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Alfredo Serrano Mancilla

Bolivia camina por su propio carril. Este año acabará con un crecimiento del PIB por encima del 4,5%. En un momento de contracción económica mundial, de vientos en contra, el país andino crece sostenidamente. ¿Por qué? La razón es bien sencilla: Evo Morales no confió jamás en los ciclos de la economía mundial.

Desde el inicio de su mandato en el año 2006, Bolivia construyó un orden económico propio. En absoluto, autárquico ni desconectado del mundo. Todo lo contrario: un modelo económico vinculado con el exterior pero en forma soberana e inteligente. Lo primero fue la nacionalización de los hidrocarburos, fundamental para edificar una casa propia. Justa en clave social y eficaz en materia económica. Se rompe así el mito que cualquier nacionalización merma capacidad de crecimiento. Bolivia multiplicó su PIB nominal por cuatro en este tiempo. Y aún continúa en su ciclo largo de crecimiento pese a la coyuntura internacional.

A medida que el gobierno de Evo fue repotenciando el papel del Estado en la economía, tampoco huyeron las inversiones extranjeras directas ni hubo fuga de capitales. El ahorro interno creció a niveles histórico. Hoy en día Bolivia presume de tener reservas (38% PIB) para afrontar efectivamente el actual shock externo negativo. Pero no es únicamente ahorro público, también hay un significativo crecimiento del ahorro privado. En total, contemplando todas las fuentes, Bolivia posee un ahorro de 48.000 millones de dólares. Muy por encima de su PIB (38.000 millones de dólares). Lo que le permite apalancar inversiones productivas para los próximos años. Tiene colchón suficiente para sortear la restricción externa.

Bolivia optó por una economía eficazmente precavida. No arrastrada por los vaivenes de los precios de las materias primas. Supo construir su cinturón de seguridad sin necesidad de sacrificar derechos sociales. Lo hizo gracias a una deliberada intención de conformar un mercado interno. La redistribución de la riqueza, además de satisfacer principios de justicia social, fue indispensable como método para ampliar la demanda interna. El consumo creció gracias a un incremento de los ingresos a lo largo de toda la distribución. Las políticas activas de empleo y los programas sociales para niños (Bono Juancito Pinto), mayores (Renta Dignidad) y mujeres embarazadas (Bono Juana Azurduy) fueron cruciales para este logro. Según el propio Banco Mundial, Bolivia es campeón planetario en mejorar los ingresos para el 40% de la población más pobre. El país se fue desendeudando socialmente sin mayor endeudamiento financiero; la deuda pública actualmente es del 19% del PIB. Y además, la inversión pública no paró de crecer pasando de 879 millones de dólares en 2006, a los 6.396 millones de dólares proyectados en los Presupuestos Generales del Estado para 2016. Este aumento de la inversión pública ha llegado hasta el punto que la formación bruta de capital fijo es mayor hoy en día que el volumen destinado a los salarios públicos.

La política económica boliviana no obedece a ningún manual. Tomó su propio camino mezclando un poco de todo con muy buenos resultados macroeconómicos. Tras ello, existe una indudable explicación: la política. Este éxito económico es fruto de una buena gestión técnica sometida a criterios políticos acertados e innegociables. Ejemplo de esto fue el serial de nacionalizaciones que Evo decidió a lo largo de esta década. En el sector minero, el Estado en promedio se queda con el 50-55% del excedente generado; en el sector hidrocarburífero, con el 85-93%. Se demuestra así que las decisiones políticas a favor de las mayorías no están reñidas con la eficacia económica. En el caso boliviano, la bonanza macroeconómica no viene acompañada de malestar microeconómico, ni austeridad social. Se impone la evoconomía: llegar a la meta pero sin rezagados ni excluidos.