Basem y Laila Tajeldine
La desintegración del Campo Soviético tras la caída del Muro de Berlín en 1989, el colapso de la Unión Sovietica, la guerra y desintegración de Yugoslavia y la primera guerra del Golfo en 1991, fueron episodios que catalizaron la supremacía militar y económica de Estados Unidos sobre el resto de las naciones del mundo, quedando por sentado el «Nuevo Orden Mundial», el mundo unipolar y desequilibrado que tanto daño y violaciones ha causado a la humanidad. A partir de ese momento, Estados Unidos inició una nueva carrera de expansión política, militar y económica legitimadas a través del Consejo de Seguridad de la ONU y la OTAN, y también por medio de instituciones como las creadas tras los acuerdos de Bretton Woods (el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional).
El mundo unipolar controlado por Estados Unidos se ha caracterizado por las imposiciones económicas neoliberales, el sometimiento político y el control de los mercados y de amplios territorios en todo el mundo, el cual está plagado de más de 800 bases militares estadounidenses; un mundo de guerras e invasiones que sirvieron también de palancas económicas al Complejo Militar Industrial (CMI), cuyo sector terminó dominando la configuración del poder imperial junto al financiero. El caos, la muerte y la destrucción fueron las ofrendas de la unipolaridad estadounidense.
Sin embargo, en los últimos 10 años ocurrieron cambios importantes inesperados por muchos halcones imperiales. La coronación de China como primera potencia económica mundial y el desafío de Rusia a la política de expansión militar estadounidense en el Medio Oriente han dado al traste con el nuevo orden mundial, y fundado un mundo multipolar.
Los máximos estrategas imperiales estadounidenses estaban convencidos que desde el derrumbe de la Unión Soviética en 1991, Rusia jamás volvería a significar un «estorbo» para las ambiciones depredadoras y hegemónicas de Estados Unidos. Al respecto, muchos se atrevieron a decir que el gran país eslavo nunca volvería a recomponerse del colapso soviético, por lo que Estados Unidos tenía que inventarse un «nuevo enemigo» para justificar su acción «benévola» de policía mundial y su expansionismo. El nuevo enemigo que llenó el vacío soviético fue encontrado entre sus propios engendros antes utilizados en Afganistán contra las tropas soviéticas: el fundamentalismo «islámico». Sin embargo, el «milagro económico de China» se también entendió desde muy temprano como otra de las grandes «amenazas» contra la hegemonía estadounidense a la que debían hacer frente. Samuel Huntington pudo teorizar al respecto en su infame libro «Choque de Civilizaciones». Pero fue el estratega y asesor de la Casa Blanca, Zbigniew Brzezinski, el único que tuvo olfato para advertir desde muy temprano el regreso de Rusia al «Gran Tablero» en 1997, por lo que propuso que Estados Unidos debía ocupar toda Eurasia para arrebatar al gran país eslavo su histórica área de influencia.
Para sorpresa de los halcones imperialistas, Rusia resucitó como el ave fénix de entre las cenizas de la Unión Soviética. Más aún, lo reconoce un artículo publicado recientemente por el reconocido periódico estadounidense «The Financial Time»* cuando admite que el presidente ruso, Vladímir Putin, ha logrado «cambiar el orden mundial» existente.
El mismo artículo asegura que la imagen de Rusia como «país débil y poco influyente en el mundo», resultó ser errónea. Los acontecimientos suscitados en la República Árabe Siria tras el inicio de operaciones aéreas rusas, el 30 de septiembre de 2015, a petición del legítimo gobierno presidido por Bashar Al Assad, así lo demuestran.
La coalición internacional anti terrorista liderizada por Rusia, y secundada por Irán y la resistencia libanesa Hezballah, terminó por desbaratar la estrategia imperial en el Medio Oriente y romper la diabólica máscara que ocultaba el apoyo de Estados Unidos y sus aliados en la región y en Europa a los mismos grupos que hoy insisten en llamar «moderados».
Las acciones rusas en coordinación con las fuerzas armadas siria permitieron a ésta retomar el control sobre las posiciones estratégicas perdidas por el ejército sirio durante los 5 años de conflictos, liberar poblados que se encontraban bajo control terrorista, y aniquilar a una buena parte de los contingentes terroristas (del Daesh, Frente al Nusra o Fatah al Sham y otros). También logró neutralizar, en gran medida, el tráfico de petróleo, personas y órganos humanos del que también se alimentaba Turquía y algunos países de Europa.
La acción de las fuerzas rusas en Siria pudo devolver la esperanza a la mayoría de los habitantes del pueblo sirio que estaban siendo las reales víctimas del caos impuesto por Estados Unidos desde el año 2011.
La Rusia de Putin despertó para imponerse contra el desorden mundial.
¿Qué significó para el mundo la acción de Rusia en Siria?
Es necesario analizar en su justa dimensión las acciones militares rusas en el país árabe, por cuanto significó la neutralización del plan estadounidense para imponer su proyecto del “Nuevo Gran Medio Oriente”, que consiste en la destrucción de los Estados-naciones árabes y el debilitamiento de las fuerzas independientes, emergentes.
La intervención directa y activa de Rusia en Siria ha servido a ese país para reposicionarse como poder mundial capaz de hacer frente a cualquier desafío en el terreno militar y detener los planes geopolíticos del imperio estadounidense.
Habiendo transcurrido un año del anuncio de Rusia de hacer frente a la errónea política de Estados Unidos y sus países aliados en Siria, se ratifica el cambio de equilibrio de la fuerza mundial y la llegada de un mundo multipolar, gracias a un frente ampliado y digno donde se cuentan países como China, Rusia, Irán, Venezuela, Ecuador, entre otras naciones de voces independientes y soberanas, que trabajan por un mundo equilibrado, donde se respeten los principios de convivencia internacional, y rechazan a la vez la injerencia y el doble rasero imperial.
Fuente:
*https://www.ft.com/content/d9b1f64c-fc0c-11e5-b5f5-070dca6d0a0d