Eric Nepomuceno
Ahora, ya no se trata de un argumento utilizado tanto por los defensores del gobierno de Michel Temer, surgido gracias a un golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, como de sus críticos: datos oficiales divulgados ayer confirman que entre 2015 y 2016 Brasil vivió la peor recesión de su historia.
Al confirmarse que el año pasado el PIB brasileño sufrió un bajón del 3,6%, y que por primera vez desde 1996 todos los sectores de la economía, sin excepción, retrocedieron, las frases optimistas emanadas del equipo económico en los últimos días perdieron fuerza y espacio. Es verdad que ayer el ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, trató de inyectar algún ánimo en los mercados, diciendo que “lo de 2016 es como mirar por el retrovisor” y que ya a fines del primer trimestre, “con toda seguridad”, la recuperación económica será visible y palpable.
Analistas independientes y consultores del mercado financiero se mostraron bastante escépticos frente a esa posibilidad. “A menos que Meirelles disponga de información ultra-híper-secreta que no puede revelar, no existe razón alguna para esperar por ese resultado”, dijo uno de ellos a la emisora de radio CBN, de las organizaciones Globo, defensora a ultranza del golpe del año pasado.
Por más que el resultado fuese esperado, la confirmación oficial tuvo el efecto de una ducha de agua fría sobre todos los segmentos económicos. Analistas del mercado dicen que la recuperación de la economía será mucho más difícil de alcanzar de lo que preveían sus propias proyecciones, para no mencionar las del gobierno, que además vive una turbulencia de proporciones igualmente formidables.
En 2015, la retracción del PIB ya había sido muy elevada, 3,8%. Al confirmarse que por ocho trimestres consecutivos la economía encogió, la única comparación posible se da con la recesión observada en 1930 y 1931, como reflejo de la crisis norteamericana de 1929. En aquellos años considerados “negros”, sin embargo, el retroceso del PIB fue de, respectivamente, 2,1 y 3,3%, muy inferior al de ahora.
Otro dato que hace con que el optimismo del gobierno de Temer carece totalmente de base: en el tercer trimestre de 2016, la caída del PIB había sido de 0,7%. Fue cuando el hablante Henrique Meirelles aseguró que el cuarto y último trimestre ya mostraría recuperación. Bien: en lugar de recuperación, lo que hubo ha sido un retroceso aún mayor, de 0,9%.
Un aspecto que impactó a los analistas fue que en dos segmentos de la economía, industria y servicios, el resultado negativo superó las peores expectativas. Las inversiones, por su vez, retrocedieron 10,2%, dejando claro que en este punto está uno de los más serios problemas del muy conturbado cuadro económico brasileño. Un dato que preocupa al gobierno, por sus efectos negativos sobre la opinión pública, es el empobrecimiento de la población. Desde 2014, último año del primer mandato de Dilma Rousseff, el PIB per cápita se desplomó 9,1%, lo que llevó el consumo familiar a disminuir 4,2% el año pasado.
El cuadro, pese a lo esperado, corroe parte esencial del discurso político del gobierno de Michel Temer. El discurso de que la destitución de la presidenta Rousseff significaría el retorno de la confianza y, como consecuencia, el retorno de las inversiones fue claramente desmentido.
Los grandes medios de comunicación, a su vez, pilares esenciales del golpe institucional, aseguraban, a lo largo de las últimas semanas, que pese a la gravedad de la situación, había indicios claros de que la economía reaccionaba. Bueno, reaccionó desplomándose de una vez.
Tampoco el discurso de la “herencia maldita” recibida por el vice elevado a titular gracias al golpe institucional tampoco se sostuvo: crece, en la opinión pública, el convencimiento de que desde el primer día de 2015, inauguración de su segundo mandato presidencial, Dilma Rousseff, pese al montón de equívocos cometidos en su política económica, fue duramente saboteada por la Cámara de Diputados presidida por el actual prisionero Eduardo Cunha.
Hasta dos medios de comunicación se encuentran con serias dificultades para justificar cómo medidas propuestas por la entonces mandataria y duramente rechazadas por los diputados ahora son vistas como llaves de la salvación nacional. Se hace muy difícil ocultar que el golpe, armado en 2015 por los dos grandes aliados vencedores –el PMDB de Michel Temer y el PSDB del senador Aécio Neves y del ex presidente Fernando Henrique Cardoso– y concluido en 2016, no trajo de regreso ni la confianza del mercado, ni las inversiones, principalmente del sector privado. Con relación al empleo, hubo una fuerte expansión, empujando a millones de familias que, con Lula, habían ascendido a la clase media, de regreso a la pobreza.
De los 38 países que divulgaron los resultados de su economía en 2016, y que juntos significan 81% del PIB mundial, Brasil ha sido el único que retrocedió. Hasta la conturbada Grecia logró crecer: 0,3%. Resultado pifio, es verdad. Pero, al fin y al cabo, positivo.
Si a ese cuadro se suma la única cosa que verdaderamente se expandió muchísimo desde el triunfo del golpe – los escándalos de corrupción – se entenderá la potencia y el alcance de la turbulencia que sacude a Brasil.
Los próximos días prometen nuevas y fuertes emociones. En cualquier momento empezarán a gotear los nombres de los denunciados por corrupción. Entre los más sonantes están los ministros cercanos al presidente, políticos de todos los partidos aliados y, por si fuera poco, Michel Temer.