Teófilo Santaella
I
Cuando se está en una batalla por implantar una revolución se debe tener claro no sólo las metas y los objetivos, sino las estrategias que se aplicarán después de la victoria. Empezando por Moisés, todos los grandes líderes de la historia sabían que era necesario aplastar por completo al enemigo. Algunos líderes llegaron a aprender a los trancazos, aún después de una derrota. Sin embargo, hay veces que a pesar de los golpes, duros y contundentes, no se llega aprender la lección. Hay cabezas muy duras, pues. ¿Por qué aplastar al enemigo por completo, de raíz? Porque se corre el peligro que alguna brasa quede prendida, y, por débil que sea, pueda desencadenar, en algún momento, un incendio en la pradera. Eso pareciera que está sucediendo en Venezuela. En la Venezuela de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro.
II
El proceso revolucionario tuvo una brillante oportunidad de aplastar bien aplastado a su enemigo, encarnado en la derecha nacional e internacional, cuando el intento de golpe en el 2002. Luego del regreso de Chávez de la isla La Orchila. Ese era el momento oportuno para liquidar lo que quedaba de la derecha golpista, y profundizar de verdad, verdad el proceso revolucionario. Pero faltaron cojones. Nuestro Comandante Supremo al llegar a Miraflores esgrimió un Cristo y lo puso frente a su rostro y lo enseñó a las cámaras de la televisión. Venía en son de paz y reconciliación. Llamó a la concordia, y dijo que él no venía a aplastar a nadie, que había reflexionado en sus pocas horas de cautiverio sobre la necesidad de una reconciliación a través del perdón y el diálogo. Lo que vino inmediatamente después es historia Patria.
III
Quien no hace le hacen, se dice en el argot beisbolero. O quien no pega le pegan, se podría decir en el boxeo. En política no es otra cosa. En política quien no aplasta lo aplastan. Postergar es una mala práctica ora en los estudios, ora en las decisiones que tienen que ver con el avance o el retroceso de un proceso revolucionario. El aplastamiento es el destino que le espera a la falta de acción en el momento oportuno. Cuando somos blandengues con el enemigo. Cuando la compasión o la esperanza por una rectificación sincera nos impide dar el golpe certero que saque de juego de raíz al enemigo. El poder no puede conducirse de esta manera. No lo digo yo, lo dicen quienes han hecho historia en materia de luchas revolucionarias. O simplemente en una guerra convencional.
IV
La derecha venezolana está alzada. Tiene motivos para estarlo. Ganaron una importante elección. Y eso les da derecho a venir con todo contra el Presidente Nicolás Maduro y contra el legado que Hugo Chávez depositó en él. Se dejó a una brasa encendida, y esa brasa se activo con el viento a su favor, y está cobrando. A la derecha no se agua el ojo, al momento de aplastar al enemigo. Ese es su objetivo: aplastar, aplastar y aplastar a todo lo que huela a chavismo. Pero no tiene la culpa el ciego, sino el que le da el garrote. Ahora, a mi juicio es tarde, la enfermedad ha minado todo el cuerpo. Yo quisiera no tener la razón en esta afirmación, lo juro. Pero la realidad me dice que no hay vuelta atrás. Se perdió la gran oportunidad que la derecha nos sirvió en bandeja de plata en el 2002, y ahora estamos tratando de echar el resto. Pero la derecha ríe, ríe y ríe. Los errores en política se pagan caro, así se trate del legado de Hugo Chávez Frías. ¡Volveré!