Durante más de veinte años viví bajo un Estado fascista liderado por el General Franco en España. Como consecuencia conozco bien qué es el fascismo, y puedo reconocer a un fascista cuando lo veo. Y el candidato republicano Trump en EEUU es uno de ellos. Pero para definir a alguien como fascista se tienen que definir antes las características de la ideología fascista.
El fascismo se caracteriza por un nacionalismo exacerbado, de tipo imperialista, con bases racistas, profundamente antidemocrático, con un canto a la fuerza militar que debe aplicarse para defender la “pureza de la patria” frente a grupos étnicos, culturales, políticos o religiosos que la contaminan y que deben ser destruidos, proceso de destrucción que debe realizarse como condición para alcanzar una nueva sociedad que recupere la grandeza que en su día tuvo el país, mediante el surgimiento de un movimiento dirigido por un personaje que se presenta dotado provisto de unas dotes sobrehumanas, al cual se le debe obediencia y lealtad absoluta, líder que llevará a las personas a este futuro prometido.
¿Están estas características en el discurso de Trump?
Cada una de estas características aparecen en la ideología en la que se basan los discursos del Sr. Trump y los de sus colaboradores cercanos. Ni que decir tiene que la expresión de tal ideología fascista es distinta según el contexto y el país en el que vive el personaje portador de dicha ideología. En este aspecto, el Sr. Trump es la versión estadounidense de tal fascismo. Es, en otras palabras, la versión norteamericana del partido francés fundado por Le Pen. Veamos, pues, los datos que confirman la adscripción de tal personaje a la categoría del fascismo.
Tal individuo profesa un nacionalismo extremo, considerando EEUU como un país excepcional en la historia de la humanidad, superior a todos los demás, lo que justifica su liderazgo mundial, imponiendo su voluntad por la fuerza militar, la cual debe utilizarse sin ningún freno. Constantemente hace referencia al bombardeo y destrucción de sus enemigos, categoría que abarca un enorme abanico de países y movimientos. En este canto a la fuerza militar expresa una “hombría” profundamente machista, antimujer y antifeminista, valorando a la mujer como un apéndice del hombre. Trump considera el país amenazado por inmigrantes, grupos étnicos, religiones y razas que, de no pararlos, pueden llegar a destruirlo. Quiere, por ejemplo, prohibir la entrada de musulmanes a EEUU, exigiendo una identificación (carnet especial que la persona lleve consigo para identificarse) a cada musulmán que esté ya en el país, sea o no nacido en EEUU. Así, la comunidad musulmana debe estar vigilada y controlada. El Sr. Trump es profundamente racista, hasta tal punto que no se ha distanciado de los grupos blancos súper-racistas, como el Ku Klux Klan, conocido históricamente por su persecución y linchamiento a afroamericanos en el sur de EEUU. Considera también a los inmigrantes (sobre todo a los latinos) como responsables del deterioro moral del país (responsabilizándolos de los mayores dramas de la sociedad estadunidense, desde la distribución de las drogas al crimen callejero en las ciudades).
El caudillismo en Trump
Trump es profundamente antidemocrático, de carácter claramente autoritario, exigiendo a sus seguidores lealtad a su persona, presentándose como el “salvador de la patria” que resolverá todos los problemas que afectan a las masas, desde el desempleo a la falta de felicidad. Su supuesta habilidad para resolver los mayores problemas del país se basa en su propia habilidad para resolver los problemas que han tenido sus empresas, refiriéndose a su presunto éxito empresarial como muestra de ello. Su negocio empresarial, por cierto, ha sido predominantemente el inmobiliario (uno de los sectores más corruptos de la economía de EEUU, basado en la especulación). Se presenta como profundamente antiestablishment, centrándose en el establishment político-mediático del país, sin atacar o criticar al establishment financiero y económico de EEUU al cual pertenece (y al cual aquel establishment político-mediático ha estado sirviendo). En realidad, las medidas que propone –una gran reducción de los impuestos sobre la propiedad y sobre el capital- favorecen los intereses de dicho establishment financiero y económico. Aunque es crítico con los tratados llamados de libre comercio (ver mi artículo “¿Qué se intenta con los tratados mal llamados de libre comercio?”, Público, 23.07.15) por destruir puestos de trabajo en EEUU, atribuye la movilidad de las industrias a otros países a lo que él define como elevada carga fiscal a las empresas estadounidenses y a las rigideces del mercado de trabajo, supuestamente impuestas por los sindicatos.
Sus políticas económicas son de un ultraneoliberalismo extremo, atribuyendo todos los males al Estado federal y al establishment político-mediático basado en Washington y en el este de EEUU. En este aspecto, el fascismo de Trump es distinto al fascismo de Le Pen, que sí que tiene componentes del nacionalsocialismo típico del fascismo italiano o del nazismo alemán, que da mayor reconocimiento al Estado de lo que lo hace la visión fascista estadounidense del Sr. Trump. Este último no es tanto nacional socialista, sino nacionalneoliberal. En realidad, a fin de recuperar a las empresas estadounidenses que se han desplazado a otros países, propone eximirlas del pago de impuestos para que reintegren a los EEUU capital procedente del exterior (equivalente a 2,1 billones de dólares), que significaría, como bien ha dicho la Senadora Elizabeth Warren, un repago de 400 mil millones de dólares a tales empresas (“How Trump Dog-Whistles the Business Establishment”, The Nation, 18.03.16).
¿Por qué está teniendo un gran éxito en las primarias del Partido Republicano?
Para aquellos que conocen bien EEUU, es muy fácil de entender su éxito. Las causas de tal crecimiento son prácticamente las mismas que explican el crecimiento de la ultraderecha chauvinista anti-inmigración en Europa. Y tales causas son, ni más ni menos, que el gran deterioro del estándar de vida de las clases populares (y muy en especial de la clase trabajadora no cualificada), como consecuencia de la aplicación de las políticas neoliberales que se han ido imponiendo a la población y que han alcanzado su máxima expresión durante la Gran Recesión. Estas políticas han empobrecido a la clase trabajadora de una manera muy significativa, resultado de la enorme mala distribución del crecimiento de la riqueza y de las rentas, que se han concentrado en las rentas superiores a costa de las rentas de la mayoría de las clases populares.
Desde los años ochenta, cuando se inició la “revolución neoliberal” del Presidente Reagan, los salarios no han crecido paralelamente al crecimiento de la productividad. En esta mala distribución, las rentas del capital han sido las más beneficiadas por las políticas fiscales a costa de las rentas del trabajo. Componentes importantes de estas políticas han sido toda una serie de intervenciones exitosas para debilitar al mundo del trabajo, desde el ataque a los sindicatos y a los convenios colectivos hasta la externalización de los puestos de trabajo mediante tratados de libre comercio que (aun cuando tenían poco que ver con libre comercio) facilitaban (mediante subsidios públicos y exenciones fiscales) la exportación de puestos de trabajo, con el traslado de industrias a países de bajos salarios.
Las clase trabajadora ha sido víctima de estas políticas públicas del gobierno federal, instrumentalizado este último por los grandes poderes económicos y financieros (que se conocen en EEUU como la clase corporativa, the Corporate Class) que financian las campañas electorales de los miembros del Congreso (tanto de la Cámara Alta -el Senado- como de la Cámara Baja -la Casa de los Representantes, The House of the Representatives-), en un proceso electoral de financiación predominantemente privada. Este maridaje y complicidad del poder político y mediático con el poder financiero y económico es la base de una pérdida de confianza y legitimidad de las instituciones llamadas democráticas que ha sido el campo de cultivo de este enfado generalizado hacia el establishment político mediático del país, y que Trump está explotando exitosamente.
El Estado Federal como el problema y la administración del afroamericano Obama como el enemigo
Sin lugar a dudas, Trump ha sido muy exitoso con su gran habilidad para canalizar el enorme enfado popular hacia el Estado federal, siguiendo el ideario que siempre ha dominado al Partido Republicano (hoy claramente controlado por la ultraderecha, incluyendo el Tea Party), financiado por los grupos económicos de mayor peso en el país, como los hermanos Koch.
La gran diferencia, sin embargo, entre el aparato del Partido Republicano y el Sr. Trump es su gran habilidad para movilizar a la clase trabajadora blanca en contra del establishment político-mediático, incluyendo el propio aparato del Partido Republicano y sus medios, como la cadena Fox, a los cuales ha definido como parte de tal establishment político-mediático. Es, en este aspecto, su mensaje antiestablishment, presentado con gran colorido teatral (que atrae a los medios), lo que explica su gran éxito. Es, con mucho, el candidato que tiene mayor cobertura mediática. Los grandes medios de información –a los cuales Trump critica extensamente- han cubierto su candidatura en sus informativos en cantidades muy superiores (el doble) a las de la Sra. Hillary Clinton y seis veces más que a la de Bernie Sanders, el candidato socialista (“Measuring Trump Big Advantage in Free Media”, The New York Times, 17.03.16). La política como espectáculo está contribuyendo al gran éxito de Trump.
Las consecuencias del Estado federal asistencial
Un punto de gran importancia para entender el debilitamiento de la clase trabajadora en EEUU es la función que tiene el racismo en su división. Es debido a ello que las derechas en EEUU siempre acusan al gobierno federal de defender a los negros a costa de los demás (que insinúan son los blancos). Esta acusación se basa en el hecho de que la gran mayoría de programas sociales no son de cobertura universal, es decir, no cubren a todos los ciudadanos sino solo a los pobres (Medicaid, el programa federal de atención médica a los pobres, que es financiado y gestionado también por los Estados, cubre solo a los pobres), siendo los ciudadanos negros los más beneficiados, pues, como resultado del racismo, estos se encuentran entre los grupos más vulnerables y con menos medios. De ahí que se promueva por parte de Trump y las derechas, la imagen de que tales programas están orientados a la población negra (lo cual no es cierto, pues la gran mayoría de pobres en EEUU son blancos). De ahí que Trump haga referencia a que los impuestos (que consideran excesivamente altos) pagados por los blancos están ayudando a los negros, creando una “cultura de dependencia y beneficencia” que debe denunciarse.
El redescubrimiento de la clase trabajadora
El candidato republicano Trump es, junto con el candidato socialista Bernie Sanders, el único candidato que explícitamente se refiere a la “clase trabajadora”, categoría que nunca aparece en la narrativa convencional del discurso político y mediático del país, que constantemente utiliza el término “clase media” en lugar de clase trabajadora. Este silencio mediático se ha roto. Y hoy comienza a hablarse de la clase trabajadora blanca, la gran olvidada en el discurso dominante. Esta clase trabajadora, como he indicado antes, está en una situación de gran deterioro, y su mortalidad (entre los blancos) ha crecido en los años de la Gran Recesión (sobre todo como consecuencia del aumento de suicidios). Trump constantemente hace mención a que “su gente es la gente de poca educación y bajos ingresos, que están olvidados en EEUU” (que insinúa es blanca).
Está claro que el establishment político-mediático del país no entiende lo que está ocurriendo en EEUU. Los reportajes sobre Trump se centran en las declaraciones explosivas y polémicas de este candidato, llenas de una teatralidad que, en contra de lo que interpretan los medios, contribuye a su fama entre las clases populares, que sienten un gran rechazo hacia tal establishment. Una práctica general de Trump es ridiculizar a los medios en la cobertura de su campaña. Así, frecuentemente en sus discursos ridiculiza a los medios de información -uno de los momentos de mayor goce de su audiencia-, criticando la versión que los gurús mediáticos hacen de su campaña electoral. Estos medios, en su enorme complacencia, no han descubierto todavía el enorme hartazgo y rechazo que existe a nivel de calle hacia el establishment del país, incluyendo el mediático. Trump probablemente ganará las primarias y podría ganar las elecciones, como consecuencia del rechazo hacia el establishment.
El hecho de que Trump sea un “fascista a la americana” no quiere decir, sin embargo, que la mayoría de sus seguidores sean fascistas. En realidad, son profundamente antiestablishment. La mayoría de las encuestas muestra que el candidato socialista Bernie Sanders –que está pidiendo una revolución política en EEUU, con un mensaje claramente antiestablishment (que se centra en su denuncia del maridaje y complicidad entre el establishment financiero y económico y el político-mediático)- es el candidato demócrata que ganaría más contundentemente a Trump. Sanders está movilizando a la clase trabajadora blanca y negra y a los jóvenes (personas por debajo de 35 años), compitiendo por el voto de la clase trabajadora, que es la mayoría de la población estadounidense, y que se ha abstenido en las elecciones anteriores. A la candidata Clinton, aunque se ha movido a la izquierda debido a la campaña exitosa de Sanders, se la percibe como una figura del establishment, con escasa capacidad de movilización. De ahí que su estrategia en las primarias haya sido la de enfatizar la necesidad de romper con la discriminación contra las mujeres y contra las minorías (estas últimas representan un porcentaje elevado de votantes en las primarias del Partido Demócrata), antidiscriminación necesaria, según Hillary Clinton, para que ocurra la integración de las poblaciones vulnerables y marginales dentro del sistema. Sanders, sin embargo, analiza la necesidad de establecer alianzas y complicidades entre los distintos sectores y componentes de las clases populares, acentuando la importancia de recuperar la conciencia de clase frente a un adversario común, el establishment financiero y económico que controla los medios y las instituciones políticas representativas (ver mi artículo “Race, Gender and Class Polítics in the US Primaries”, CounterPunch, 23.02.16). Esta es la situación en EEUU, que no se presenta de forma adecuada en los medios españoles.
Vicenç Navarro: Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University