El ingreso de Argentina como Estado Observador a la Alianza del Pacífico (bloque regional compuesto por México, Colombia, Perú y Chile como Estados Parte) fue saludado desde diversos medios de comunicación conservadores de nuestro país, que pretenden ver en la noticia el certificado final de defunción -tantas veces anunciado- del pelotón de instancias de integración autónomas: Unasur, Mercosur, ALBA y PetroCaribe. En contraposición a eso, la noticia no generó mayor repercusión en la prensa latinoamericana, que cubre con más énfasis el deterioro de la situación social argentina y los escándalos offshore del presidente Macri que su política internacional.
Por el momento, el ingreso argentino no es más que un saludo genérico a una instancia abarrotada de Estados Observadores, con casi 50 países en esa condición, contra sólo 4 con membresía plena. No hace falta más que ver el mapa que presenta la propia AP en su web para dar cuenta de ello, con una gran proliferación del bloque EEUU-UE en esta clase de membresía parcial que otorga voz en reuniones (y no mucho más). En su afán de no mirarse en soledad en una América Latina y el Caribe que aún sigue contando con mayoría de gobiernos nacional-populares y de izquierda -aunque no con el énfasis de años pasados, claro está- Macri orienta su política exterior rumbo a países que no han demostrado grandes logros en materia económica y social. Esto queda evidenciado en las propias estadísticas de la OCDE, que hablan de una desigualdad creciente en los Estados Parte de esta organización apadrinada por Washington.
Un elemento interesante se desprende de una lectura inicial del Acuerdo Macro de AP, firmado en junio de 2012 en Chile: tres de los cuatro suscriptores han salido -o están camino a hacerlo- de la presidencia de sus respectivos países. Hacemos referencia a Piñera, Calderón y Humala, que dejan en soledad a un Juan Manuel Santos que ganó agónicamente la segunda vuelta de 2014. Es decir: hablamos de países con volatilidad política creciente, muy elogiados por la prensa corporativa pero con modelos político-económicos poco refrendados por sus habitantes en las urnas.
Pero AP tiene un problema adicional de dimensiones: viene atado al combo del Acuerdo TransPacífico (TPP). Intentar sacrificar el Mercosur -es preciso “flexibilizar” sus condiciones- para ir corriendo tras un mega-acuerdo que intenta correr a China en el marco del progresivo declive de EEUU no parece ser la opción más razonable para Argentina. Macri debería firmar dos Tratados de Libre Comercio -es decir, con la mitad de sus miembros plenos- para intentar ser Estado Parte de AP en el futuro. Paradójicamente, a 25 años de la firma de un Mercosur que fue concebido en pleno auge neoliberal, es este tratado el que impide que la Argentina del PRO se tire de cabeza a la pileta librecambista que ofrece la AP. ¿Se animará a aún más el tándem Macri-Malcorra? ¿Buscarán romper el Mercosur por el capricho de “pertenecer” a los mega-acuerdos que exige EEUU?
Juan Manuel Karg (@jmkarg). Politólogo UBA, Investigador IIGG UBA y Centro Cultural de la Cooperación