No se sabe bien de su autor, pero la frase es lapidaria: «la primera víctima de una guerra es la verdad».

No pueden caber dudas de la guerra que existe en Venezuela. Por la contundente razón de ser una de las cinco principales reservas petroleras del mundo, riqueza que ha sido nacionalizada, y que ha sido la variable clave que convirtió a Venezuela en factor geopolítico en la apuesta por lo que han llamado «mundo multipolar».

El mejor ejemplo de la guerra por riquezas naturales está más al Sur. La guerra desatada en Chile entre 1970 y 1973 tuvo el corolario sangriento de un Presidente caído en combate; dos jefes del Ejército asesinados; generales, altos oficiales, ministros y el propio edecán presidencial también ultimados; la casa de gobierno bombardeada, y miles de detenidos y ejecutados políticos. La guerra no era de «pasiones» ni de «opiniones diferentes»: era la lucha de clases entre masa de trabajadores y una oligarquía archipoderosa -ahora dueña hasta del mar- y en el centro del asunto la reserva de cobre más grande del mundo.

Pero, insistimos, en esa como en toda guerra hay que matar la verdad. Solamente que ni en Chile -primer laboratorio de la guerra mediática a gran escala en América Latina- se había llegado al colmo del espectáculo y del circo como se ve hoy en Venezuela.

Todavía resulta insólito que la oposición venezolana pueda decir que su afán por terminar con el gobierno legítimo y legal se deba a las «constantes violaciones a los Derechos Humanos», y que medios y líderes los reproduzcan «inocentemente» incluyendo don Felipe González, quien hace poco afirmó que «Pinochet respetaba más los Derechos Humanos que la Venezuela de Maduro».

Digo que resulta insólito porque con una tiranía feroz en Argentina, Uruguay o Chile, los familiares de torturados, desaparecidos y ejecutados lograban demostrar con pruebas, testigos, fotos y hasta expedientes judiciales la suerte de sus parientes, y el nombre de los culpables. Sin embargo, hoy en Venezuela, con todo el aparato mediático local y mundial a disposición, con libre tránsito y amigos tan reputados como González, Ricardo Lagos, Oscar Arias, Lech Walesa, Uribe y Aznar, todavía la oposición venezolana no logra mostrar siquiera un nombre o una foto de un desaparecido, un torturado o un ejecutado.

Para resolver ese entuerto, han recurrido a matar más y más la verdad. Decíamos, al colmo de los actos de malabarismo y magia de circo. Para ello acuden a sus socios de clase, los dueños de los medios de comunicación que, como bien ha dicho Atilio Boron, es «el sistema nervioso de la actual sociedad de masas».

Ya vimos hace tres años en la portada de El País (España) la foto de un Chávez muriéndose que no era Chávez y los obligó a recoger la edición de los quioscos. Nunca un periódico había pasado tan impúdicamente por lo que debería ser la experiencia más vergonzosa de un periodista.

Ya vimos fotos de la represión en Egipto y en Singapur, publicadas en el periódico El Mundo (España) y mostradas en twitter por el conductor Carlos Montero en CNN en 2014, adjudicadas a las «fuerzas represivas» de Venezuela.

Ya hemos visto a la señora Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, reseñado como «preso político» (el otro «preso político» famoso, Antonio Ledezma ¡¡cumple prisión domiciliaria!!), hacer un vía crucis curioso, junto -otra vez- a Felipe González, largas entrevistas en televisoras globales, y sus fotos sonrientes en la sede donde celebró su victoria electoral Mauricio Macri.

Ya hubiesen querido semejantes actos y apoyos las abuelas y las madres de Plaza de Mayo, cuando nadie, absolutamente nadie fuera de su país les ha ofrecido como Macri a Lilian todo el poder del Estado para «cortar las relaciones comerciales» y «exigir la cláusula democrática» con los Estados que en la operación Cóndor se llevaron a sus familiares y todavía no rinden cuentas ni dicen dónde están los restos. Y hasta los nietos les secuestraron.

Incluso Ricardo Montaner, el famoso cantante que cerró en 2013 la campaña de Capriles, en su conferencia de prensa en el festival Viña del Mar de 2016, se apareció con la colorida camiseta de Leopoldo López, diciendo además sobre el gobierno de Maduro: «Las horas están contadas», «Llegó el momento de tomar cartas en el asunto». ¿Sabría Ricardo Montaner que estaba en el mismo Festival donde hasta hace poco tiempo se detenía el espectáculo para que hiciera su entrada triunfal el «querido Presidente, general Augusto Pinochet», mientras eran desaparecidos, torturados y asesinados cientos y cientos de chilenos, sin conferencia de prensa ni camisetas de colores, y él tampoco parecía enterarse de nada?

También en su reciente concierto en Barcelona el grupo «Maná» sacó a la luz el caso de Leopoldo López, aludiendo a que llegue la «libertad» y se termine «el desabastecimiento». Maná debería hacer un concierto por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, pero no lo hace. Nadie sabe por qué.

Lo último ha sido la cereza en el pastel. El cantante «Nacho» -reguetonero famoso y autor de canciones misóginas- es un nuevo héroe de la libertad. Un error al escanear su pasaporte en el aeropuerto Simón Bolívar fue denunciado por él como una «no casualidad», llegando a declarar que el documento fue «anulado» por su «valentía». Pero dice que su acusación no es por «posiciones políticas», sino que es «la verdad».

Fernando del Rincón, otra vez en CNN, se encargó de convertir a Nacho en «trending topic», junto a la frase «VenezuelaEstáMuriendodeHambre». El periodista lo anunció orgulloso en su cuenta de twitter, hecho que podrían mirar envidiosos todos los dominicanos desterrados por Trujillo y Balaguer, y todos chilenos que durante 15 años tuvieron una «L» en su pasaporte que les prohibía entrar a su país, incluyendo ser sacados de manera forzosa en un avión sin retorno.

En fin, resulta desfachatado e irrespetuoso que, en esta América Latina atravesada por un siglo de tiranías, matanzas y macabros crímenes, una élite social y política tan acomodada y súper protegida monte todo este martirio ficticio, victimizándose con aparatajes y actos de prestidigitación. Lo tremendo es que en muchos casos lo logran y tienen para eso toda una maquinaria a su servicio.

Pero nadie se confunda, en la base y en la sustancia, lo que no se puede relativizar es que asesinato de la verdad y guerra están absolutamente ligadas. Es una guerra donde todos los ejércitos marchan unidos en la misma estrategia y con el mismo objetivo.

La declaración de intereses y la amenaza de consecuencias quedan al descubierto por igual en las frases golpistas y tenebrosas de todos los actores del show, dígase Ricardo Montaner, «Nacho», Leopoldo López y Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional, quien en su discurso en el acto «Grito de Libertad» dijo a cara descubierta una sentencia que nada de diferente tiene con el golpismo chileno de 1973:

«…Le hemos dicho a Nicolás Maduro que tiene un último chance… Que en un acto final de consideración por su pueblo, en un acto final de expiación, de pedir perdón por estos diecisiete años de tragedia, que renuncie, que nos evite caminos tortuosos, que no empuje a Venezuela a una confrontación, que haga dejación de su cargo…».

En definitiva, con dirigentes, con periodistas, con gobiernos «amigos» y hasta con cantantes, la ofensiva final está orquestada.