Julio C. Gambina
Tras un año de elecciones, finalmente se develó la incógnita para el nuevo turno presidencial desde el 10/12/2015: Mauricio Macri fue electo por el voto de 12.903.301 personas, un 51,40% de votantes, contra 12.198.441, un 48,60% del oficialista Daniel Scioli. La diferencia son 704.860 votos, un 2,80%. Los votos en blanco, nulos, recurridos o impugnados fueron 636,818, un escaso 2,47%. Son datos relativos al 99,17% de las mesas escrutadas[1] con más de 80% de votantes sobre el padrón electoral.
Se trata de un final reñido para un nuevo ciclo de disputa política en la Argentina. El resultado confirma nuestra tesis relativa a las novedades políticas en la Argentina desde la crisis del 2001. El bipartidismo tradicional entre peronistas (PJ) y radicales (UCR) cedió lugar a las nuevas identidades que disputaron el balotaje reciente, con coaliciones que en magnitudes diversas contienen a peronistas y radicales, entre otras identidades políticas vigentes en la Argentina. Macrismo y kirchnerismo son la novedad política de estos años.
Macrismo
Macri organizó su partido en estos últimos 10 años, el PRO, con aportes sustanciales de cuadros y votos provenientes del peronismo e incluso, aunque menos, radicales y de otras tradiciones políticas y de la gestión empresarial. Esa fue la base para dos periodos de gobierno en la ciudad capital de la Argentina (2007-2011 y 2011-2015) y asegurar un próximo tercer mandato liderado por su colaborador más inmediato. Supo en el último tiempo organizar una coalición, CAMBIEMOS, aprovechando la dilatada estructura radical, presente en prácticamente todo el país y favorecer la supervivencia del viejo partido de Irigoyen, que ahora acumula unos cuantos legisladores, intendentes y gobernadores, cuando parecía desaparecido de la escena política.
El PRO presenta ahora a sus principales cuadros al frente de la gestión del distrito nacional, la ciudad capital del país y la Provincia de Buenos Aires, expresión de un 37/38% de la economía, la población y el peso electoral, que además, fue la gran novedad en la elección de octubre al desplazar al oficialismo, favorito en todas las encuestas y análisis político. Se trata de un peso importante en la disputa por la hegemonía política y en la capacidad de consolidar poder territorial propio para nacionalizar una fuerza surgida desde la Ciudad de Buenos Aires.
Los votos propios logrados por el PRO son el 25% aportado en las primarias (agosto del 2015), en las que su coalición, CAMBIEMOS, consiguió el 30%; extendido a 35% en las elecciones generales de octubre (25/10) y logrando el 51,40% en el balotaje (22/11). El candidato tiene tradición en la derecha política y expresa por primera vez en la historia reciente (1983-2015) incluso más atrás, la emergencia de un partido de derecha con votos en la disputa institucional. La mayoría de sus votantes no son propios y difícilmente pueda considerarse a la mitad de sus votantes como de derecha, aunque constituyen una base masiva para construir consenso al proyecto de restauración conservadora.
Kirchnerismo
El kirchnerismo emerge como versión renovada del peronismo en 2003 y con capacidad de incorporar a sectores políticos con identidad a la izquierda del peronismo, con atracción de intelectuales y jóvenes, especialmente sobre fines del primer mandato de Néstor Kirchner (2003-2007). El kirchnerismo no es necesariamente peronismo, tal como lo fue el menemismo, sino que constituyó el intento de construir un proyecto transversal con capacidad de actuar sobre diversas organizaciones sociales y políticas para extender su base social.
Tres periodos de gobierno (2003-2007; 2007-2011; 2011-2015) y una importante votación e imagen de Cristina Fernández da cuenta de la eficacia en la construcción de consenso de estos años, favorecidos por una coyuntura internacional de alza de precios internacionales de las comodities, especialmente de la soja y la minería que abonaron una política social masiva que atendió la demanda de ingresos de millones de personas. Los principales logros sobre los que construyó el consenso se sustenta en la política social aludida; la posición asumida en las relaciones internacionales, orientadas hacia la región latinoamericana y caribeña, coronada en 2005 en la Cumbre de Presidentes de las Américas realizadas en Mar del Plata; que en convergencia con la Cumbre de los Pueblos, se impidió el resurgimiento de la agenda por el ALCA que pregonaba el presidente de EEUU en ese tiempo; y en una política de DDHH, especialmente concentrada en la memoria relativa a los años de la dictadura genocida (1976-1983), la anulación de las leyes de la impunidad y el aliento a los juicios a los genocidas.
La falencia en la construcción de poder propio está clara en el estilo de gestión kirchnerista, que impidió asegurar la continuidad del ciclo. El candidato seleccionado para la disputa electoral nunca satisfizo a los núcleos militantes del oficialismo y solo se sostuvo por las mediciones de consenso electoral provistas por las consultoras de opinión y la decisión de la presidente. El kirchnerismo no pudo gestar en 12 años una línea de cuadros para la sucesión, ni mostró capacidad, más allá de organizar fuerza propia, para disputar consenso en la organización del movimiento social, ni entre los trabajadores, ni en los territorios, los establecimientos educativos o diversas expresiones de la organicidad popular. El extendido vínculo del consenso se procesaba entre el liderazgo de Néstor y Cristina con sus adherentes, dando cuenta de una falencia en la construcción de mediaciones de poder en el movimiento popular. De aquí surgen las incógnitas del futuro cercano del kirchnerismo, ya que la base de poder devino de las posiciones en la gestión del Estado.
Peronismo
Hay peronismo en la coalición que lidera Macri. Existe peronismo en el kirchnerismo, y también están los peronistas disidentes, liderados por la coalición entre Sergio Massa y José Manuel De la Sota, quienes colectaron el tercer lugar en la elección general de octubre pasado y con 5,5 millones de votos. Un caudal que mayoritariamente optó por Macri, con señales orientadoras en ese sentido de los principales líderes.
Luego de la muerte de Perón en 1974 habiendo legado su proyecto al Pueblo, el peronismo fue derrotado a la salida de la dictadura por Raúl Alfonsín (1983-1989) y resurgió con proyecto reaccionario con Carlos Menem entre 1989 y 1999 para consolidar los cambios estructurales regresivos imaginados en tiempos dictatoriales (1976-1983). El proyecto del terrorismo de Estado fue posible luego, desde el consenso logrado por el peronismo (menemismo) en el gobierno. Se destaca en este sentido la afirmación del modelo productivo y de desarrollo subordinado a la dominación de las transnacionales de origen extranjero, la exacerbación del extractivismo para la exportación y la profundización de la dependencia y la especulación con eje en el endeudamiento público y la fuga de capitales.
De la mano del peronismo llega Néstor Kirchner al gobierno y construye su propio poder más allá del peronismo. Ello genera las disidencias que habilitan a pensar en una nueva ronda de disputa por el liderazgo de la identidad peronista. Ya dijimos que buena parte de los votantes de Macri provienen del peronismo, aunque la disputa por el legado peronista se procesará entre el kirchnerismo y los gobernadores de esa tradición y muy especialmente por la alianza entre Massa y De la Sota.
Es probable también que el macrismo dispute una transversalidad corrida a la derecha para captar dirigentes y referentes del peronismo y otras identidades políticas.
¿Por qué ganó Macri?
Mucho del voto en el balotaje fue en contra. Contra Macri se votó, en buena parte, a Scioli. Contra el kirchnerismo, o contra Cristina Fernández, muchos votaron a Macri. Esta opción fue más fuerte y sobre 7,5 millones de votos hacia otros candidatos en octubre pasado, Macri colectó 4,5 millones y Scioli 3 millones. La lógica del balotaje es la opción entre uno y otro, y así se percibió por 25 millones de electores y un escaso voto blanco, nulo o recurrido.
El voto castigo es la primera explicación que puede encontrarse, aunque el consenso del oficialismo es amplio, no solo por la votación (48,60%) sino por la elevada imagen positiva con que deja el gobierno Cristina Fernández luego de 12 años.
Ya mencionamos que el candidato oficialista no fue el mejor y no tenía grandes diferencias con Macri, ni por su origen empresario, su inicio en la política de la mano de Menem y una gestión de la Provincia de Buenos Aires por dos periodos (ídem Macri en la Ciudad de Buenos Aires) y con resultados no muy distintos en salud, educación, seguridad, inseguridad, entre otros aspectos.
La evolución de la economía, especialmente desde el 2011, con el 54% de apoyo electoral al segundo periodo de Cristina Fernández, no tuvo los mejores datos. La crisis mundial golpeó con bajas de los precios internacionales. La inflación se elevó considerablemente afectando los ingresos populares. Las reservas internacionales, de un máximo de 52.000 millones de dólares en 2011 se redujeron a la mitad en el presente, explicado por la fuga de capitales y la cancelación de una deuda que hipoteca y condiciona el presente y futuro del país, junto a una sentencia en firme en EEUU para cancelar 100% de la deuda de inversores no ingresados al canje de deuda del 2005 y 2010, los fondos buitres. El empleo dejo de crecer y la caída de la producción industrial puso en evidencia los límites del proceso de producción fabril, reducido a una armaduría dependiente de insumos extranjeros, especialmente con déficit energético.
Ni la política, ni la economía fueron datos favorables para un cuarto periodo de gestión kirchnerista. El resultado se sustentó en la oferta de «cambio» propuesta por Macri, quien licuó su programa tradicional haciéndola más amigable a varios proyectos del gobierno kirchneristas. Todo parecía que la oferta era cambiar el estilo de gestión, aunque se reconoce que el espectro intelectual profesional detrás del futuro presidente supone la restauración de un programa más favorable a las clases dominantes.
Un elemento destacable fue el papel de los medios favorables a la oposición que instalaron un sentido común de crítica a la gestión del gobierno. A su vez, la prensa oficialista no pudo superar el estilo de propaganda orientada hacia los convencidos, sin asumir una mínima crítica a las políticas oficiales y eludiendo los descontentos sobre el candidato y la campaña oficialista.
El carácter contrario al proceso de cambio latinoamericano en la prensa hegemónica organizada desde monopolios privados de comunicación propagandizó una crítica al ciclo inaugurado desde la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y otros procesos regionales que intentaron el aliento a una integración no subordinada. La prensa instaló con éxito la crítica a la experiencia venezolana e identificó la propuesta de la revolución bolivariana con el destino del gobierno kirchnerista, cuando nunca éste asumió el proyecto anticapitalista formulado desde Caracas.
Primeros mensajes
Reorientar la política internacional, con iniciativas contra Venezuela e Irán, promoviendo nuevas y renovadas relaciones con China y especialmente con EEUU. Se trata de un mensaje claro de alineamiento con el programa liberalizador que sustenta el imperialismo y las clases dominantes, empujando desde el Mercosur el acercamiento con la Alianza del Pacífico.
Las designaciones en el Gabinete no tienen sorpresas, salvo la continuidad del Ministro de Ciencia y Tecnología que acompañó a Cristina Fernández en sus dos periodos de Gobierno. El elenco de gobierno son profesionales y políticos de concepción neoliberal y con orientación a promover la iniciativa privada, el acceso de inversiones externas y la reinserción de la Argentina en el sistema financiero mundial. Buena parte de los funcionarios del nuevo gobierno tienen curriculum en empresas privadas.
El mensaje cuidadoso en la campaña electoral puede continuar en la primera parte de la gestión, aunque la anunciada unificación del tipo de cambio (devaluación de la moneda) puede impactar no solo en cambios de los precios relativos, sino en la percepción de la población sobre el sentido de la política de la nueva gestión presidencial. Es algo que se hará visible en los próximos días, luego de la asunción el 10 de diciembre.
Los mercados respondieron al estímulo de un gobierno pro mercado y en estos primeros días se mostraron al alza e incluso con tomas de ganancias en el corto plazo, dando cuenta de una sensibilidad para la especulación pro capitalista.
Para pensar
El cuadro descripto es de crisis del sistema político, con emergencia de nuevos actores que disputan la identidad del pueblo argentino; con el macrismo pretendiendo una transversalidad hacia la derecha. Al mismo tiempo habilita a pensar en la posibilidad de construir alternativa política popular. Es algo no logrado desde la crisis del 2001; especialmente cruzado por la emergencia del kirchnerismo y su transversalidad hacia la izquierda. El desafío se suscita en la potencialidad de construir alternativa política para impedir la restauración e ir más allá de lo posible que permite el orden capitalista contemporáneo en proceso de crisis mundial.
Se requiere caracterizar adecuadamente el momento actual, que no es el retorno liso y llano a los 90´; sino una propuesta de modernizar el proyecto político de las clases dominantes, que por primera vez accede al gobierno con el consenso de los votos.
En la reelección de Menem en 1995 existió consenso al proceso de reestructuración regresivo desplegado en el primer mandato entre 1989 y 1995. No es lo que ocurre ahora, con una mayoría lograda como voto castigo al gobierno. No hay mandato explícito para la restauración de los 90´ aunque el gobierno sustentará su programa liberalizador en el apoyo electoral.
Baja estas condiciones es que se requiere pensar críticamente la realidad y proponer una perspectiva de emancipación social más allá del régimen del capital.