Juan Eduardo Romero

 

Hemos venido señalando, el hecho que a partir de la desaparición física de Chávez, el discurso político del denominado Polo Patriótico, ha venido perdiendo la capacidad que su discurso “sea dicho”, eso es, según Michel Foucault, que un discurso sea repetido, bien sea por aceptación o rechazo.
Este hecho, tiene especial significación, en términos de construcción del discurso político como un discurso de poder, eso es como un discurso que no busca esencialmente comunicar, sino más bien generar marcos interpretativos desde donde se facilite el ejercicio del poder, en términos weberianos, eso es el poder como capacidad de un conjunto de individuos para imponerse sobre otros o lograr que otros actúen de una manera, que normalmente no harían.
El discurso político de Hugo Chávez, como discurso de poder, contempló una reconstrucción de referentes simbólicos sobre los cuales se habían constituido las relaciones de poder político en la Venezuela del siglo XIX y XX. El discurso político decimonónico (del siglo XIX) y el discurso del siglo XX, se estructuraron sobre un uso excluyente del simbolismo de Simón Bolívar. Será el Presidente Antonio Guzmán Blanco, quién comprenda a cabalidad la trascendencia del Culto a Bolívar, tanto en términos simbólicos como antropológicos. En términos simbólicos, Bolívar es el Padre-Fundador. Cómo Padre-Fundador, tiene un valor simbólico, de respeto y sumisión. En términos antropológicos, el padre-Fundador Bolívar tuvo unos hijos (los héroes de la emancipación) que son los “creadores” de la república. Esos héroes, debían ser obedecidos y aceptados, por el elemento antropológico del respeto a nuestros mayores. Son una especie de “tíos” o “abuelos” a los que se debe obedecer y “nunca contradecir”, como factor esencial del respeto. Por otra parte, en esta perspectiva antropológica, el Padre-Fundador, es blanco, caucásico, letrado, perteneciente a la burguesía. Un conjunto de caracterizaciones que sirven, para justificar unas nociones excluyentes de democracia, participación y debate.
Cómo herederos del Padre-Fundador, blanco y letrado, aparte de propietario, los “tíos u abuelos” constructores de la República, deben evitar la “vulgarización” de esa República. Para eso, se utilizaron partes del propio discurso político del Libertador, para hablar de elitismo, de segregación ante la posibilidad del sujeto invisibilizado. Para hablar de un Gobierno de escogidos, que se aseguraban para sí, la representación, uso y disfrute de toda la simbología asociada con el Padre-Fundador. Bolívar, es así, tergiversado en su carácter insurgente, revolucionario y sólo es presentado como un propietario, sacrificado por los “más pobres”. Su proyecto liberador, es invisibilizado, como invisibilizados son quienes no sean blancos y propietarios.
Es está la lógica antropológica del discurso del poder. Un discurso del poder, que se impuso por la fuerza desde tiempos de José Antonio Páez, en 1830 y a lo largo de todo un siglo XIX, sumamente convulsionado y conflictivo. Los inicios del siglo XX, introducen el debate acerca de los derechos políticos, los derechos de ciudadanía plena, sobre todo en términos de ciudadanía política. El discurso de los actores desafiantes, principalmente el discurso de Rómulo Betancourt y Acción Democrática (AD), es un discurso que habla de irrupción o “cambio”, sólo en términos de conformación de una nueva elite de poder. En términos de ejercicio de poder, como sumisión y obediencia, se mantuvo las mismas condiciones del siglo XIX y ello significo mantener las condiciones de ejecución del discurso del poder, o lo que algunos autores llaman el “dispositivo del poder”, entendido como el proceso que hace posible el funcionamiento de los mecanismos de poder, a saber: fuerza, el discurso del orden y el imaginario social.
La fuerza, viene legitimada por el control de la violencia, a través del Estado. Quién ejerce el Estado, se reserva el uso de la violencia y la discrecionalidad de su aplicación, contra todo aquel que quiera subvertirlo. Pero el ejercicio del poder, solo basado en el uso de la fuerza es un problema, pues mantener el uso de la fuerza implica usar parte de los excedentes económicos, que son la base de la diferenciación social en el sistema capitalista. Por ello, la importancia y alcance del discurso del orden, como discurso de control social. Es lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu denominó “violencia simbólica”, entendida como la violencia no física, de control de dominadores sobre dominados, a través de herramientas de control cultural e ideológico.
El discurso del orden en Venezuela, uso la figura de Bolívar y la representación elitesca de su pensamiento, como un elemento de control social, atribuyéndose su exclusividad. El Bolívar elitesco, es un ser adorado, inalcanzable para el venezolano común. Y esa distancia, es lo que hace posible su uso como instrumento de poder, por parte de las elites propietarias. Ello implica una iconografía, que presenta un Bolívar guerrero, caucásico, propietario, elitesco. No ese Bolívar insurgente que prometió libertad e igualdad a mulatos, pardos, zambos, tercerones, mestizos. El discurso del orden, señalaba unos rituales que debían ser cumplidos a cabalidad y sobre él se constituyó el imaginario que legitimó las formas explotadoras en el ejercicio del poder, hasta que llegó Hugo Chávez.
Chávez tuvo la particularidad de ser un sujeto subversivo por naturaleza. Chávez fue un zambo, mezcla de descendiente africano y de indígena, es decir, los dos sujetos históricos invisibilizados y desaparecidos de la historia, no sólo de Venezuela, sino de toda Nuestra América. Chávez encarnaba, no por conveniencia política, sino por propia naturaleza histórica el derecho a la rebelión, a la subversión, eso es oponerse a toda forma de dominación. Y esa realidad, implicaba también una ruptura de los símbolos empleados hasta finales del siglo XX, y uno de esos símbolos era el Bolívar mantuano y esencialmente caucásico. La ruptura, no significó manipulación, en este caso se basó en una investigación histórica, que conllevó la redefinición de las propias representaciones pictóricas que habían sido usadas desde el ejercicio elitesco del poder.
Esa investigación, resultó en un Bolívar, antropológicamente más humano, no exclusivamente caucásico (y europeo), sino con presencia de mixtura, que era una agresión contra las formas simbólicas del ejercicio del poder. Era un Bolívar, con características diversas, que habían sido “invisibilizadas” por las elites propietarias. Y al presentarlo, Chávez estaba presentando una lectura de la historia, diferente a la propiciada por el imaginario social dominante y que significaba un alteración del “discurso de orden” (y sumisión) característico de las formas representativas de democracia, impuestas desde la 2da mitad del siglo XX.
Los discursos del poder, muestran tácticas de ejercicio del poder mismo. Eso es tácticas de convencimiento, movilización y justificación, así como legitimación propia y deslegitimación del “otro”. Ello es significativo para entender el contexto de la actual confrontación política y discursiva en Venezuela. La derrota electoral del PSUV y el Polo Patriótico, manifestado en una pérdida de votos (por efectos de la abstención o como votos nulos) de unos 2.575.832 votos, significó además la pérdida de la mayoría en el ejercicio del poder en la Asamblea Nacional. Es decir, estamos en presencia de un conflicto institucional entre el Poder Ejecutivo, el Poder Popular vs el Poder Legislativo. Y esa lucha conlleva la lucha simbólica.
La reacción del actual Presidente de la Asamblea nacional, Henry Ramos Allup, tiene lecturas múltiples. Una, él representa un anhelo de revanchismo sobre las fuerzas articuladas por Chávez y hoy lideradas por el Presidente Nicolás Maduro. Es la revancha de quienes ejercieron el poder en forma total y que fueron desplazados parcialmente en el período 1998-2015. Segundo, en ese revanchismo, debe haber una manifestación discursiva y concreta. Discursivamente ejemplificados en su intervención en relación con el diputado del PSUV, Pedro Carreño “acostúmbrese que acá las cosas cambiaron”. En términos concretos, se ejecuta como un ataque directo a los elementos simbólicos del antiguo ejercicio hegemónico del poder, por parte del chavismo en la Asamblea Nacional: las figuras de Chávez y Bolívar. En tercer lugar, es un acto de provocación, que busca alterar la lógica de acción racional y respuesta política, que necesita el chavismo para enfrentar esta coyuntura de empate catastrófico que se experimenta. Se trata de sustituir esa lógica racional por una emocionalidad y es esa emocionalidad, el objeto de la Guerra psicológica empleada como estrategia política.
Mover esos cuadros o representaciones simbólicas de la Asamblea Nacional, es un mensaje claro en términos de discurso de poder. Se trata de intentar, por parte de las fuerzas que representan Ramos Allup, de retrotraer la realidad política venezolana al momento antes del triunfo de Chávez. Por eso, la afirmación de Ramos Allup “no quiero cuadros de Chávez y de ese Bolívar falsificado”.
La lucha simbólica adquirirá mayor peso, pues esa lucha simbólica, más bien la hegemonía en el manejo simbólico es esencial para generar movilización, marcos interpretativos que motiven a la gente a actuar políticamente. Creo sin embargo, que en la jugada simbólica de Ramos Allup puede haber un error, pues sí bien favorece a los sectores más radicalizados de la oposición a Maduro, también puede servir de reacción para aquellos sectores inmovilizados con el chavismo, por descontento y decepción.
La importancia de este momento radica, en que la paralización en la que se encuentra el chavismo-madurismo, que sólo hace reaccionar ante la praxis de la oposición, debe ser sólo superada a través del rescate del protagonismo popular y ético. Significa dejar de obstaculizar desde las filas del propio PSUV y su nomenklatura política, el impulso revolucionario derivado del poder popular y la democracia participativa. Esa lucha es organizativa, pero también es simbólica. La reivindicación del valor simbólico de Bolívar y Chávez, no es una reivindicación de culto personal, es una reivindicación del valor subversivo de ambos, de su valor ético y de una política como liberación.

Dr. Juan Eduardo Romero/historiador-politólogo/. juane1208@gmail.com