Por: Hernán Brienza-Tiempo Argentino
Y un día la derecha liberal ganó elecciones. Y lo hizo limpiamente, sin demasiadas mañas ni trucos, diciendo lo que va a ser y lo que no va a hacer; con sus economistas pandilleros, sus recortadores de salarios seriales y sus elegantes hombres de Cultura, los mismos que celebraron irónica y públicamente el bombardeo de Plaza de Mayo de 1955, por el que murieron más de 300 personas.
Y dicen reconocerse «frondicistas» en homenaje al hombre del desarrollismo post peronista. Y allí conviene hacer un alto en el camino. ¿Por qué los hombres y mujeres del Liberalismo Conservador clásico deciden reivindicar a un radical intransigente –progresista– que pactó con Juan Domingo Perón para llegar al poder, que murió siendo aliado estratégico del Justicialismo y que los propios liberales pretorianos jaquearon con una cincuentena de planteos militares hasta, finalmente, derrocarlo?
¿A qué Arturo Frondizi recuperan? ¿Al que apretado por los militares debió poner a Álvaro Alsogaray como ministro de Economía contra su propia voluntad? ¿Al que dio el puntapié inicial a la Doctrina de la Seguridad Nacional exportado por Estados Unidos para combatir a las izquierdas latinoamericanas? ¿El que creó el Plan Conintes (Plan de Conmoción Interna del Estado) y permitió a las Fuerzas Armadas reprimir las huelgas obreras como las de los frigoríficos y mataderos en 1959?
El Macrismo, a la que ya catalogué como «Progresismo de Derecha» necesita construir una continuidad histórica digna. No puede hacerlo con los noventa (1989-2001) –aunque sus principales figuras los Cavallo Boys Carlos Melconián, Alfonso Prat Gay, Adolfo Sturzenegger, Patricia Bullrich, entre otros hayan militados en aquellas huestes empobrecedoras– porque todos los argentinos recordamos el desierto tártaro que dejó esa experiencia.
Tampoco, por obvias razones –y esto es una victoria cultural de la democracia– tampoco pueden recuperan las «hazañas» de la dictadura cívico-militar ni de la sarcásticamente autodenominada «Revolución Libertadora». Entonces pretenden construir una operación cultural en la que se constituya al Macrismo como heredero directo del Desarrollismo.
Si la derecha fuera lúcida en este país, el Desarrollismo sería una de las continuaciones lógicas de cualquier proceso Peronista, entendido como momento mercado internista de distribución de la riqueza y de instalación o recuperación del aparato industrial básico.
El Propio Perón –cuya lucidez es reconocida por todos los sectores políticos– comprendió que el proceso industrial encontraba un tope en la dificultad de exportación y en la demanda de insumos externos que debía importar, lo que generaba una dificultad en el mercado interno.
Las leyes de Inversión Extranjera, el Congreso de la Productividad y los contratos petroleros con empresas norteamericanas son una demostración de que el propio líder del nacionalismo popular reconocía las propias limitaciones del capitalismo vernáculo.
El problema es que la derecha nunca ha sido lúcida y en los últimos 150 años, en vez de integración, homogeneización y pacto –elementos de cualquier proceso civilizatorio (Norbert Elías)– sólo ha propuesto a los sectores populares represión, sometimiento y pobreza. Y, claro, diseñar políticas a medida de los intereses de los grupos económicos concentrados y del litoral pampeano.
Y un día el Peronismo –como en 1983 y 1999– perdió una elección presidencial. Nada tiene de bueno la derrota. No sólo por la pérdida de la capacidad para diseñar políticas públicas, no sólo por la imposibilidad de defender intereses sectoriales hacia el interior de la economía nacional sino también, una cuestión de realpolitik, por la pérdida de recursos para contener a miles de cuadros y militantes políticos que quedarán a la intemperie y verán como «miles de cuadros y militantes políticos» de la derecha serán los beneficiados de los incentivos particulares que ofrece el Estado.
En los próximos meses –esto ya se visualiza en las redes– el peronismo cometerá el error de pasarse facturas internas y autodestrozarse públicamente. La Liga de Gobernadores, la CGT, el Aparato Bonaerense, las agrupaciones políticas y el Kirchnerismo serán los protagonistas de esa tonta contienda. La caza de «mariscales de la derrota» ha comenzado y nadie tiene la honestidad intelectual de no decir «la culpa es del otro». Nadie en su sano juicio puede pensar que la derrota electoral se produjo por culpa exclusiva de la Cámpora, de la presidenta, de la calidad del candidato, del hartazgo del Pejotismo. Las causas son multivariadas y deben ser analizadas puertas adentro y con madurez política. Sólo con un debate descarnado interno, el Peronismo podrá procesar y estructurar un buen plan hacia el 2017. Eso requiere inteligencia, honestidad y, sobre todo, generosidad de las partes, cualidades tan difíciles de encontrar en la política criolla como lucidez en la derecha avarienta.
Un último párrafo se merece la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. De buenas a primera se convirtió para algunos sectores internos del Peronismo es la responsable de todos los males. Lo más curioso del asunto es que cuánto más aduladores han sido durante estos últimos años, más oportunistas y más rateros, más implacables son ahora con la líder del Kirchnerismo. Incluso, en los últimos días he leído a un historiador ex Troskista-Romerista devenido en Revisionista entre gallos y medianoche hablar de «la traición de Cristina». Si hay miseria que no se note, decía mi abuela Emilia.
Intentar castigar hoy, con la derrota aún caliente, a Cristina, a Daniel Scioli, a cualquiera que haya visto menguado su poder, es típico de caranchos. Pero atacar a la presidenta es de mediocres; sobre todo si no lo hicieron con anterioridad.
Cristina Fernández de Kirchner –dicho esto a menos de 12 días de que haya dejado el poder- es la presidenta más importante de los últimos sesenta años. Con sus errores, con sus aciertos, con su visión estratégica, con su impronta ideológica, con su coraje personal ha inspirado a millones de argentinos a ser mejores desde una militancia y una participación política sui generis.
Cristina ha sido durante estos años una gran inspiradora, y su práctica política ha dado sentido a generaciones y generaciones que o han vuelto a la política tras la desastrosa derrota de los años setenta, o tras el cinismo destructor del neoliberalismo o han amanecido a la militancia desde una juventud arrolladora. Cristina ha llevado adelante un impulso transformador –es cierto que con cierto ímpetu jacobino– que ningún otro presidente se animó a realizar: la ha emprendido contra el machismo, contra la discriminación, contra la homofobia, ha intentado reconstruir lazos de solidaridad social, reconstituir el tejido de la nacionalidad, se paró con valentía frente a los poderes reales de la Argentina –los exportadores, el Poder Judicial, los Medios de Comunicación–, practicó con dignidad las relaciones exteriores. Es muchísimo más de lo que puede encontrarse en la colección de presidentes que hemos tenido en las últimas décadas.
Yo que he tenido algunas dudas en el 2007, y las he escrito, antes de que asumiera, hoy que deja el gobierno, tengo una gran certeza: Cristina entrará en la historia por una puerta inmensa. Hoy que da más rédito desembarazarse del Kirchnerismo, a mí me parece más noble, recordar aquel mandato que rezaba «es de bien nacido ser agradecido».
Los argentinos no le debemos nada a la presidenta de la Nación, ella ha actuado de acuerdo a sus convicciones políticas. Y esa es su mayor virtud. Por eso es que no hay que solamente agradecer sino acompañar con convicción política a que ella entre en la historia con felicidad. Y, claro, con esa misma fortaleza hacer lo que sea necesario para que vuelva, cuando estén dadas las circunstancias y si ella quiere volver. «
Fuente: http://tiempo.infonews.com/nota/196970