Luis Delgado Arria
Subestimamos al enemigo. Pese a que voceros del Departamento de Estado han dejado entrever que mantienen un ejército de más de 5 mil funcionarios de inteligencia consagrados exclusivamente a radiografiarnos política, social, militar, económica y culturalmente para luego planificar cómo demoler el experimento bolivariano, no hemos asimilado la importancia de financiar y desarrollar centros de estudios y observatorios sobre las diferentes dinámicas estratégicas que de hecho afectan o pudieran eventualmente afectar la estabilidad y el rumbo al socialismo en Venezuela. Comenzando por las relaciones entre política y cultura política, discursividades, imaginarios colectivos, vocería presidencial, religiosidad popular, etc. Aparte de los centros propiamente de inteligencia, EE.UU. financia un al menos centenar de Institutos de Estudios Latinoamericanos. Todos reciben «apoyos» directamente desde el Departamento de Estado y están interconectados en tiempo real. Cuentan, además, con la activa cooperación de más de 300 universidades estadounidenses de primera línea. Entre otros, el intelectual argentino Nestor Kohan ha dedicado varios libros para advertir sobre el dinámico y obscuro papel de los centros de investigación, universidades, aparatos de inteligencia, revistas, asociaciones, casas editoriales, becas y premios al servicio de la reproducción y difusión del pensamiento de un ejército muy bien pagado de intelectuales, artistas y ejecutivos de derechas. Mientras tanto, la mayoría de nuestras universidades, centros de estudio e investigación, revistas y casas editoriales prosiguen su curso entre retórico y academicista, descoyuntados de las urgentes prioridades y principales problemáticas del país. Las más de ellas con presupuestos para investigación inexistentes o ínfimos, sobre todo si las comparamos con el gasto militar y policial, ordinariamente justificado como único garante de la seguridad y defensa del país. Es claro que más que meramente derrocar un gobierno, la modalidad sistémica de intervención contra Venezuela (guerra de 6ta generación) busca recuperar la hegemonía neoliberal, requiriendo arrasar para lograrlo todo el arsenal de ideas, símbolos, legados, prácticas de inclusión, recuerdos, utopías asociadas al bolivarianismo, el chavismo, el progresismo, el socialismo y hasta al nacionalismo.
Caímos en el triunfalismo electoral. Un cierto adagio según el cual los venezolanos votamos a ganador casi que obliga a todos los contendores en puja a dorarles la píldora a sus electores respecto de la verdadera correlación de fuerzas. En un contexto de asfixia económica y social de los sectores populares, inusitada inflación y la escasez relativa durante 3 años, un clima entre acrítico y triunfalista pudo haber incluso exacerbado la sensación de desconexión entre vanguardia y base chavista, alimentando la desazón y por ende la pulsión funcional al voto castigo.
Apelamos a un discurso épico ya gramaticalizado. La apelación a casi que las mismas retóricas simbólicas ya trilladas durante pasadas campañas electorales, en un contexto evidentemente diferente (somos los pobres, los zarrapastrosos, los maltratados, los de Chávez, etc.) también funcionaron como correlato de una extenuación del discurso político, comunicando implícitamente un agotamiento del programa concreto revolucionario para conjurar la crisis.
Relativa desconexión emocional con las bases. Salvo contadas excepciones en que candidatos del Polo Patriótico hicieron público su extracto programático, la apelación propagandística del grueso de los candidatos del Polo Patriótico se centró en adscribirse al efecto portaaviones alegando que ellos eran «los de Chávez». Se subestimó que toda campaña electoral debe, sobre todo, apelar esencialmente al segmento indeciso y hasta remiso a la participación política, más que a la base dura, en este caso roja rojita/ chavista. Más aun, redundar que los candidatos del chavismo eran los de Chávez en sí mismo dejó entrever que, o no eran suficientemente reconocidos o postulados por las bases o que no quería asumirse explícitamente que eran los candidatos de Maduro. Si consideramos que en varios estados los candidatos no fueron seleccionados por su histórica trayectoria de trabajo de base, el discurso subyacente que de hecho operó fue así, básicamente: vota por los candidatos del aparato partidista. Si contrastamos este enunciado con el de las cuñas de la Mesa de la Unidad que apelaron metódicamente a toda la diversidad de colores, apariencias físicas, oficios, profesiones, tradiciones, prácticas sociales, saberes, edades, condición socioeconómica y hasta diversidad de sueños, era de imaginar cuál opción podría harcese de mayor beneplácito entre el multiverso segmento indeciso.
Subestimación de los efectos desmoralizadores/ desmovilizadores de la guerra económica. De hecho la campaña se desplegó casi sin alusión al tema, como si la guerra económica estuviera ocurriendo en otro lugar. Haber asociado la línea programática de los candidatos y candidatas del Polo Patriótico a una avasallante contraofensiva de recuperación del salario real, el control de los precios y el rediseño popular de la agenda económica pudiera haber representado una cardinal diferencia en los resultados. Y una apelación muy efectiva para atraer respaldos tanto de la base deprimida/ desmoralizada chavista como del segmento vacilante de ambos lados de la polaridad político/ ideológica.
Confiamos el grueso de la producción, distribución y comercialización de medios básicos de subsistencia del pueblo en manos del enemigo de clase. Haber lanzado una campaña electoral de oferta de un plan concreto y creíble de re-lanzamiento de Venezuela como país potencia en lo productivo podría haber sido visto por no pocos como un «parao» a la situación de devaluación del salario y la continuidad del desabastecimiento. Haber vendido que el cambio del modelo rentista se iba a emprender con y desde una nueva mayoría en parlamentaria de calle hubiera quitado, al menos parcialmente, todas las banderas del cambio a una oposición huérfana de programa y de líderes.
Falta de realismo y humildad. Mahatma Gandhi decía que: «Toda verdad sin humildad es corrupta». En un contexto de extremo asedio económico y social al pueblo llano venezolano (inflación, colas, inseguridad, desencanto, depresión, bombardeo sistémico de falsa consciencia), el discurso de la campaña debió haber tal vez sido menos grandilocuente y acaso más crítico y propositivo de alternativas de una política productiva, cuando menos en los niveles local y estadal. La escasa diferenciación de papeles entre gobierno, Estado y de partido pareciera haber obstaculizado la emergencia de un discurso más alternativo, fresco e independiente. Se echó en falta un discurso electoral que luciera incluso apto para ayudar a reencauzar la política económica mediante la creación de nuevas instituciones (Observatorios populares de salarios y de precios, de consorcios nacionales y trasnacionales, etc.). En tal sentido, la carencia de una línea programática crítica de los baches de la política económica durante la campaña parlamentaria terminó de hecho siendo capitalizada por candidatos descaradamente alineados a una fracción proto-fascista, proimperialista y ultra-neoliberal. Si nuestros candidatos hubieran reconocido ante el pueblo que durante el gobierno de Chávez y también durante el de Maduro se cometieron resbalones micro y macroeconómicos, se habría comunicado que el problema no estaba en el modelo mismo de la economía socialista sino en su coyuntural implementación equivocada. Si bien era espinoso hacer una campaña crítica de la gestión económica del gobierno, no hacerlo terminó operando de algún modo como evidencia de la inviabilidad del modelo económico socialista bolivariano, al menos en una coyuntura diferente a la de los altos precios del petróleo.
Fractura relativa de la unidad de los patriotas. Parece claro hoy para muchos que pudimos haber construido mejores y más frecuentes contextos de acercamiento con movimientos sociales, tendencias políticas e incluso con personalidades hasta hace poco militantes en las filas del Polo Patriótico. De cara a un riesgo de desplome de la apuesta no solo venezolana sino continental en favor de la opción progresista y pro-socialista, agenciar tejidos para rearmar la unidad de los patriotas luce incluso hoy cada vez más urgente y estratégico. Si bien deponer actitudes y rearmar consensos, al menos mínimos, de lado y lado, es complejo, no lo es menos negociar la paz en Colombia, empresa con la que estamos colaborando tenaz y exitosamente.
Insuficiente conexión de clase con los imaginarios y las expectativas sociales de las capas medias y profesionales, hoy por hoy mayoritarias en el país gracias al modelo de inclusión y ascenso social bolivariano. La campaña tuvo básicamente un carácter reactivo, centrándose en advertir sobre la tragedia que supondría perder conquistas sociales ya alcanzadas. Si bien esto no fue una mala estrategia, hubiera sido mucho mejor complementarla con la promoción de los nuevos logros a alcanzar en caso de respaldar la opción bolivariana. La sola apelación al miedo en lugar de la a la esperanza fue evidentemente desventurada. La oposición, en cambio, promovió la tesis de sembrar al país de iniciativas productivas para que los millones de profesionales que hoy tiene Venezuela pudiesen tener un medio y un modo de producción digno y autónomo del Estado. En tal sentido, la oposición supo secuestrar, una vez más, al menos en su engañosa oferta electoral, una bandera vertebral de la agenda socialista. La denuncia de que el modelo socialista chavista es de carácter estructuralmente estatista/ populista/ importador tuvo un efecto desolador en la base social de un chavismo hoy mayoritariamente adscrito al imaginario de capa media profesional. Haber capitalizado que luego de sacar a más de 10 millones de venezolanos de la pobreza, vamos ahora sí, a la construcción de una Venezuela Potencia y autónoma en lo productivo hubiera sido posiblemente mucho más efectivo que apelar al miedo a perder unas conquistas que la derecha no parecía estar palmariamente amenazando.
Sobreestimamos la capacidad del pueblo para entender las causas estructurales de la crisis de la economía venezolana como efecto directo de la mega-crisis terminal del sistema capitalista. Era y sigue siendo capital posicionar que los rezagos y desbalances de nuestra economía no responden tanto a errores de gestión interna cuanto que a sobre-determinaciones externas relacionadas a nuestro lugar en el esquema de la división internacional del trabajo y el mercado mundial capitalista. Sin embargo, era y sigue siendo clave mostrar al país una luz de salida de esta crisis. Decir, por ejemplo, que la economía petrolera no da para más pero que, con el concurso de todos, vamos a enfrentar los problemas para reinventarnos como país productivo y próspero. Y que la recuperación del ingreso en divisas y la estabilización de la economía se estima alcanzar en, por ejemplo, 4 años. Aplacar la incertidumbre respecto de la dilatación temporal de la crisis era y sigue siendo indispensable.
No supimos explicar suficientemente bien la dinámica expoliadora y desmoralizadora de la guerra económica como efecto de un bestial, sistemático y programado bombardeo imperialista y oligárquico interno contra la economía nacional y el bolsillo de la familia venezolana. No haberlo logrado operó como caldo de cultivo ideal para que la derecha intestina y la derecha internacional posicionaran en las mentes y los corazones la tesis según la cual el problema central de la crisis venezolana radica en la generalización de la corrupción y, más aun, en el rotundo fracaso del modelo progresista/ socialista.
Consentimos, de hecho, que el imaginario del «american way of life» se impusiese como horizonte utópico individualista/ consumista/ narcisista, particularmente entre los sectores más jóvenes. Por sólo mostrar un índice de esta tendencia, basta notar que hoy un 80% de los hogares venezolanos tiene acceso a la televisión por cable. Y de los 100 canales que ofertan las «cableras» en su paquete basico, menos de 10 de ellos exhiben una programación no facturada desde los epicentros imperiales. La tesis dominante de no pocos de nuestros analistas de medios es que la ofensiva ideológico -política enemiga de la revolución Bolivariana se vehicula básicamente desde los canales explícitamente políticos como, por ejemplo, CNN. Pero se desestima la construcción de hegemonía liberal burguesa en mentes y corazones que el capitalismo vehicula mediante programas de pseudoficción, pseudoentretenimiento, pseudocomunicación, pseudoinformación y pseudo-cultura. Sufrimos 90 canales de televisión por cable, transmitiendo falsa consciencia sistemáticamente durante 24 horas, los 365 días del año. Ello resulta en 388.400 horas de falsa conciencia por año. Y si lo multiplicamos por 16 años de revolución obtenemos 13 millones de horas de falsa conciencia que hemos consentido que envenenen las mentes y los corazones del 80% de nuestros compatriotas, en especial de la población más fácilmente maleable: nuestros jóvenes. Que pese a toda esta majestuosa ofensiva de hegemonía mediático/ cultural liberal-burguesa todavía contemos con casi 6 millones de activistas revolucionarios votando militantemente en las elecciones parlamentarias, en su mayoría jóvenes, es un dato que no deja de ser escalofriante para el imperialismo capitalista y para sus procónsules apostados en Venezuela. El ingreso de la televisión por cable sigue siendo, incluso hoy en día, el principal punto de traba para la regularización de las relaciones económico-comerciales entre Cuba y EE.UU. Ello da una idea de lo cardinal que es para EE.UU. contar con esta base misilística diseminadora de conciencia falseada para efectos de la perpetuación de su hegemonía y el abatimiento del ideario socialista en la isla y en todas partes.
Farandulizamos en cierta manera la política antes que reconocer y potenciar los liderazgos de base. Y no es que figuras de la farándula no puedan hacer eventualmente un buen papel, pero en el presente contexto de crisis económica los votantes suelen preferir políticos profesionales a novatos políticos. La idea de quedarse a trabajar a largo plazo en los barrios y circunscripciones electorales en que «por ahora» perdimos, sugerida por el Presidente Nicolás Maduro, debe ser asumida con seriedad. Pues la gente cada día sopesa mejor quién viene oportunistamente por los votos; y quién por un real compromiso con el esfuerzo construido desde el abajo social.
Fallamos en ofrecer una luz de salida del túnel de la alta inflación, la escasez programada y la escalada de la violencia. Los estudios cualitativos arrojan que los sectores populares asumen el poder como un contrato de respaldo a cambio de una protección por parte del líder/ gobierno en extremo parecida a la relación materno/ filial. El gobierno/ madre/ padre debe garantizar protección a los débiles respecto de los sectores económicos poderosos so riesgo de perder la autoridad y el respaldo. En tal sentido, la desafección recogida en las pasadas elecciones parlamentarias pueden ser revertidas mediante una activa política económica y asimismo político-discursiva de protección del empleo, la capacidad adquisitiva del salario y la producción nacional de los bienes e insumos indispensables para la reproducción de la vida. La incorporación de las comunidades en la producción, distribución, comercialización y contraloría social de dichos bienes puede resultar en un nuevo respaldo masivo y fervoroso hacia el gobierno bolivariano. La oposición apenas creció en las pasadas elecciones en un 5% respecto de su base electoral. Ello demuestra que la base electoral y la identidad de clase del chavismo sólo se encuentra entre aturdida, deprimida y desmovilizada por la arremetida de la guerra económica y la percepción de que el gobierno no asume competentemente su responsabilidad de defender la reproducción de la vida de las familias. Si se perfecciona además la masiva incorporación de las comunidades en la gestión de la seguridad vecinal, estadal y nacional, la ecuación de un nuevo florecimiento del chavismo estaría en buena medida encaminado.
No supimos explicar suficientemente bien la diferencia entre escasez relativa y hambre. Y quizá tampoco logramos explicar bien que el «voto castigo» era darle las armas al enemigo de clase. Haber transmitido, por ejemplo, la escena de un rebaño de ovejas abriéndole la puerta de la jaula a una manada de leones hubiese construido una metáfora memorable –y a la vez realista– respecto del riesgo de abstenerse electoralmente; o ejercer un voto castigo en contra del chavismo. Asimismo, hubiese ayudado una vocería en la que el Presidente Nicolás Maduro dijese algo análogo a lo que dijo Cristina Kirchner: No vienen por mí como persona o contra mi equipo de gobierno; sino contra sus derechos constitucionales al trabajo, a las pensiones, al estudio, a la vivienda, al agua, a la electricidad, en dos platos, a la dignidad humana de todo nuestro pueblo: trabajadores y empresarios, obreros y profesionales, adultos y niños, hombres y mujeres.
La vocería de Nicolás Maduro durante la campaña fue posiblemente percibida más como la de un estadista que como la de un ciudadano más, un igual, un soldado raso de la revolución, un proletario e, incluso, un campesino, como nos acostumbró Chávez. Afinar la vocería política del Presidente/ Obrero/ Barriero/ y cargado de la fuerza telúrica provincial, como nos enseñó Chávez, constituye un núcleo con poder para neutralizar al menos buena parte de la ofensiva librada ahora, además, por la reacción desde el parlamento. La entrada de la oposición al ejercicio del poder desde la Asamblea Nacional puede ser usada, dialécticamente, como una oportunidad para visibilizar su responsabilidad histórica y presente en la profundización de los principales males que han agobiado y que aun aquejan el país.
Renuencia a asumir nuestra responsabilidad colectiva como vanguardia política. Acaso la nota más preocupante de esta derrota ha sido la lectura «despechada» inicial de cierto chavismo respecto de la supuesta «traición» de más de 2 millones de chavistas tras «entregarle» millones de canaimitas, cocinas, lavadoras, neveras, aires acondicionados; y facilitarles el acceso masivo al ejercicio de nuevos derechos vinculados a educación, alimentación, pensiones, vivienda, empleo, aumentos salariales, salud, tierras urbanas y rurales, agua potable, aguas servidas, y un muy largo etcétera. La evidencia de que el contrato populista está muy vivo en cierta vanguardia evidencia una lectura no solo mecanicista de la relación pueblo vanguardia. Peor aún, trasunta un déficit agudo de consciencia ideológico política en capas encargadas de servir de correaje virtuoso entre las necesidades y expectativas legítimas del pueblo, por un lado, y la dirección del partido, el gobierno y de la sociedad, por otro. Durante esta campaña se esparció la siguiente locución: «con el chavismo se vivía bien… pero con las adecos y los pelucones vamos a vivir muuuucho mejor». Y no es cuestión que el pueblo sea ingrato o carezca de memoria. Sino que su memoria no es ni puede ser una memoria histórica, es decir con consciencia de clase en sí y para sí, cuando dicha praxis teórica, ideológico-política y ético-estética no ha calado en aún toda la pretendida vanguardia del proceso. Las bases son por tanto en extremo susceptibles a operaciones de afectación mediante el acorralamiento socio-económico cotidiano como es de hecho esta nueva guerra de sexta generación de que somos conejillo de indias. Lo advertía ya Bertolt Brech en su obra Galileo Galilei. El Monje pregunta: «Y usted no cree que la verdad, si es tal, se impone también sin nosotros? Y responde Galileo: «No, no y no. Se impone tanta verdad sólo en la medida en que nosotros la impongamos. La victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan».
A modo de cierre… por ahora:
Desde luego, las dinámicas antes expuestas encuentran caldo de cultivo en un complejo cuadro de importantes compromisos financieros externos y desbalances macroeconómicos heredados de nuestro pasado neocolonial cuarto republicano; y, en alguna medida del gobierno del comandante Hugo Chávez, quien a su vez se vio instado a tener que asumir empréstitos como fórmula para garantizar la continuidad electoral del modelo bolivariano en el contexto de la más profunda mega crisis capitalista global de la historia.
El chavismo ha demostrado su aptitud para desplegar mejor sus fuerzas frente a un adversario de clase envalentonado y hablachento, que bailando solo en el cuadrilátero institucional del Estado burgués. Permitir que el Presidente Maduro designe un nuevo gabinete –y gobierne ahora con cuadros de su más entera confianza y comprobado desempeño– al margen de los consabidos compromisos con neo-tribus, logias y toldas políticas podría constituirse en la oportunidad histórica para metamorfosear una debilidad coyuntural en oportunidad para una trasformación estructural. Y puede ser asimismo la posibilidad para revertir una derrota electoral en paradójica victoria geo-política del modelo de avance hacia un genuino socialismo a la venezolana.
Si un abrumador descalabro electoral de más de 2 millones de votos, la reciente derrota del kirchnerismo en Argentina y el impeachment en curso contra Dilma Rusef en Argentina –por no anotar el trágico desenlace de las «guerras humanitarias»» libradas recientemente por Occidente contra Irak, Afganistán, Yemen, Palestina, Libia y Siria—no logran ponerle en claro a las toldas, tribus y logias que hacen vida al interno del Polo Patriótico que nuestra única opción de sobrevivencia política –y física—es respaldar y apoyar sin melindres en este trance histórico al Presidente Maduro en una agenda de radicalización del socialismo, nada podrá hacerlo. Desestabilizar o debilitar el gobierno de Maduro en esta coyuntura claramente resultará en una derrota histórica y una persecución descarnada por décadas no solo del chavismo post Chávez y de las FANB, sino a ciencia cierta, además, un descalabro irreversible de la onda progresista regional, no por casualidad germinada en Venezuela.
El golpe económico/ parlamentario en Venezuela sólo tiene condiciones de efectuarse en el contexto de un chavismo/ nacionalismo/ progresismo aturdido por la guerra de sexta generación, enchinchorrado por los desvíos de un Estado todavía burgués y suicidamente dividido por el sectarismo, el caciquismo, el divismo o el infantilismo político. Porque deslealtades y traiciones al sujeto histórico de la revolución bolivariana siempre ha habido y seguirá habiendo. Pero tales constituyen fenómenos aislados, sin aptitud para inclinar la balanza de la historia hacia un destino diferente del que marca la tendencia general del avance de la clase y su grado de acumulación de fuerzas y consciencia para librar en Venezuela, en cada frente de lucha, la multitud de resistencias.
No se enfrenta y derrota al modelo dependiente importador, funcional a un capitalismo por desposesión como el actual, sin idas y contramarchas. Como decía Marx, no hacemos la historia a nuestra real voluntad sino en el marco dialéctico de múltiples contradicciones y determinaciones. El Goliat de las trasnacionales y de sus operadores intestinos en Venezuela se exaspera a la más leve mudanza de táctica o estrategia del David pueblo. Mientras tanto, prefiramos confiar, con José Martí, en la praxis del: «haga cada cual su parte de deber… y nadie podrá vencernos».
Es ya trillado el aforismo de Lenin según el cual «sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario». Pero poco se dice que Lenin también escribió que «una acertada teoría revolucionaria (…) sólo se forma de manera incuestionable en su estrecha relación con la experiencia práctica de un movimiento efectivamente de masas y genuinamente revolucionario». La guerra de sexta generación librada durante los últimos años por el imperialismo occidental contra el pueblo venezolano si bien ha resultado en el distanciamiento coyuntural de más de 2 millones de simpatizantes, también ha acerado la consciencia de clase y la voluntad de resistencia de al menos 6 millones de activistas bolivarianos, lo cual no es conchas de ajo. La mal llamada guerra económica ha puesto de manifiesto una conexión profunda entre las masas de proletarios y excluidos históricos y una vanguardia creciente, comandada hoy por Nicolás Maduro, y por todos los que nos asumimos, de un modo u otro, también Chávez. Lo cual en lo absoluto quiere decir que podamos descuidar la conversión de la cantidad de guerra económica sufrida hasta ahora, en una nueva cualidad que exige garantizar, a toda costa, el acceso digno y en suficiencia a la alimentación, el vestido y las medicinas del pueblo.
Pero acaso lo más llamativo de esta experiencia es que tanto del lado de los casi 5 millones de chavistas que votaron militante y fervorosamente en las parlamentarias como los más de 2 millones que se abstuvieron, gran parte de ambos fragmentos coinciden en la urgencia de superar nuestro modelo económico y político dependiente y reformista, aspirando así a completar la ecuación de un movimiento, sin paralelos en la historia, cada día más irreversiblemente revolucionario y generador de nuevos y masivos medios y modos de producción. La lectura de que el pueblo se aburguesó o se derechizó frente a la ofensiva imperialista y de cara a la poca eficacia para aplaca del gobierno para enfrentarla es del todo falsa. Es consciencia falseada en estado puro. Lo que sí debemos asumir a partir de ahora es que hemos tenido importantes fallas en la conducción de un Estado muy poco eficaz y, en un partido-maquinaria parcialmente descoyuntado de las bases que debe transformarse ahora en epicentro de debates y en movimiento de movimientos. Y asumir las múltiples tareas hacia la creación de una nueva hegemonía mediante una nueva pedagogía política y una novedosa e acerada rectoría intelectual y moral.
La guerra de sexta generación librada el imperialismo occidental nos ha arrebatado a todos los venezolanos una gruesa tajada del fruto de nuestro salario y miles de horas de vida en interminables colas. Pero también nos ha mostrado la malignidad de la que es capaz un imperio y una oligarquía intestina cuando se sienten al borde de desmoronarse.
Hoy millones sabemos en carne propia que el sistema capitalista mundial es cada día más capaz de las más brutales barbaries, incluyendo vastos y sanguinarios experimentos con humanos con tal de restaurar el capitalismo salvaje neoliberal. La inversión de miles de millones de dólares para derrocar este experimento colectivo de dignidad llamado chavismo mediante variados mecanismos, incluyendo quinta columnas consagradas a continuar perpetuando nuestro lugar en la división internacional del trabajo y nuestra dependencia neocolonial hacia las trasnacionales comercializadoras monopólicas de bienes de primera necesidad (alimentos, vestido, transporte, productos de higiene y limpieza, así como embutidos fetichizados de pseudo-información, pseudo-comunicación, pseudo-educación pseudo-cultura y pseudo-entretenimiento), muestra a las claras que somos la joya de la corona para fines de la continuidad del dominio regional del imperialismo estadounidense.
Pese a todas las múltiples y costosas fallas de nuestro ensayo revolucionario bolivariano, es claro para no pocos que Venezuela encarna hoy para el mundo oprimido del Norte y el Sur el ejemplo más radical, original y peligroso de desenganche respecto de la lógica macabra de metabolización del capital. Nunca lo escribió el Manco de Lepanto, pero, pese a todo, viene ahora a cuento: «Ladran los perros, Sancho, señal de que avanzamos…»
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