Hace sólo dos semanas, Assange me contó que lo que más temía era que EEUU presionara a Ecuador para encontrar formas para silenciarle, y eso es lo que ha ocurrido ahora
Cuando la clase dirigente se encuentra en estado de pánico, la primera reacción suele ser no revelar pánico. Su primera reacción es cínica. Cuando se revelan sus máscaras, en vez de correr desnudos, se dedican a señalar la máscara que llevan. Estos días, todo el mundo es testigo de una versión posmoderna de la infame frase «dejadles que coman pasteles», atribuida a María Antonieta, reina de Francia durante la Revolución Francesa.
Como reacción a la publicación por WikiLeaks de sus emails, John Podesta, el hombre que dirige la campaña de Hillary Clinton, publicó una foto de la preparación de una cena y la frase: «Apuesto a que el risotto de langosta está mejor que la comida en la embajada ecuatoriana».
Una versión similar de ese cinismo vulgar surgió a principios de mes cuando Clinton reaccionó a la noticia de que había querido «enviar un drone» al fundador de WikiLeaks, Julian Assange («¿no podemos enviar un drone a este tipo?»), cuando era secretaria de Estado de EEUU. En vez de desmentirlo, Clinton dijo que no recordaba ese chiste («habría sido un chiste si lo hubiera dicho, pero no lo recuerdo»).
No es necesario leer entre líneas para comprender que si Clinton hubiera dicho eso, lo habría considerado una broma. Pero cuando bromean los emperadores, habitualmente eso tiene consecuencias terribles para los objetos de la broma.
Durante los últimos meses, he visitado a Julian Assange varias veces en la Embajada ecuatoriana en Londres. Cada vez que he salido de la Embajada donde está pasando el quinto año de asilo político por el miedo lógico de ser extraditado a EEUU, he pensado lo siguiente: aunque vive sin su familia en una versión posmoderna de confinamiento solitario (incluso a esos presos les permiten salir a pasear una hora al día), aunque no tiene acceso a aire fresco y luz del sol desde hace más de 2.000 días, aunque el Gobierno británico le negó recientemente una visita segura a un hospital para una resonancia magnética, si su acceso a Internet se cortara, eso sería el ataque más grave a su libertad física y mental.
La última vez que le vi, hace sólo dos semanas, me contó que temía que, a causa de la difusión del material sobre las elecciones de EEUU y lo que está por llegar, EEUU encontrara varios formas de silenciarle, incluida la presión sobre Ecuador o también cortarle el acceso a Internet.
Lo que parecía una posibilidad lejana hace sólo dos semanas ahora se ha convertido en una profecía autocumplida.
Cuando el Gobierno de Obama anunció recientemente, como dijo Joe Biden, que planeaba una ciberacción encubierta sin precedentes contra Rusia, la primera víctima no resultó ser Putin, sino Julian Assange, al que han cortado el acceso a Internet sólo un día después del contradictorio anuncio de Biden.
No es extraño que Edward Snowden reaccionara inmediatamente diciendo que «nadie ha dicho a Joe Biden lo que significa ‘operación encubierta'».
Según el Diccionario de términos militares y relacionados del Departamento de Defensa, una o peración encubierta es una «operación que es planeada y ejecutada de forma que oculte la identidad (del autor) o que permita un desmentido creíble de su patrocinador».
Ya no es un secreto que el Gobierno ecuatoriano está bajo una presión extrema desde que Assange difundió los emails del Comité Nacional Demócrata. No sabemos aún si EEUU presionó a Ecuador para que le bloqueara en Internet, pero está claro que el actual Gobierno de EEUU y el que venga después están luchando una guerra contra WikiLeaks que es todo menos «encubierta». ¿Es realmente una coincidencia que el acceso a Internet de Assange se cortara poco después de la publicación de los discursos de Clinton para Goldman Sachs?
Si al principio teníamos una versión blanda del McCarthysmo posmoderno, con Hillary llamando espía ruso a todo aquel que se oponga a su campaña (no sólo Assange, sino también Donald Trump y Jill Stein), luego la situación se hizo más grave con la intervención de Obama.
Con la amenaza por Obama de una ciberguerra, el M cCarthysmo blando no sólo adquirió valor geopolítico. Al mismo tiempo, se desveló una nueva máscara. Obviamente, Obama está intentando cerrar el debate público y convertir la amenaza rusa en «real», o al menos utilizarla como arma para que Clinton sea elegida. Además, este nuevo giro en algo que va más allá de las elecciones de EEUU (¡las elecciones de EEUU no son sólo unas elecciones en EEUU!) demuestra que Obama está dispuesto a apoyar la campaña de Hillary y que también se prepara una ciberguerra.
No es una ciberguerra contra Rusia, sino contra WikiLeaks. Y no es la primera vez.
En 2010, cuando se difundió el vídeo Collateral Murder y los mensajes sobre las guerras de Irak y Afganistán, fuimos testigos de uno de los ataques más siniestros contra la libertad de expresión en la historia reciente. Visa , Mastercard, Diners, American Express y Paypal impusieron un bloqueo bancario a WikiLeaks, aunque WikiLeaks no había sido acusada de ningún delito en ningún tribunal estatal, federal o internacional. Si el Gobierno de EEUU convenció a las empresas financieras que representan más del 97% del mercado global para que cerraran a un editor independiente, ¿por qué no iban a presionar a Ecuador u otro Estado o compañía para incomunicar a Assange?
EEUU no intenta sólo encerrar retóricamente a Assange (merece la pena ver el vídeo Assassinate Assange para comprobar la masturbación verbal de los altos cargos norteamericanos). Él representa una amenaza real a la principal facción en el poder en EEUU. No es extraño que se haya extendido el pánico en EEUU. Ha llegado tan lejos como para que se detenga a un joven británico de 16 años en relación al supuesto hackeo de cuentas de email utilizadas por el director de la CIA, John Brennan, que WikiLeaks publicó en octubre de 2016.
WikiLeaks ha conseguido desafiar, y quizá algún día se enseñe en clases de estrategia militar (la historia la escriben los vencedores, ¿recuerdan?), a lo que el general prusiano y teórico militar Carl von Clausewitz llamó el «centro de gravedad» (Schwerpunkt), que es «el rasgo central del poder del enemigo».
En vez de hablar sobre los rusos, deberíamos empezar a hablar sobre el Schwerpunkt de las filtraciones, su esencia real. Veamos las siguientes citas de Hillary Clinton, desveladas por WikiLeaks, que revelan su auténtica naturaleza e ideas políticas: «Vamos a rodear a China con un sistema de defensa antimisiles». «Quiero defender el fracking» y los ecologistas «deberían buscarse una vida». «Necesitas una posición pública y otra privada». «Mi sueño es un mercado común hemisférico con libre comercio y fronteras abiertas».
Lo que WikiLeaks ha mostrado es que Hillary no es sólo una halcón belicista, primero con Libia (más de 1.700 de los 33.000 emails de Clinton publicados por WikiLeaks se refieren a Libia), luego Siria (en un discurso en Goldman Sachs, dijo en concreto que quería intervenir en Libia), mañana en otra guerra.
Está ahora claro –y este es el auténtico centro de gravedad que debería centrar nuestra atención– que el futuro Gobierno de Clinton ya está nombrado con gente de Wall Street, como lo estaba el de Obama. No es extraño que las revelaciones de WikiLeaks hayan creado un pánico completo en el Partido Demócrata y en la Administración de Obama.
Queda una cuestión. ¿No está WikiLeaks, con la difusión de todos estos sucios secretos, influyendo en las elecciones de EEUU? Sí, desde luego, pero las críticas actuales dejan fuera lo importante: ¿no es esa la idea de organizaciones como WikiLeaks, publicar material que pueda influir en la opinión pública?
Habría que dar la vuelta a la pregunta. ¿No están los grandes medios de comunicación norteamericanos influyendo en las elecciones de EEUU? ¿Y no está Obama, al anunciar una ciberguerra con Rusia, influyendo en las elecciones?
WikiLeaks no está sólo influyendo en las elecciones de EEUU; las está transformando, como deberían haber hecho desde el principio, en un debate global con serias repercusiones geopolíticas. Lo que WikiLeaks hace es revelar esta brutal lucha por el poder, pero, como dice el viejo dicho, «cuando un hombre sabio apunta a la Luna, el idiota mira al dedo». En vez de mirar al dedo apuntando a Rusia, deberíamos mirar a las filtraciones (hechas por WikiLeaks).
Si la democracia y la transparencia significan algo hoy día, deberíamos decir: ¡dejadles que filtren!