Por: Carlos Tobar.

Hoy quiero hablar de un tema que no me ha dejado dormir tranquilo en las últimas noches. La mega fusión –por compra– que Bayer, empresa de origen alemán, una de las más grandes multinacionales farmacéuticas, hace de Monsanto otra multinacional, de origen norteamericano, cuyo fuerte es la producción de semillas genéticamente modificadas y químicos para la industria agrícola (su principal producto es el herbicida roundup). Entre las dos, entrarían a controlar el 30% de este negocio. Su más fuerte competidor es el conglomerado ChemChina-Syngenta que controla el 28% y la futura fusión de Dow Chemical y Dupont que se lleva el 17%. Las tres sumadas controlan las tres cuartas partes del mercado agroquímico y si se suma Basf que maneja el 13%, el oligopolio dominaría casi el 90% del mercado mundial. Este mercado lo conforman herbicidas, insecticidas y organismos genéticamente modificados –OGM– con semillas de gran incidencia en productos como maíz, soya y algodón.

Para Bayer es un gran negocio, porque además su frente farmacéutico se fortalecería en el mercado norteamericano y para Monsanto, porque las semillas OGM podrían entrar a mercados como el alemán o francés y en general, a muchos países europeos, donde actualmente está prohibido su uso. La apuesta es fuerte, dado que las perspectivas de negocio en esos dos grandes frentes son ilimitadas. Sobre todo si se entiende que, los múltiples tratados de libre comercio que existen entre los Estados Unidos y Europa, con países de Asia, África, América Latina y Oceanía, prácticamente daría lugar a un mercado mundial único, en un sector como el agroalimentario que es altamente sensible a los intereses de los pueblos.

Esta es, precisamente, la preocupación que está generando en los agricultores de todas las latitudes: asociaciones de productores norteamericanos, europeos, asiáticos, latinoamericanos…, han puesto la voz en el cielo ante la conformación de un oligopolio, de tal magnitud, en el sector agroquímico. Especialmente porque los convenios UPOV, que reglamentan la propiedad intelectual en las semillas (denominadas técnicamente obtentores vegetales), que protegen las patentes de esos grandes monopolios de semillas manipuladas, muchas veces usando indebidamente las semillas originarias de la inmensa biodiversidad planetaria, obligan a, cosecha tras cosecha, que los agricultores adquieran esas semillas “tipo Monsanto”. El riesgo no es solamente por la dependencia económica y tecnológica que ese monopolio genera, sino por la pérdida de la diversidad biológica, que puede terminar en una catástrofe alimentaria de grandes proporciones.

Que agricultores de todo el mundo se unan en coro a llamar la atención sobre los peligros de estas gigantescas megafusiones, hacen presagiar futuras batallas en este campo. Tienen razón en su desazón.