Luis Bilbao
Tras la anécdota hay una razón de fondo: Mauricio Macri no escogió por azar a Nicolás Maduro como centro de sus ataques para reubicar a Argentina en el escenario internacional. Tampoco lo hizo por iniciativa propia.
Años atrás publiqué un libro titulado Argentina como clave regional, donde me apresuraba a advertir que lo era por su debilidad, no por su fuerza. En esa debilidad -agravada en la última década- hizo palanca el imperialismo para transformar al país en la contraparte de la Revolución Bolivariana y el Alba.
Ahora, con un elenco gobernante arraigado en las clases dominantes tradicionales, no en capitalistas advenedizos, la Casa Rosada ha sido lanzada como catapulta contra la avanzada de la revolución.
No hace falta decirlo: gobierno no es igual a ciudadanía. Macri no puede hoy arrojarse contra Venezuela con respaldo de las mayorías. Resultó electo por rechazo a su predecesora, no por virtudes reconocidas en él por el electorado. Adolece de verdadero poder. Carece de base social propia y de Partido; tiene como sostén organizativo a una despedazada socialdemocracia y los votos obtenidos debe convalidarlos en los próximos años. Además el país está en un cenagal económico, político y social (ver Argentina en Torbellino, pág. 18).
Hay que decir sin embargo -y subrayarlo- que el tejido social está debilitado y desnortado como jamás en su historia y que el gobierno cuenta con apoyo explícito de Washington y Bruselas. La endeblez de las clases oprimidas, con epicentro en la descomposición o franca inexistencia de alternativas antisistema, es hoy utilizada para ensayar la afirmación del discípulo de la Internacional Parda. Alcanzado este objetivo, piensan los estrategas de la contrarrevolución, incluso el cataclismo económico local y la crisis general del capitalismo podrían alimentar la consolidación de un liderazgo ultraderechista. Apuntan a las clases medias, a restos putrefactos de los aparatos partidarios hoy en disolución e incluso a sectores contrapuestos del pueblo trabajador: franjas privilegiadas de la clase obrera y contingentes de desocupados y marginalizados, en acelerado crecimiento durante los últimos años.
Adaptación de una táctica
Quien sigue estas páginas recordará cómo en sucesivas elecciones la derecha venezolana trató de arrebatar consignas y símbolos de la Revolución Bolivariana. Algo análogo practica ahora el sosias porteño del bravo Henrique Capriles. El plan estaba preparado para ser aplicado por Daniel Scioli, el candidato peronista. Pero la sociedad dio su veredicto y, créase o no, Macri se lanzó a emular a Maduro: comenzó a aplicar una versión local del «gobierno de calle» venezolano; puso como consigna central «pobreza cero»; relanza ampliándolos programas de asistencia social y de edificación de viviendas. Hasta copió la decisión de Hugo Chávez de poner animales autóctonos en los billetes de papel dinero en lugar de controvertidos próceres. Él y los suyos se presentan como acérrimos defensores de un Estado fuerte (y en esto no mienten). Como detalle distintivo rechazan el socialismo… «porque no funciona». En correspondencia, anuncian un plan desarrollista más ambicioso que los esgrimidos por Arturo Frondizi en 1958 y el dictador Juan Onganía en 1966. Argentina debe ser el contramodelo venezolano ante América Latina.
En coyuntura de convulsiva crisis del capitalismo central la estrategia desarrollista será un fiasco aún mayor que el de los años 1960. Sólo que la comprobación por parte de los pueblos latinoamericanos de ese inexorable fracaso llevará tiempo. Y a eso apuesta la Casa Blanca, para completar la política de cerco y aniquilamiento sobre la Revolución Bolivariana primero y ahogar a los gobiernos del Alba después.
Semejante estrategia tiene una única base de apoyo: hasta en filas radicales de las izquierdas de la región se pospone sin fecha la lucha contra el capitalismo. Todo se limita a reformas, aumento de salario, mayor capacidad de consumo, más legisladores en las catedrales del capital. Está descartada la inminencia de lo que sin embargo es obvio: los estertores del sistema en los centros imperiales y el avance hacia una situación prerevolucionaria regional.
Desechado ese debate, el mensaje es claro: «nosotros (los hijos de la oligarquía sometidos al capital transnacional), somos capaces de hacer bien lo que prometieron y no llevan a cabo gobiernos como los de Chávez y Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, otros presidentes del Alba y hasta el mismísimo Lula». Cuentan con la fragmentación, confusión y en muchos casos corrupción extrema de expresiones de izquierda que deberían estar ya lanzadas en una contracampaña continental.
Argentina es así un ensayo para mostrar a América Latina que el capitalismo es capaz de resolver los graves y urgentes problemas sociales que la acosan. En manos de genuinos capitalistas -no de recienllegados ávidos e ignorantes- este país deberá ser la clave para barrer hasta la última brizna del proceso revolucionario que recorre la región.
Para hacer viable esta táctica en torno a Argentina los multibillonarios del planeta pondrán su óbolo. Exigen y con certeza obtendrán mayor margen aún para saquear riquezas naturales y plusvalía. Pero abrirán la mano e intentarán salvar la coyuntura que acorrala a Macri. En simultáneo, apretarán la soga sobre el cuello de la economía venezolana. Todo acompañado, sin pudor, por la gran prensa comercial.
Defender Venezuela, defensa propia
No se trata entonces de Macri vs Maduro, sino de contrarrevolución vs revolución en América Latina. Son Washington, sus aliados y socios menores, contra la emancipación regional. Y esto en momentos en que la Revolución Bolivariana atraviesa una coyuntura de extraordinaria gravedad. A falencias irresueltas -aunque claramente diagnosticadas- se suma la guerra económica y la brutal caída del precio del petróleo, que resta al país más del 70% de su ingreso en divisas.
Sin exageración puede afirmarse que la economía argentina tiene desequilibrios más graves en su estructura socioproductiva. E infinitamente menores posibilidades de salida sin un giro de 180 grados. Pero coyunturalmente no sufre en magnitud comparable la caída de sus exportaciones ni, tanto menos, el ataque sistemático del imperialismo. Puede ser así la contraparte, con el sólo recurso de que siquiera temporalmente aparezca viable el anacrónico programa de desarrollo capitalista. Pocos se atreven a denunciar sin rodeos que semejante plan terminará en un naufragio de proporciones más onerosas que todos los anteriores.
Enfrente, Venezuela ha encarado un proceso de movilización de masas que desembocará los días 11, 12 y 13 de abril en un Congreso de la Patria. Esas instancias populares de esclarecimiento, debate y toma de posiciones, seguramente culminará avalando las drásticas medidas económicas y políticas que la situación requiere. El caso es que abril está lejos, medido desde la perspectiva de la táctica imperial, que al calor de la derrota electoral de la Revolución en diciembre último ha lanzado al ataque a sus esbirros locales, en consonancia con la ofensiva regional.
Macri tomó nota cuando Maduro adelantó el tenor de su participación en la cumbre de la Celac. De inmediato anunció que no viajaría. Consiguió un certificado médico y alegó problemas de salud. Soldado que huye, sirve para otra guerra, le explicaron sus asesores. Así que envió a su vicepresidente para insistir con el ataque a Venezuela. En continuidad con la táctica sibilina diseñada en otras latitudes, la Sra. Gabriela Michetti completó su diatriba insistiendo en que la Celac puede contar con Argentina. Por inadvertencia, en un intercambio terminó defendiendo a la OEA contra la organización de los países al sur del Río Bravo. Se sienten impunes porque cuentan con la manipulación informativa: la prensa tradicional en Argentina ignoró la cumbre de la Celac, limitando la información al heroico papel de Michetti en defensa de los derechos humanos en Venezuela.
Fascismo embozado
¿Cuál es la estrategia, cuáles las tácticas a implementar de inmediato frente a esta ofensiva imperialista? ¿Cómo se prepara y desenvuelve el contraataque? Cientos de millones de seres humanos, no sólo en América Latina, buscan pasivamente respuesta a estas preguntas.
El Congreso de la Patria está concebido para darlas en Venezuela. Tácticas diferentes adoptan los gobiernos del Alba. Pero no se da el primer paso hacia la articulación internacional de un programa de acción ante la emergencia. Fronteras adentro Macri no tiene todavía un proyecto capaz de enfrentarlo.
En la misma medida en que todo y cualquier proyecto de reconstitución capitalista implica, más temprano que tarde, un fracaso inexorable precedido de violentos intentos de saneamiento estructural, la lógica del accionar imperial y sus agentes locales tiende al fascismo. Está a la vista en Venezuela, pero también en Argentina y, con características diferentes, en México. Deteniéndolo en Caracas y Buenos Aires estarían dadas las bases para enfrentarlo y derrotarlo en el hemisferio entero.
Tal vez nunca el pensamiento y la capacidad de acción transformadora han estado de tal manera exigidos como en este momento de la historia.