Vicky Peláez-Sputniknews.-

El año 2016 entrará en la historia latinoamericana como el período que marcó el agotamiento del populismo que empezó a ceder el paso al nuevo ciclo del neoliberalismo, presionado por los efectos de la crisis económica mundial.

Todo empezó con el triunfo de Mauricio Macri en Argentina para luego afianzarse con el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil, lo que le permitió en seguida poner en marcha su plan principal creando un cerco a la integración latinoamericana promovida por Hugo Chávez.

La esperanza del Buen Vivir, de las posibilidades del Socialismo del Siglo XXI, de la Revolución Ciudadana son cada vez más tenues y lejanas primero, porque los gobiernos populistas no aprovecharon durante la última década, la capacidad de participación política popular en las decisiones de los gobiernos y segundo, por la reactivación de la ofensiva norteamericana en el continente durante el segundo mandato de Barack Obama para hacer retornar a sus ‘hijos extraviados’ a ‘su patio trasero’.

La elección de Donald Trump abrió los ojos a los latinoamericanos sobre el inmenso poder que siempre ha tenido Norteamérica sobre los destinos del continente. Da la impresión que la vida en la mayoría de los países se ha paralizado por un momento y están a la expectativa de los que auguran sobre los cuatro años del gobierno de Trump. Nadie se atreve a pronosticar su política hacia Latinoamérica y el Caribe. Los centroamericanos y los mexicanos están asustados por la posibilidad de una drástica reforma migratoria que les quitará o reducirá su principal fuente de divisas a través de las remesas.

Según el ‘Informe del Diálogo Interamericano’, las remesas de EEUU a la América Latina y el Caribe en el 2015 llegaron a 68.000 millones de dólares. México recibió 24.700 millones de dólares y las remesas de Guatemala (6.200 millones de dólares) representan el 9,9% de su PBI, las de Haití 22,7%, las de Honduras 17,4%, de Nicaragua 9,7%, de El Salvador 16,8% del PBI, de Guyana 10,6% etc., etc. De allí viene el temor de los gobiernos de perder una fija y estable entrada de divisa a sus países cuyas economías nunca se han desprendido de la mentalidad de la dependencia.

No cabe duda que el neoliberalismo seguirá avanzando en la región, y sus países seguirán el giro a la derecha que inauguraron primero Argentina y después Brasil a través de ‘golpes blandos’ creados por los ‘think tanks’ norteamericanos y posteriormente aplicados por la alianza entre el capital financiero, las multinacionales, el Departamento de Estado y las derechas locales. El pensador uruguayo Raúl Zibechi explicó hace poco que durante más de una década, el populismo y el progresismo había puesto como su gran meta «aumentar el consumo de mercancías como una gran forma de integración» social descuidando seriamente la «participación política» del pueblo.

Lo curioso es, que mientras más aumentaba el consumo como parte de la política de redistribución parcial de la riqueza, los sectores más beneficiados se hacían más conservadores. En términos de Raúl Zibechi, «el consumo hace un efecto despolitizador y desmovilizador» de la voluntad popular. Este fenómeno se ha producido en Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador a diferente escala donde durante los gobiernos populistas se aumentó considerablemente la clase media debido al mejoramiento de la vida y la disminución de la pobreza. En lo que fallaron los gobiernos, quizás a excepción de Bolivia y parcialmente de Ecuador, fue detectar a tiempo, como lo explicó el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linares, «la reconfiguración de las ideologías sociales». «La economía te da una red de protección, sin eso un error político podría ser tu perdición».

Así pasó en Argentina y Brasil donde los nuevos beneficiados lo recibieron como algo natural sin que el gobierno les explicase claramente las causas de este avance y les hiciera entender la necesidad de su participación en este proceso. El estado populista adquirió en seguida las características de un estado paternalista mientras la coyuntura económica nacional e internacional era favorable. Con la crisis económica de 2008, los países latinoamericanos que en la década del populismo no se atrevieron a buscar modelos alternativos de desarrollo, quedaron afectados como países extractivos debido a la baja de los precios de la materia prima a nivel internacional y a la reducción de la demanda especialmente de China.

Al dejar funcionar bien la economía en Argentina, Brasil, y al aparecer dificultades económicas en Ecuador inclusive en Bolivia, sus pueblos afectados por la disminución de su canasta básica se hicieron más conservadores acusando a sus gobiernos respectivos de la incapacidad de solucionar el problema. Según varias encuestas en Ecuador, y lo mismo está sucediendo en el resto de América Latina, a la gente despolitizada con la cabeza lavada por los medios de comunicación al servicio de los globalizadores, no le importa que sea neoliberalismo, capitalismo, socialismo, la derecha o la izquierda. Lo que le importa a la mayoría de la población es su capacidad de consumo y de poder comprar. La única excepción por el momento representa Venezuela donde Hugo Chávez dejó el legado de bien establecidas comunidades y organizaciones populares promovidas y apoyadas por el gobierno y sus fuerzas armadas.

Ni las sanciones económicas y financieras norteamericanas, ni los 50 millones de dólares que remitió el Departamento de Estado a la oposición, ni los saqueos, acaparamiento de los productos de primera necesidad y el sabotaje económico no han podido quebrantar hasta ahora la unión entre el gobierno, las fuerzas populares y las fuerzas armadas. Hay todas las posibilidades para que Venezuela siga su ritmo y su incipiente modelo económico alternativo en el 2017 con la ayuda financiera de China y de Rusia. Lo mismo sucede con Bolivia donde la oposición no tiene un programa concreto de cambios y no cuestiona la sustancia del gobierno de Evo Morales ni el proceso actual de transformación del país, sino ciertas formas de administración.

Algo parecido está ocurriendo en Ecuador, donde el pueblo emitirá su voto el próximo 12 de marzo para elegir a un nuevo mandatario, ya que Rafael Correa no va a presentar su candidatura para la reelección. La oposición no está cuestionando su modelo económico, especialmente después de adhesión del País al Acuerdo Comercial Multipartes con la Unión Europea, que fue apoyada por la misma oposición. Todo esto hace posible que la Revolución Ciudadana podría continuar su marcha hacia el futuro con el nuevo gobierno.

El resto de los países de América Latina seguirá el modelo neoliberal lo que ocasionará el empobrecimiento y como resultado el crecimiento del descontento popular y las marchas de protesta en su lucha por la integración social que el neoliberalismo les está negando. La secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Alicia Bárcena adelantó un panorama complejo para las economías latinoamericanas en el 2017, diciendo que todo el mundo tiene expectativas sobre la postura de Estados Unidos. Aconsejó a los países latinoamericanos a esperar pues «nadie tiene una bola de cristal para saber lo que va a pasar a partir del próximo 20 de enero» cuando Donald Trump asuma la Presidencia.

En realidad, sin una bola de cristal ya se puede saber que el neoliberalismo tratará de fortalecer sus raíces en el continente con Trump o sin Trump, forzando a las naciones del continente a seguir el modelo de México, que teniendo 17.000 millones de barriles de petróleo se convirtió en el principal cliente de las refinerías norteamericanas. El resto dependerá de la voluntad de los pueblos y su decisión de estar sometidos o luchar por ser libres y soberanos.

Los países como Colombia, Chile y Perú no serán afectados porque su comercio ya está orientado a China y cualquier medida proteccionista de Trump no será determinante en su economía. El gigante asiático, muy previsor, ya está desplazando a Estados Unidos y trata de ser el mayor socio comercial de toda América Latina.