JM. Rodríguez

 

 

Recuerdo uno de aquellos westerns de los años 70, donde un banquero le recriminaba a su colega que se estuviera robando el dinero de los depositantes; el negocio es tener el banco, no robarlo… Y el capitalismo se hizo eufemístico: es la confianza de la gente lo que nos enriquece…

 

Con el tiempo, ya investido el capital financiero de la señoría económica, el eufemismo dejó de ser neblinoso: no se trata de producir riqueza sino de cogerse las que otros producen. Y la sola expectativa de lograrlo es suficiente para que sea el objetivo de amplias capas de la humanidad que mandaron la ética al diablo o no alcanzaron a tenerla.

 

Los estímulos a tal conducta son inmensos: los líderes mundiales que, sonrientes, se reúnen a cada rato, en vez de presidentes parecen empresarios. El líder ruso los llama socios. Una troika rapas que confunde activo con pasivo, administra sin ningún control social a Europa. Seis supranacionales de medios de información y entretenimiento, manipulan el pensamiento y controlan el ocio. Son las encargadas de que el “vivir para el dinero” permanezca, como matriz de opinión, en alfombra roja.

 

Cualquier intento por cambiar esta realidad es demasiado en contra del viento. Sólo se logra cada cien años cuando, inclinados sobre el ventarrón, aparecen los Bolívar, Zamora, Martí, Lenin, Sandino, Mao, Fidel, Chávez. Sus discursos a favor de esa contracorriente imposible sedujeron porque eran coherentes con sus acciones. Por encima de cualquier dificultad, se entregaron con pasión y radical convicción a la causa liberadora de la expoliación y el bandidaje. Por eso sus pueblos los siguió.

 

Pero, cuando los hechos de la realidad muestran que no hay eficacia política ni calidad revolucionaria, no hay discurso que enamore. Serán palabras vacías afanadas, inútilmente, en crear una parapléjica contramatriz de opinión. Salvo aquellas contadas excepciones, estamos frente a dos construcciones discursivas engañosas: la trapacera de los mercaderes del bandidaje y la de la incoherencia revolucionaria. Por eso vuelve a languidecer el sueño libertario.