Una desafiante verdad expuso el presidente de China Xi Jinping durante la celebración en Hangzhou de la Cumbre del Grupo G-20, «eviten las palabras vacías» al tratar de acelerar el crecimiento económico mundial.

«Frente a los riesgos y desafíos que enfrenta la economía global, la comunidad internacional tiene enormes expectativas del G-20 en esta cumbre», aseguró el presidente.

Con toda razón Jinping exhortaba a sus interlocutores a que eran tiempos de tomar decisiones para tratar de solventar otra crisis económica mundial que se avecina.

Varios analistas y publicaciones especializadas afirman que nuevos vientos huracanados amenazan con atacar a la economía mundial y provocar una nueva crisis.

Los participantes en el cónclave puntualizaron que los más acuciantes problemas son la volatilidad potencial de los mercados financieros, las fluctuaciones de los precios de las materias primas, la lentitud en comercio e inversiones y el lento crecimiento de la productividad.

Cierto que son elementos que atentan contra el buen desarrollo de la economía mundial, sin embargo existe uno mucho más grave y que provoca enormes inestabilidades en el orbe: la creciente desigualdad entre ricos y pobres que ha llevado a que el 1 % de la población tenga más capital que el 99 % restante.

La globalización de la economía mundial continuó su negativo avance a lo largo de 2015 con el incremento de la inequidad poblacional.

Los datos aportados por Bloomberg ratifican la denuncia realizada anteriormente por un grupo de investigadores encabezado por el profesor Jason Hickel de la Escuela de Economía de Londres, cuando señaló que actualmente las 300 mayores fortunas del mundo acumulan más riqueza que los 3 600 millones de personas consideradas pobres.

Todos los beneficiados en la acumulación de capitales, aparecen como propietarios o relacionados directamente con compañías transnacionales.

Las leyes neoliberales y de libre mercado impuestas en los últimos años por las naciones poderosas y sus transnacionales han incrementado abruptamente esas diferencias.

Ante la perspectiva de una nueva crisis parecida a la de 2008, las empresas de servicios financieros (como ya es costumbre para preservar sus intereses) han elaborado una estrategia que tiene en cuenta el peor escenario que podría suceder a finales de este año.

A mediados de 2016, las acciones de los bancos europeos más importantes han estado cayendo en picada: Deutsche Bank ha perdido casi un 45%, Credit Suisse ha caído un 41 % y el Royal Bank of Scotland ha bajado un 35 %. La incertidumbre y la volatilidad han afectado a todas las áreas de la economía mundial, desde la minería hasta la producción de automóviles.

El G-20, integrado por 20 países desarrollados y potencias emergentes, se creó en 1999 pero alcanzó relevancia en 2008 cuando se hizo necesario actuar a nivel global para intentar controlar la crisis financiera que, con más o menos fuerza, aún persiste. El grupo representa el 80 % del comercio mundial y el 85 % del Producto Interno Bruto global.

Las naciones que lo conforman son: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido, Rusia, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea.

Pese a los intentos de adoptar políticas financieras y económicas asequibles a los actores y al resto del orbe, ya se ha hecho una constante que las diferencias de enfoques dentro del Grupo no permitan alcanzar acuerdos objetivos.

Recordemos que hace solo seis meses, a finales de febrero, en una reunión efectuada en Beijing el G-20 trató infructuosamente de buscar soluciones para solventar la posibilidad de una venidera crisis. Nada o muy poco se ha logrado al respecto.

La interconectividad, inclusión de todos los países y un desarrollo económico sostenible, suenan muy bien para que los medios de comunicación realicen su trabajo de propaganda pero habrá que ver en la práctica si las naciones desarrolladas de occidente y las poderosas transnacionales abran sus corazones, o mejor dicho, sus capitales para tenderle una mano a los menos desarrollados.

Inequidad, aumento del desempleo, baja del precio de las materias primas y hasta del petróleo, han puesto en jaque en los últimos tiempos, a muchos países en desarrollo y algunos de economía emergente.

Innegablemente que si todos sus miembros se pusieran de acuerdo, la conformación del Grupo resultaría un centro importante para coordinar políticas económicas pero a lo largo de sus 17 años de creado sus encuentros no han pasado de ser largas charlas.

Veamos este aleccionador ejemplo: En la X cumbre celebrada en 2015 en Turquía, los líderes mundiales acordaron 113 propuestas sobre diversos temas como la ayuda a los refugiados que llegan a Europa huyendo de guerras y hambruna, pero casi todas quedaron en el olvido lo cual han rebajado enormemente la credibilidad y seriedad del Grupo.

Los fracasos de las cumbres en cumplir con las promesas del pasado aumentaron las interrogantes sobre la credibilidad de promesas futuras.

La nación que ha salido fortalecida de ese cónclave ha sido China, pues sus dirigentes han demostrado que ese país puede jugar un papel más importante en la toma de decisiones mundiales.

China apuesta por una transformación de la economía mundial para convertirla en innovadora, vigorosa, interconectada y, sobre todo, inclusiva. Esperemos que en esta ocasión y frente a los riesgos y desafíos que enfrenta la economía global, las proyecciones de la cumbre de G-20 no se transformen en cenizas.