Cuando un tipo de izquierda se niega a escuchar otras voces de izquierda. Cuando un tipo de izquierda es gobierno y sólo admite en su fuero aquellas voces que le son favorables y/o funcionales a su proyecto; entonces esa izquierda en el gobierno puede terminar mal. Esto lo digo en razón del reciente caso argentino. Otras voces no oficiales de la izquierda argentina (aquellas izquierdas están fuera de la órbita de gobierno), advirtieron desatinos, contradicciones mayúsculas, tropelías de variada índole, torsiones hacia el lado reaccionario y conservador (ello sin señalar las jugosas contrataciones con Monsanto y otras empresas transnacionales), entre otras desviaciones y yerros. Entonces, los avances sociales y políticos se pierden ante el «reverdecer» de la derecha más reaccionaria ahora devenida gobierno por la fuerza del voto popular. Sí, el voto popular, pues en Argentina, al igual que en Venezuela, para ganar es necesario tener el apoyo de las clases populares, por lo menos su voto.

Sería propicio hacer una lectura a contra mano; señalar, por ejemplo, que hubo un trasvase de votos significativo hacia la derecha, y que apenas cuatro años antes ese mismo pueblo argentino que votaba entusiastamente por Cristina Fernández de Kirchner, ahora decidió dar un viraje importante y votar por uno de los representante más fidedigno de las corporaciones y del capitalismo latinoamericano: Mauricio Macri. No es un dato menor. Esa lectura a contra mano nos invita a indagar sobre algunas cuestiones: ¿Qué condiciones materiales y simbólicas hicieron posible la emergencia de la derecha más recalcitrante en Argentina? Pensar que fue un asunto de «manipulación mediática», tal y como dejó entrever Víctor Hugo Morales en Telesur el mismo 22 de noviembre luego de los resultados, es pensar cortamente; es, de alguna forma, escurrir el bulto de la culpa. Ello implica no admitir fallas sustantivas; al parecer, más fácil es «echarle» el muerto a la falta de consciencia del pueblo que votó por la derecha. Esas posiciones chirles y justificativas, son un acto de soberbia gubernamental.

En ese orden, veo que en declaraciones de algunos voceros de las izquierdas en gobiernos latinoamericanos dicen, y cito: «…ahora van por Brasil y por Venezuela». Despojado de inocencias me interrogo: ¿Quién o quiénes vienen por Brasil y Venezuela? Pongo las cosas en perspectiva. En Venezuela habrá próximamente unas elecciones parlamentarias. En caso de ganar los factores pro gobiernos, entonces tendríamos que decir que se le estaría dando un decidido respaldo a las políticas del presidente Maduro. Ahora bien, ¿y si no es así? Si, SUPONGAMOS, el voto favorece a la opción de la MUD, ¿qué podría decir la izquierda pro gobierno derrotada en esas elecciones? Sería interesante escuchar las declaratorias públicas.

Me pregunto: ¿Se tomará el mismo testigo discursivo de la izquierda pro gobierno derrotada en argentina: «manipulación mediática, ganaron las corporaciones»? ¿Qué hay con aquella conseja de Fidel a Chávez: «Chávez, en Venezuela no puede haber 4 millones de oligarcas»? Tampoco hay 7 millones de oligarcas, eso haciendo lectura de las elecciones presidenciales de 2013, donde la oposición sacó 300 mil votos menos que el Gobierno. Lo que creo es que hay un cierto facilismo en los análisis, pero también observo soberbia en los factores del Gobierno que no son capaces de reconocer sus grandes errores.

Lo interesante de todo esto es que el Gobierno nacional hace alarde de sus victorias electorales por doquier (ha ganado 19 de 20 elecciones). Ha hecho apología al voto, a los procesos electorales, a la transparencia del CNE… ajá, pero si los resultados electorales del 6-D no le son favorables, entonces a quién le echará la culpa. ¿Hará por fin el Gobierno el tan esperado mea culpa? Amanecerá y veremos. Lo cierto es que en 2009, José Vicente Rangel escribió en Aporrea un artículo intitulado elocuentemente así: ¿Cinco millones de oligarcas? (http://www.aporrea.org/actualidad/a73509.html). En él, el periodista hace una lectura interesante de las elecciones del 15-F para la aprobación o no de la reforma constitucional, misma que finalmente fue improbada por el voto popular. Pero dejaré que JVR hable por sí mismo:

«Para Chávez y el chavismo esos cinco millones de venezolanos que votaron por el No -un millón más que cuando Fidel hizo la reflexión-, son un desafío en el sentido democrático del término. Las opciones ante el fenómeno serían desestimar ese caudal apreciable de votantes y darle respuestas irracionales, o analizar el porqué de su volumen y, sobre todo, de su crecimiento en zonas populares».

Más adelante, continúa el veterano periodista:

«Chávez siempre insiste en la necesidad de no ser triunfalistas. En efecto, no hay que ser triunfalistas porque la vida cobra esa actitud. Si no se fue triunfalista en el proceso electoral de la enmienda, menos hay que ser después. El adversario consolidó espacios y profundizó su presencia en sectores populares y resulta obvio preguntar: ¿a qué obedeció el hecho, o para descifrarlo habrá que esperar a que el antichavismo se convierta en ganador? La pregunta es pertinente y en el chavismo tiene que existir interés en responderla.»

Repregunto yo: ¿se ha hecho esa pregunta el chavismo últimamente? Creo que no. Hay algo que está haciendo cortocircuito. Hay unas voces que no se escuchan. Hay un pueblo que no sale en VTV. Hay unas denuncias que no son investigadas. Hay unos casos de corrupción que aún esperan por ser resueltos… ¿cómo es que se llama el Contralor? Lo peor para un Gobierno soberbio es enfrascarse en su propia soberbia, sentirse cómodo allí donde abundan los adulantes de todo tipo. Ser incapaz de revisarse, rectificarse y reimpulsarse (¿no recuerdo bien dónde fue que escuché estas tres palabras?).

Lo cierto es que en la actualidad hay un integrante menos de la izquierda en el tablero político latinoamericano. Lo cierto es que opciones políticas de izquierda fueron desoídas allá en el cono sur; opciones con tradición y trabajo militante de años (Partido Obrero, el Partido de los Trabajadores Socialistas e Izquierda Socialista, entre otras agrupaciones más pequeñas pero igualmente luchadoras). Ya el resultado se dio. Mal pudiera alguien decir: SE LOS DIJE. Ojalá ese no sea el escenario venezolano; pero todo luce tan confuso, tan complejo. Lo que sí es cierto es que hay una cierta «primavera de derecha» que está tomando auge; Colombia, Argentina, Perú, Paraguay y una Uruguay de Tabaré Vásquez medio guabinoso, dan margen para pensar en que hay una recomposición político-social de este lado del continente. Habrá que esperar las elecciones del 6-D para establecer los respectivos análisis.