Luis Bilbao
Mauricio Macri, electo presidente de Argentina, avanza hacia un segundo gran fiasco.
El primero lo sufrió antes de asumir, cuando el único cuadro con experiencia, solidez y base propia, Ernesto Sanz, presidente de la UCR (miembro de la Internacional Socialdemócrata), dio un portazo y salió inesperadamente del escenario político. Macri negó a Sanz la jefatura de gabinete del próximo gobierno y éste rechazó el ministerio de Justicia que se le ofrecía. Detrás del conflicto hay una dura pugna interburguesa, que no tardará en manifestarse por otros medios. En línea con la formulación de un texto anterior (http://bit.ly/1TfjCKZ), se puede decir que el presidente protofascista se quedó sin el socialdemócrata que lo llevó a la victoria.
El segundo revés ocurrirá el 21 de diciembre, cuando Macri pretenda excluir a Venezuela del Mercosur, mediante la aplicación de la cláusula democrática de este organismo. Como ha ordenado el Departamento de Estado, como insisten en la Internacional Parda, José Aznar y Álvaro Uribe, el discípulo alega supuestas violaciones a los derechos humanos por parte de la Revolución Bolivariana. Agentes desembozados de Washington se apresuran a aclarar su certeza de que Macri fracasará en tal objetivo. Pero se trata de ponerlo en el candelero, admiten. Los promociona la red de medios comerciales.
El intento de Macri carece de todo fundamento: no hay periodistas ni políticos presos en Venezuela; no hay persecución a la prensa. Hay delincuentes presos por responsabilidad en decenas de asesinatos (Leopoldo López entre ellos) y periodistas alojados en Miami porque no se animaron a seguir en su país después de haber sido rostros públicos del golpe de Estado en 2002.
Con el criterio utilizado por Macri, habría que aplicar la cláusula democrática a Argentina, porque hay en nuestro país una cantidad de presos no comunes: secuestradores, torturadores, asesinos. El diario La Nación, punta de lanza de la lucha contra la Revolución Bolivariana, publicó el lunes 23 un editorial exigiendo la liberación de estos presos. No llegó sin embargo a pedir la suspensión de Argentina del Mercosur.
Con certeza los presidentes de Uruguay y Brasil -probablemente tampoco el de Paraguay- no se inclinará ante el golpe de efecto de Macri, paradigma de la altanería de las clases dominantes en Argentina.
Esa prepotencia tiene otros límites. La respuesta de la sociedad -a comenzar por los propios trabajadores de La Nación- obligó a la dirección del diario a reconocer y dar gran despliegue a la rebelión de sus trabajadores y al rechazo de diferentes sectores de la vida nacional.
Esa fuerza invisible gravitará en todas las áreas sobre Macri. La condición ideológica de un individuo no determina la naturaleza de su gobierno. Perder al jefe de la formación socialdemócrata y hacer el ridículo en su primera participación en el Mercosur son indicios claros de lo que viene. Al destacar estos tropiezos no estamos mofándonos de un Presidente. Señalamos nuestra concepción del papel del individuo en la historia. Y trazamos las líneas de una caracterización del nuevo gobierno en Argentina: un híbrido sin base social organizada, ministros de cuatro vertientes bien diferenciadas, tácticas de emergencia ante el naufragio económico heredado y tendencia hacia formas de coalición o «gobierno de unidad nacional». Y esto en el marco de una sociedad decidida a no regresar a 2001, pero tampoco al período inaugurado por Néstor Kirchner. Ese conjunto dista de cualquier posibilidad a corto plazo de instaurar un régimen fascista.
Antes bien lo contrario: para avanzar en una etapa ulterior hacia una política consistentemente contrarrevolucionaria -y no sólo apuntada a Argentina, sino a los gobiernos del Alba con centro en Venezuela- Macri está empujado a hacer concesiones en todos los órdenes a una política populista-desarrollista. Con realizaciones notorias de forma y contenido modernizadoras y eficientes. Con dosaje milimetrado de medidas de saneamiento y con precisión de cirujano para arrebatar conquistas económicas a las masas. A partir de esa táctica, intentará ahondar las divisiones en la clase obrera a partir de su muy marcada estratificación, enfrentar trabajadores con desocupados, cooptar a los punteros que administran subsidios y manipulan a sectores marginalizados, aguardar y alentar el agravamiento de la ya muy visible descomposición interna del peronismo y ganar ideológica y políticamente a las clases medias. Para eso deberá entre otras muchas cosas manejar la suba de precios, ya con signos de descontrol. Pero, sobre todo, deberá neutraliza cualquier posibilidad de organización política de masas de los trabajadores y sus aliados del campo y la ciudad.
Sólo en ese punto Macri estaría en condiciones de aplicar en Argentina y América Latina la estrategia enarbolada por Aznar y Uribe, trazada en última instancia en lóbregos subsuelos del Departamento de Estado.
Nuestra caracterización del nuevo Presidente no responde a súbitos ataques de histeria por perder alguna canonjía. Mucho menos a la defensa del elenco en retirada. Una cosa es conocer y precisar las determinaciones ideológicas del titular de un gobierno y otra muy diferente confundir esas pulsiones con la naturaleza del régimen que encabeza. Incluso alguien de otro liderazgo, por ejemplo Juan Perón, adecuó de manera drástica sus posicionamiento ideológico a la realidad que lo catapultó al poder. La concepción metafísica llevó en aquel entonces al PC a sumarse a la Unión Democrática para «evitar el triunfo del fascismo». Tres cuartos de siglos después, ni el más impenitente gorila calificaría a los gobiernos de Perón como fascistas. El gabinete designado por Macri indica que se propone ser el Perón de las clases medias. ¿Puede esto llevar al fascismo? En teoría sí. Pero aunque lo crean -en esto idénticos al gobierno saliente- no juegan solos en el ajedrez nacional. Ese resultado depende de que genuinos revolucionarios sean o no capaces de cumplir su tarea, organizar la unidad de las masas oprimidas y ganar a las clases medias. Un desafío sin respuesta todavía.
Alertamos en su momento sobre los planes de Macri. En diciembre de 2012, en un artículo titulado «Fascismo iberoamericano», informábamos acerca del plan del Partido Popular español y su líder, José Aznar, de extender el PP -ya instalado a escala europea- hasta conformar un Partido Popular Internacional. Lo denominamos Internacional Parda. El responsable de armar la estructura en América Latina era José Ramón García Hernández. El punto de referencia regional era Álvaro Uribe. En la empresa colaboraron individuos tales como Jesús Montaner y Mario Vargas Llosa entre otros habituales amigos de la CIA. Desde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires actuó Mauricio Macri.
La operación falló, pese a ingentes esfuerzos y promocionadas reuniones que tuvieron, además, el apoyo de la Fundación Libertad de Rosario y hasta el visto bueno de las autoridades de esa ciudad santafesina. No hay PPI. Como tampoco hay V Internacional: la fuerza disgregadora provocada por los espasmos del capitalismo continúa impidiendo realineamientos estratégicos.
El eslabón nonato de la Internacional Parda en Argentina dio un giro inesperado por todos, excepto por los titiriteros de Washington. Inopinadamente Elisa Carrió rompió el frente socialdemócrata y arrastró a su parte mayor hacia una alianza con Macri.
Para pensar en la posibilidad de una victoria de semejante ensamblaje era necesario saber qué pasaba en el subsuelo de la política argentina. Pocos dieron prueba de conocerlo. Por eso corresponde alertar ahora acerca de un dato que puede llevar a confusión: el derrotado Daniel Scioli ganó más de diez puntos en los últimos días de campaña gracias a dos factores: éxito en identificar en ciertas áreas medias a Macri con Menem y Cavallo; colaboración militante de la iglesia en la provincia de Buenos Aires (el 25 de octubre había hecho lo contrario, por indicación de Francisco, para que perdiera Aníbal Fernández, candidato de la Presidente).
Dicho de otro modo: el rechazo a la política oficial y el panorama actual es muy superior a los votos obtenidos por Macri. Éste ha anunciado ya que seguirá, al menos por seis meses, con los «precios cuidados», el «todo en 12 cuotas» y algunos subsidios. En pocos días anunciará un «plan de desarrollo» de neto corte keynesiano. Es improbable que desde el gran capital se pongan palos en esta rueda: así piensan ganar la adhesión de esa amplia franja que a última hora decidió por Scioli.
También Macri ganó un adicional en el último tramo: sus asesores y su principal aliado, la socialdemocracia, le indicaron que atacara a Venezuela y anunciara un giro proestadounidense de la política exterior. Un sector intoxicado de las clases medias tragó el anzuelo. No es un dato menor que el primer paso en esta dirección, la cláusula democrática contra Venezuela, termine frustrado.
Todo el arco antimperialista en Argentina debería aunarse en un frente único para defender la Revolución Bolivaria, comenzando por una intensa campaña de difusión y esclarecimiento sobre la verdad de Venezuela.
Otra cuestión, ya de carácter interno, será comprender que sólo un drástico cambio en las concepciones que llevaron a una estrategia de acumulación electoral o de convergencia in extremis con Scioli puede permitir un reagrupamiento capaz de frenar los planes imperiales. Ellos pretenden responder con el fascismo a la crisis del capitalismo en nuestro país. Sólo una estrategia de masas por el socialismo puede evitarlo.
Buenos Aires, 26 de noviembre de 2015