Ricardo Candia Cares
Rebelión

Miles de toneladas de pescado podrido y tóxico van a dar al mar y las consecuencias son casi inmediatas: todo un inmenso ecosistema se degrada al punto de matar miles de toneladas de moluscos, peces y mamíferos, los que entre otras cosas, sostienen vitalmente a centenares de miles de personas.

Está todo podrido. Lo que hiede en las aguas del sur es lo que emite una cultura que naufraga en una viscosidad que emerge de quienes la han instalado afirmados en razones que de humana no tienen nada. Si tienen mucho del egoísmo que va a matar al planeta.

Los podridos son los políticos de cartón, esos ambidiestros de la cuchufleta y la mentira. Y esa putrefacción no es cosa de ayer. Ya era cuando traicionaron todo lo que dijeron defender, unos, y cuando otros, amparados y financiados por la CIA, complotaron contra un gobierno legítimamente constituido y dieron paso a la matanza que duró diecisiete años.

Todo esto huele a democratacristiano, a socialista converso, a revolucionario apelmazado. A gente acomodada que deprecia a los humildes y mira con desdén a los que se ganan la vida con esfuerzo.

Eso que surca los mares del sur es producto de la barbarie que se ha entronizado en el país, cuyos sostenedores e ideólogos no les interesa el daño irreversible que dejan a su paso.

Eso que hiede allá es equivalente a lo que atiborra las calles de las ciudades. Esos bosques desangelados con formas de edificios en los cuales se amontonan miles de personas, cada una dueña de sus respectivos autos, basura, ruido y mierda, conjunto que hace escalofriante circular por esas calles.

El estiércol que hace de este un país contaminado hasta la madre, hay que buscarla en los que han ganado dinero a cambio de permitir la degradación de un hábitat irremplazable.

No hay ciudad en Chile que no esté abarrotada, sucia, envenenada, fea, envuelta en una voluta de humo que mata. Y no hay ciudad o pueblo en Chile en el que no haya un corrupto que por unos cuantos pesos, permite que todo se degrade. Y no hay río infectado por plagas o diques ni glaciares contando sus días milenarios ni bosques que no estén al filo del hacha.

No es la naturaleza. Son los corruptos que por dinero son capaces de transar a sus madres.

Sujetos sin principios y con muchas propiedades. Sicarios desvergonzados que no dudan en controlar la pobreza apaleando a los pobres y encauzar la ira de los que reclaman por la vía de hacer como que escuchan y luego meterles la horda bruta de las policías.

Algún bienintencionado pensará en la presidenta. Habrá que decirle que no existe. Que se subsumió en la depresión causada por la extinción de su egolatría por la brutal vía de quedar expuesta como responsable de todo. Como una presidenta inútil.

Y lo que fue su espora celeste desde la que miraba a sus hijos ciudadanos, crédulos hasta la tontera y que confiaban en ella con fe suicida, ya no queda sino el rumor rumiante del arrepentimiento estéril y ácido, en medio de una nube de gas lacrimógeno.

La presidenta fue reemplazada, esta vez sin la intercesión de los Hawker Hunter, por aquellos que toman decisiones por ella y con suerte, le avisan.

Alejada de la realidad que la tortura, es posible que ni siquiera lea las noticias y que solo se vincule con sus responsabilidades mediante sus idiotas tarjetitas mnemotécnicas con las que hace el truco de hablar para no decir nada.

Se clausura la esperanza de la gente a la que le pudrieron la vida por la vía de intoxicarles su fe y sus pulmones y de hipotecarles la alegría. Gentes humildes, pobres, trabajadoras, y tan olvidadas, como puntualmente zarandeadas por la represión del palo aleve y el gas que con escasa hombría lanza con fruición el Ministro del Interior, Jorge Burgos, cuya billetera no será fácil, pero sí su gatillo.

Este país se viene pudriendo desde hace mucho. Desde cuando la vida comenzó a importar muy poco en la ignorancia animal de los milicos y el enemigo ya no era ese de allende las fronteras sino aquel que se atreve a decir su opinión y a creer en algo distinto.

Y la pudrición siguió a paso firme cuando los políticos de pacotilla y de parcelas de agrado, se dieron cuenta que en el rol de administradores de un sistema que les contradecía hasta sus Padrenuestros, podían pasarse la vida entre lujos y placeres.

Lo que pasa en Chiloé es exactamente lo mismo que pasan en las costas del norte del país azotadas por el veneno de los minerales, el humo de las chimeneas, la sequía de las mineras, la indiferencia de las autoridades y la dejación de la gente que no se rebela.

Y es lo mismo que pasa en las ciudades asfixiadas.

Chile necesita un reventón que deje las cosas mostrando su real dimensión. Es completamente anti natural la esquizofrenia en que vive una nación en cuyos extremos hay personas tan distintas, tan alejada y otras y tan brutalmente enemigas.

Como antinatural resulta seguir levantando banderas y no haber alzado hasta ahora ningún cadalso.