Editorial de La Jornada
De acuerdo con un reciente estudio del Congreso estadunidense citado por The New York Times en su edición de ayer [sábado], las exportaciones de armas de Estados Unidos se incrementaron en cerca de 35 por ciento en 2014, en comparación con el periodo anterior, para totalizar 36 mil 200 millones de dólares. Los principales clientes fueron Qatar, Arabia Saudita y Corea del Sur. De esta forma, Washington ratificó su sitio como primer fabricante y vendedor de armas en el mundo, seguido de lejos por Rusia (que el año pasado tuvo un volumen de ventas de 10 mil 200 millones de dólares), Suecia (5 mil 500 millones de dólares), Francia (4 mil 400 millones) y China (2 mil 200 millones).
Más allá de las implicaciones económicas y comerciales de estas cifras, es claro que la compraventa de armamento constituye uno de los principales factores de tensión en el mundo y el fenómeno no puede separarse de las orientaciones geoestratégicas tradicionales de la superpotencia del norte. Más aún, sus exportaciones de armas suelen ser un instrumento de política exterior para respaldar a regímenes corruptos y autocráticos, como las monarquías petroleras del Golfo Pérsico, o bien para hostilizar a gobiernos que mantienen diferencias ideológicas con la Casa Blanca, como ocurrió hace unos años con la exclusión de Venezuela de la cartera de clientes de armamento estadunidense.
Otro aspecto relevante en el comercio de materiales bélicos es el conjunto de prácticas corruptas y corruptoras a las que los países vendedores suelen recurrir, a fin de cerrar contratos de compraventa, especialmente cuando se trata de equipos aéreos, marítimos o terrestres de alto costo y tecnología de punta, como aviones de combate, embarcaciones, transportes de superficie y sistemas antiaéreos.
Por añadidura, es sabido que para impulsar sus ventas de armas al exterior, Estados Unidos y otros exportadores suelen atizar o crear conflictos bélicos con el propósito de crear mercados con alto potencial lucrativo y a costa de la vida y el bienestar de millones de personas.
Este comercio ha sido uno de los componentes en la gestación de guerras internas, como la que destruyó a la extinta Yugoslavia y como la que ahora causa estragos en Siria.
En el caso de nuestro país, las ventas estadunidenses de fusiles de asalto y armas aun más destructivas –como las ametralladoras Barret .50– han contribuido a hacer más devastadora la ola de violencia que se desató a raíz de la estrategia de seguridad pública adoptada por el gobierno anterior y que aún persiste en el actual.
En términos generales es claro que, a mayor fabricación y venta de armamento de todas clases, mayores y más graves resultan la inestabilidad, la violencia y el sufrimiento de poblaciones en el mundo. Por esa razón, para la nación vecina el lugar de primer exportador planetario de armas no debe ser motivo de orgullo, sino de vergüenza.