Camila Vollenweider
CELAG

 

El 29 de marzo se conoció la decisión del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), principal aliado del Gobierno de Dilma Rousseff, de retirarle su apoyo. El PMDB contaba, hasta la fecha, con numerosos puestos clave del gobierno y consttuía -aunque no siempre esto se daba en la práctica- un importante apoyo legislativo. Dicha sigla contaba con la Vicepresidencia, siete ministerios y 600 otros cargos en el Gobierno Federal; cuenta con las bancadas más numerosas tanto en la Cámara de los Diputados como en el Senado, preside ambas y, además, es el partido con mayor cantidad de afiliados en Brasil.

Dos semanas atrás, en la última Convención del partido que preside Vicepresidente Michel Temer, lo que venían siendo (o parecían ser) rumores comenzó a tomar forma: se decidió, por amplia mayoría, que el Partido tenía un mes para pronunciarse respecto de la ruptura con el Gobierno, y se prohibió a los miembros del Partido aceptar nuevos cargos. Sin embargo, los indicios de que la alianza política gozaba de poca fortaleza se remontan mucho más atrás, incluso a los pocos meses de comenzar el segundo gobierno de la dupla Rousseff-Temer.

Temer fue, durante el primer mandato de Dilma y durante los 4 primeros meses del segundo, un muy hábil articulador político y negociador de la estabilidad del gobierno con los legisladores de su partido y los del PT. Sin embargo, progresivamente fue dejando de contribuir a la cohesión de la base aliada del gobierno en el Legislativo para aprobar leyes sensibles para el gobierno y para evitar la cruzada pro impeachment impulsada por su correligionario Eduardo Cunha (Presidente de la Cámara), y sus declaraciones sobre su relación con la Presidenta también comenzaron a ser cada vez más ambiguas. Coincidiendo con los anuncios realizados por la Presidenta en septiembre, sobre una reforma ministerial (de la que el PMDB se benefició), Temer comenzó a hablar de la necesidad de formar una “alianza nacional” para generar “solidez” en una “gobernabilidad debilitada”. Un par de meses después envió a los medios una carta personal que le había escrito a la Presidenta, en la que reitera la necesidad de una “alianza nacional” y le reprocha su histórica desconfianza hacia él, que lo ha conducido a ser un “Vicepresidente decorativo”. Y ya hacía tiempo que no escondía sus reuniones con las principales figuras de la oposición, como Aecio Neves y Jose Serra (PSDB). No está de más agregar aquí que en la reunión partidaria de ayer el grito recurrente fue ¡Temer Presidente!

A esta altura de los acontecimientos, sus lamentos gozan de poca o nula credibilidad. Fue una sólida figura política como Vicepresidente en el primer mandato de Dilma y podría haberlo seguido siendo. Pero también es un “viejo zorro”, de esos que se conducen como una veleta y corren hacia donde sopla el viento. Con Temer, Aecio y Serra a la cabeza, los golpistas ya están armando un plan de gobierno en las vísperas de la votación de la apertura del proceso de impeachment de Rousseff en el Legislativo. Los vientos hace tiempo que han dejado de soplar a favor del PT. En parte, por la pérdida de la identidad progresista que signó sus primeros años de gobierno, en parte también por basarse en un esquema de alianzas donde predomina el “pragmatismo” electoral y que otorga poco peso a las afinidades ideológicas y programáticas (aunque las razones del desgaste no se agotan, ni por mucho, allí). El “pragmatismo” también cambia de orientación cuando cambia la correlación de fuerzas y Temer es un ejemplo. Cabe esperar que las instituciones y la cultura democráticas no sean tan débiles como presume (y quiere) la derecha política, económica y mediática del gigante suramericano.

Fuente: http://www.celag.org/brasil-un-golpe-temerario-en-curso-por-camila-vollenweider/