucho que perder. Sus privilegios de clase, así de simple. La derecha se une como clase y reacciona ante el más mínimo intento de democratización del poder. Por eso todas estas tibias experiencias de capitalismo moderado (economía mixta, capitalismo «serio», pacto social, empresa social) pueden ser vistas como «demonio comunista».

Saludamos y damos la bienvenida al triunfo de Lenin Moreno y a la continuidad de las políticas sociales que se vienen dando desde la administración de Rafael Correa, pero parece un tanto aventurado pensar que esto es un golpe a la derecha. Una mirada objetiva de la realidad latinoamericana nos confronta con la casi totalidad de países capitalistas gobernados por equipos neoliberales con planteos ultraderechistas, con empobrecimiento de la gran masa trabajadora, con auge de la precarización laboral (¡también en todos estos países socialdemócratas!), con inversiones extranjeras centradas en el extractivismo depredador, y con 74 bases militares estadounidenses cuidando celosamente la región. ¿Retroceso de la derecha?

El presente escrito no pretende ser agorero ni aguafiestas. Ni tampoco ubicarse en posiciones ultras. Busca, muy modestamente, tener los pies posados en la realidad. Por allí se dijo que con el triunfo de Moreno el neoliberalismo en la región retrocede, y que tenemos que descorchar champán por esta victoria. ¿Será cierto?

Más humildemente digamos que esto nos muestra que las poblaciones en su conjunto siguen siendo sufridas, golpeadas, excluidas, y que si tienen la posibilidad de expresarse, a veces optan por candidatos populares en esta restringida democracia capitalista (a veces, enfaticémoslo: en Argentina, por ejemplo, optaron por su verdugo, dada la muy bien orquestada campaña anticorrupción contra la presidenta Fernández). El triunfo de un candidato no tan a la derecha como el banquero Lasso es una buena noticia, pero el capitalismo sigue inalterable. Eso no debe olvidarse.

Como conclusión, importantísima para no extraviarnos en esta difícil realidad, entiendo que no debe perderse de vista que el neoliberalismo –si así decidimos llamarle a este salvaje capitalismo hiper depredador y sin anestesia que hace, por ejemplo, de un vendedor ambulante un microempresario que debe pagar impuestos, y de un trabajador explotado un colaborador de la gran familia-empresa (¿?)– es una forma más del capitalismo. Si hacemos de ese neoliberalismo el enemigo a vencer, ¿nos olvidamos del capitalismo? Cuidado con esa falacia.

¡Viva el triunfo popular en Ecuador!, pero esto es solo un pequeño granito de arena. El cambio social profundo (la revolución socialista) sigue esperando.