En días pasados el compañero Camilo Soares reflexionaba sobre la atracción que ejerce en las masas las películas y series de zombies [1] . Particularmente llamativo le resultaba el caso de The Walking Dead, serie que a nivel mundial tiene a mucha gente pegada siguiendo los trances de un grupo de personas que luchan por sobrevivir, en un mundo sucumbido bajo una plaga de muertos caminantes.
Sin embargo, con Camilo coincido en que esta trama de los muertos persiguiendo a los vivos, que se supone es la principal, en realidad es la excusa de la verdadera trama protagonista: y es que lo que importa en la serie y lo que muy probablemente engancha a todo mundo, no es tanto la relación entre los muertos caminantes y los vivos, como la que se desarrolla entre los propios vivos. Así las cosas, y si bien nunca deja de ser emocionante el suspenso –y morbo– que genera ver a una serie de personas estar a cada paso a punto de morir devorado o quedar contagiado por la plaga zombie dicha emoción –y dicho morbo– parecen no ser nada en comparación con la que genera saber quién de entre los vivos traicionará a quién, hasta dónde serán capaces de llegar y hacer por el simple impulso de sobrevivir, cuánto sacrificarán en esa tarea, a quién engañarán, abandonarán, asesinarán, cuánto poder serán capaces de acumular, en fin, cuántas bajas pasiones serán capaces de desarrollar y desplegar en la difícil empresa de mantenerse vivos.
Como otras historias de este tipo, debe tenerse en cuenta que TWD parte del colapso del orden social tal y como lo conocemos. El Estado desaparece así como todo tipo de reglas, leyes, convenciones y por tanto restricciones. Para decirlo en términos de la filosofía política clásica: se trata del estado de guerra de todos contra todos, donde el lobo es lobo del hombre, la vida solitaria, pobre, primitiva, embrutecida y breve, y donde solo triunfan los más fuertes y despiadados.
Pero con Camilo también coincido en otra cosa: más que tratarse de una serie sobre un mundo post-apocalíptico, TWD, en cuanto tal, resulta una metáfora cuasi perfecta del mundo capitalista contemporáneo, el del neoliberalismo 3.0. Y es que, ¿no es precisamente esa desaparición del Estado, esa lucha de los más aptos por los bienes escasos, ese sálvese quién pueda individualista el quid de la prédica neoliberal llevado a sus últimas consecuencias? A este respecto, TWD se inscribe en el mismo género político de otras series como Los juegos del hambre o The Breaking Bad, exponentes como pocas de la subjetividad neoliberal, de la competencia desatada por los incentivos económicos y el egoísmo más primario en mundos donde al perderse los soportes sociales más elementales, terminan los seres humanos convertidos en seres desprovistos de cualquier tipo de empatía, temerosos cuando no envidiosos del prójimo y por tanto carentes de vínculos afectivos reales. Muertos caminantes pues, dispuestos a devorarse unos a otros por mera conveniencia.
La economía zombie
Pero la metáfora de TWD también sirve para alumbrar el mundo actual desde otra perspectiva. Y es ¿no termina resultando cierto que buena parte de la economía mundial de hoy, del capitalismo contemporáneo, es zombie?
En efecto, resulta obvio que las más grandes entidades financieras tipo Deutsche Bank, sobreviven no gracias al correcto, honesto y productivo uso de su patrimonio, sino a la ingente cantidad de fondos públicos desviados para mantenerlas artificialmente con vida. No por nada forman el conjunto de aquello que alguna vez llamaron demasiado grandes para fracasar: instituciones desde todo punto de vista colapsadas por sus manejos financieros fraudulentos y emisión indiscriminada de derivados financieros, pero alimentadas por los bancos centrales y las políticas de austeridad que condenan a millones a lo largo y ancho del planeta en esa suerte de keynesianismo al revés (donde se distribuye la riqueza de abajo hacia arriba) que termina siendo el orden económico de hoy. Son las famosas políticas de estímulo monetario: dosis de “vida” para economías, empresas o entidades financieras que no van a ningún lado, que no crecen pero tampoco mueren, atrapadas en el mundo ficticio del capitalismo financiero parásito de las economías reales.
En la actualidad se estima en unos 750 billones de dólares (unas 10 veces el PIB mundial) la cantidad comprometidas en dichos derivados. Tan solo el Deutsche Bank acumula unos 50 billones de euros en derivados financieros, equivalente al 75 por ciento del producto mundial y a casi 20 veces el PIB de Alemania; 48,6 billones de dólares es la de Goldman Sachs; 70 billones de dólares la de JP Morgan Chase. Según el gobierno norteamericano, los 25 bancos principales de los Estados Unidos tienen una exposición conjunta equivalente a 250 mil billones de dólares. En 32 billones de dólares se estima la cantidad total de dinero que las elites globales han escondido en banca offshore y paraísos fiscales, producto de la evasión, la fuga de capitales, el lavado, la corrupción, etc. La deuda pública total del mundo entero se calcula en unos 100 billones de dólares. Y en 250 billones la deuda total sumando la privada, más de 3 veces el PIB mundial.
El drama, como decíamos, es que esta economía zombie beneficiaria del 1% del más rico y su cada vez más pequeña periferia demográfica, se sostiene de alimentarse del 99% restante. Y como en las películas de zombies, es tal el apetito de esos poquitos que parecen dispuestos a acabar consumiendo por completo todo lo que encuentran, aunque eso signifique que acabaran ellos mismos consumidos en su propia vorágine especulativa. El deterioro del mundo actual, en lo ecológico, lo social y lo económico, ese estado de precariedad permanente en que se ha transformado la vida en el planeta, es el resultado directo de toda esta dinámica maligna.
Las ideas zombies
Pero en medio de este panorama sombrío, lo más asombroso puede que sea que, justo cuando se creían muertas y enterradas para siempre, en Latinoamérica resucitan con fuerza un conjunto de ideas zombies altamente peligrosas, precisamente porque son las mismas que han llevado el mundo al cuadro delicado que hoy presenta.
Son de hecho exactamente esas mismas ideas, las que hicieron que la CEPAL hablara de las Décadas Perdidas de los 80 y 90, cuando entre la deuda, la especulación y las medidas neoliberales, se acabó no solo con las economías regionales, sino con la vida y el futuro de millones de personas. La región –o al menos una parte de ella– se vino recuperando de todo aquello en la última década. Pero justo entonces cuando debería estarse pasando a una nueva etapa para consolidar la Década Ganada, las ideas zombies se las han arreglado para levantarse de sus tumbas y amenazar a los vivos con su renovado penar.
Krugman y el economista australiano John Quiggin, llaman ideas zombies a aquellas que deberían seguir muertas, pues hace mucho la realidad se encargó de matarlas demostrando amargamente lo falso de sus premisas, pero que, de algún modo, todavía siguen por ahí arrastrando los pies.
Aunque es sabido que los zombies no tienen líderes y más bien deambulan en manada sin mayor coordinación, en el caso de las ideas zombies puede al menos hablarse de una Gran Idea Zombie Madre: aquella según la cual todo lo que hace falta para que las economías funcionen, son gobiernos “amistosos con los mercados”, que generen “buen clima de negocios”, “confianza entre los inversionistas”, “desmonte al máximo cualquier tipo de regulación”, de manera que “se liberen las fuerzas productivas” y la economía crezca empujada por la “libre iniciativa privada” y su caudal inversionista. De allí en adelante todo el recital es conocido: liberación comercial máxima, flexibilización laboral y salarial (precarización), reducción de la inversión social, privatizaciones, liberalización de las tasa de interés, apertura total a la inversión extranjera, eliminación de los subsidios (excepto a los empresarios), exoneraciones fiscales, subordinación de la política cambiaria al dólar, etc.
Pero no por obvio debe dejar de decirse que si estas ideas regresan no es a causa de su brillantez ni efectividad a los efectos del bien común. Tal y como pasó cuando Friedman y sus secuaces revivieron la teoría cuantitativa del dinero bajo el disfraz del monetarismo neoliberal en los años 70, el retorno de las ideas zombies neoliberales se explica por lo bien que le vienen a los grandes poderes corporativos especuladores. Para decirlo en clave marxiana: las ideas zombies luchan por ser de nuevo las dominantes en la región, pues son las ideas dominantes de los dominantes del resto del mundo. Las ideas zombies, por así decirlo, son las ideas que reflejan al capitalismo zombie del siglo XXI.
Nota:
[1] http://nanduti.com.py/2016/02/16/camilo-the-walking-dead-la-ideologia-liberal-pura-dura/