Claudio Katz
Finalmente el peronismo perdió la presidencia, varias gobernaciones y
el baluarte de Buenos Aires, pero Macri ganó por sólo tres puntos. Con
este reducido margen de favoritismo la coalición derechista tendrá
poco sustento para implementar el ajuste. Necesitará mucha muñeca para
concretar el atropello que sucederá a la devaluación.
El PRO ya definió un gabinete de gerentes para administrar el estado
como si fuera una simple empresa capitalista. Sus operadores tejen
aceleradas alianzas para asegurar gobernabilidad en el parlamento y la
justicia.
Macri prometió crecimiento, empleo y mejoras de salarios poco
compatibles con el clásico shock neoliberal. La expansión del consumo
registrada en los últimos años torna aún más difícil, el apriete que
ensayarán los hombres de negocios transformados en ministros.
La arremetida conservadora tampoco cuenta con cimientos políticos
sólidos. El generalizado repudio que suscitó el editorial de La Nación
reclamando la liberación de los genocidas es indicio de esos límites.
En medio de una inédita protesta de periodistas, el propio Macri debió
ratificar la continuidad de los juicios.
El jefe del PRO intentará compensar estas restricciones con un gran
activismo internacional contra Venezuela. Como la revisión del
Memorándum con Irán seguirá el curso dictado por la embajada
estadounidense, todos los cañones apuntarán contra el proceso
bolivariano. Esta campaña ya cuenta con el explícito aval de Massa y
el silencio cómplice de Scioli. Presentarán a los escuálidos golpistas
como presos políticos y cuestionarán la falta de democracia, en un
país con gran secuencia de votaciones periódicas.
La inminente presidencia de Macri genera perplejidad en gran parte de
la sociedad. ¿Cómo pudo un emblema de la derecha llegar a la primera
magistratura?
Algunos kirchneristas observan este ascenso como una desventura
pasajera. Estiman que los votos y cargos obtenidos bastarán para
retomar el gobierno en pocos años. Esta especulación se basa en una
ilusoria expectativa de congelamiento del mapa político.
Otros oficialistas repiten lugares comunes («triunfó la democracia»),
aluden a la mala suerte («la moneda cayó para otro lado») o atribuyen
lo ocurrido al «desgaste de los últimos doce años». Pero ese cansancio
nunca siguió una cronología fija y fue sorteado en varias
oportunidades por Néstor y Cristina. Quienes atribuyen el desenlace
electoral a la prédica de los medios concentrados deberían explicar
por qué falló el gran armado gubernamental de propaganda pública y
privada.
La tesis kirchnerista predominante resalta la existencia de un país
dividido en dos mitades. Con esa presentación se desconoce que muchos
sectores populares votaron a Macri, ante la ausencia de una real
polarización social e ideológica. La gran mayoría de los electores se
ubicó en el medio y osciló entre dos propuestas conservadoras.
Interpretaciones más consistentes de la victoria del PRO resaltan la
incidencia de la inflación. Destacan también el descontento creado por
la desastrosa situación de la vivienda, la salud o la educación en la
provincia de Buenos Aires.
Pero el indudable agotamiento del modelo económico no llegó al ingreso
o al empleo del grueso de la ciudadanía y tampoco determinó el triunfo
de Cambiemos. Con el retraso del tipo de cambio se vivió incluso una
primavera artificial de compras que favorecía al oficialismo. A su
vez, las mejoras en el nivel de vida de la última década tuvieron poca
incidencia electoral. La población ha naturalizado esos repuntes, en
un país tan sujeto a bruscos vaivenes del poder adquisitivo.
La derrota del gobierno tuvo más determinantes políticos que
económicos. El fastidio con el oficialismo superó el miedo a Macri.
Muchos comunicadores resaltan el hartazgo con un «estilo» de CFK que
abusó de las cadenas, el personalismo, la sordera y la manipulación.
Pero omiten recordar que esos defectos forman parte una cultura del
justicialismo, que Cristina recreó especialmente en el plano del
verticalismo y la lealtad.
El kirchnerismo representó una variante reformista al interior del
mutante espectro peronista. Ese perfil de centroizquierda se reflejó
en las iniciativas más objetadas por la derecha: retenciones a los
agro-sojeros, ley de medios, juicios a los militares y autonomía
geopolítica internacional.
La reacción anti-K de los grupos conservadores paralizó al gobierno y
abrió el camino para el ascenso de Macri. El PRO supo encauzar la
belicosa secuencia inicial de cacerolazos hacia una inteligente
construcción política. Mientras Cristina optó por la inacción
encubierta de relatos, la derecha depuró sus filas y preparó su
captura del estado.
La renuncia kirchnerista a encarar un genuino curso progresista
condujo a ese desenlace. Descartaron la nacionalización del comercio
exterior, la implementación de una reforma impositiva y la revisión de
los pagos de la deuda. Evitaron confrontar con los responsables de la
remarcación de precios y la fuga de divisas y siempre protegieron al
sistema capitalista que CFK endiosa. En el plano político consolidaron
un status quo de clientelismo y un descarado nivel de corrupción de
altos funcionarios.
El propio gobierno preparaba una sucesión conservadora con Scioli.
Quienes ahora reconocen que el motonauta fue un «mal candidato» evitan
analizar este sentido de su designación. El «proyecto» ya carecía de
futuro y por eso no suscitó entusiasmo, frente al cúmulo de fantasías
que desplegó Macri.
La izquierda tampoco pudo contrarrestar los límites del progresismo.
La canalización derechista del descontento evidenció el carácter aún
embrionario de la radicalización popular. El escaso eco del voto en
blanco fue un indicio de ese escenario.
Pero la existencia de la izquierda como formación política visible
constituye un ingrediente clave del turbulento contexto que se
avecina. Ofrece un freno a la desazón y un canal para madurar la
fallida experiencia del kirchnerismo. Con un perfil nítido, la
izquierda facilita la construcción de alternativas, ajenas al pase de
facturas que sobrevuela al justicialismo.
El arribo de Macri a la Casa Rosada genera tristeza, bronca e
impotencia. Comprender lo ocurrido es el mejor antídoto frente a esa
sensación.
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[1] Publicado en «Ideas de Izquierda», n 26, diciembre 2015, Buenos Aires.
[2] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro
del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz