Fernando Rosso
La Izquierda Diario

Un horizonte económico sin todavía nada que festejar, una “contra-batalla cultural” que puede naufragar y los primeros signos del desgaste social. Todo en solo 60 días.

Las medidas económicas que hasta ahora tomó el gobierno de Mauricio Macri golpean sobre tres indicadores que son determinantes para definir el estado de ánimo y la evolución del consenso (o el malestar) social: el salario, el empleo y el consumo.

Todos esos indicadores emiten señales negativas: la inflación no cede e incluso puede acelerarse con las consecuencias del tarifazo sobre el conjunto de la economía. El empleo retrocede, no sólo por los miles de despidos de trabajadores estatales, sino también por la baja del nivel de actividad que suma despedidos o suspendidos en varias ramas de la industria y los servicios privados. El consumo, como consecuencia (y causa) de todo lo anterior se deteriora de manera directamente proporcional.

El masivo aterrizaje de dólares del exterior hasta ahora no se produce y los exportadores liquidan por goteo las divisas, aplicando el mismo “vandorismo” que mostraban frente al kirchnerismo con el objetivo de presionar por una devaluación mayor.

El acuerdo con los fondos buitre viene trabado y envenenado, pese a la generosa oferta que hizo el Gobierno, diseñada bajo el látigo del apuro, antes que guiada por algún tipo de racionalidad. Los “halcones” entre los buitres -como Paul Singer-, exigen más. Y todavía está por verse si un acuerdo con los holdouts produce la supuesta llegada de divisas e inversiones que impulsen verdaderamente algún tipo de crecimiento cualitativo de la economía. En el mundo sobran las crisis y faltan los financistas… y los compradores. Miguel Bein es optimista (Clarín, 15/02), pasó de la línea “aire y sol, siempre para adelante” de Scioli (Jorge Asís), a festejar las medidas de la “revolución de la alegría”, pero el éxito que augura no se desprende necesariamente de las condiciones nacionales e internacionales.

Esta situación llevó a algunos “sinceramientos” por parte del Gobierno de Cambiemos: el déficit fiscal sólo podrá bajarse un punto en este año: de seis a cinco (algunos aseguran que en realidad es un punto agregado por el relato macrista, que luego permita afirmar que bajó con un movimiento contable) y la inflación solo puede ceder en un proceso de años. La nueva crisis del INDEC, con el temprano despido de Graciela Bevacqua evidencia que los números no cierran acorde a lo que necesita el Gobierno.

Frente a este escenario, las críticas suben el volumen (o los oídos se afinan para escucharlas), no solo por izquierda, con las justas denuncias de un ajuste salvaje, sino también las efectuadas por los sectores más ortodoxos que creen que las decisiones de la administración están demasiado determinadas por “la viabilidad política antes que por la consistencia económica”.

Para estos sectores radicalizados de la derecha, mientras se gastan el crédito de la “luna de miel” y se pagan las consecuencias políticas por la aplicación de un ajuste real, las medidas tomadas hasta ahora son necesarias, pero absolutamente insuficientes.

Según su razonamiento, el Gobierno paga el costo político por todos los defectos de ser de derecha y se beneficia de pocas de sus “virtudes”. Porque verdaderamente lo que se está aplicando es una especie de “kirchnerismo prolijo” (Cronista, 11/02), es decir, algo muy parecido a lo que hubiese hecho Scioli (o Massa).

Hasta los anuncios con algún tipo de contenido social fueron parte de la herencia: el aumento de las jubilaciones y la AUH y la inauguración de tramos del FFCC, presentado junto a un kirchnerista, ejem… “duro” (Randazzo).

La promesa de la suba del mínimo no imponible del impuesto al salario se toma su tiempo, mientras la patria sojera, las mineras y las petroleras reciben los beneficios con el método express del decreto y en efectivo.

Los números de los primeros estudios de opinión (con el necesario descuento del componente de operación política), empiezan a mostrar una baja en el apoyo a las medidas económicas del gobierno y una preocupación mayor por la situación social.

Algunos afirman que el miedo a la desocupación superó al temor a la llamada inseguridad. Si lo que denominan “inseguridad” es una sensación, Macri la bajó a golpes de otra “sensación” peor.

Las críticas de Sergio Massa y Elisa Carrió evidencian que no quieren quedar pegados a todas las consecuencias antipopulares que provoca el ajuste. Massa viajó a Davos con Macri y los resultados, hasta ahora, no se avizoran. Regresó y reclamó contra el impuesto a las ganancias e impulsó la puesta en pie del Índice de Precios al Consumidor del Congreso.

Luego de la reunión cómplice de las dirigencias sindicales, Antonio Caló tuvo un discurso de tímida protesta, Moyano se guardó en un moderado silencio y el “vocero” más estridente del cónclave fue Luis Barrionuevo, que, como se sabe es toda una garantía de contención del conjunto del movimiento obrero.

Para completar el escenario, el próximo 24 habrá un paro nacional de los estatales enrolados en ATE y existen posibilidades de que se desate una huelga docente en la provincia de Buenos Aires y conflictos en otros distritos.

La “contrabatalla” cultural con el ataque rabioso y revanchista a los símbolos políticos e ideológicos del kirchnerismo (incluida la bochornosa detención de Milagro Sala), puede correr la misma suerte que la “batalla cultural”: disolverse en el aire o reducirse a material de consumo de los y las señoras de Barrio Norte o Palermo, mientras lo que importa son las inclemencias de la economía.

El obsequio enviado por el Papa Francisco a Milagro Sala –un rosario «bendecido» de política- da cuenta de que la relación entre el líder universal del mundo católico y el nuevo presidente sigue marcada por las tensiones, sino por las diferencias. Francisco se encuentra a la cabeza de un movimiento de «restauración» reformista para la crisis de la iglesia mundial y Macri al frente de un giro a la derecha para «solucionar» una crisis provocada por el «reformismo» argentino. El regalo «bendecido» para Sala tiene todas las características de un presente griego para Macri.

La relación de fuerzas social y política ubica a Macri ante la paradoja de llevar adelante una orientación que combina grados de un “kirchnerismo” que detesta y una ortodoxia que no puede aplicar hasta el final.

En ese impasse se juegan las luchas de los trabajadores que tendrán en el paro del 24 una oportunidad para una primera respuesta masiva y contundente.