Luis Bruschtein

 

En mayo o abril, un dirigente KX convocará a la gente a las calles de Buenos Aires, a armar barricadas y a incendiar comercios. Al segundo día ya no dirá que es para que bajen los precios del colectivo o de la leche, sino que la movilización y las barricadas son por tiempo indeterminado, hasta que caiga el gobierno. Encima habrá francotiradores que dispararán contra las personas que traten de desarmar las barricadas. Finalmente al no lograr que se sume la población, la protesta se agota después de dejar más de cuarenta muertos. Entonces Macri presidente encarcelará al dirigente KX y lo juzgará por incitar a la violencia. Cambie Buenos Aires por Caracas, saque Macri y ponga Nicolás Maduro y reemplace KX por Leopoldo López. Macri tendría que meter preso a Leopoldo López.

López no es un preso político como plantea Mauricio Macri. Trató de destituir a un presidente constitucional cuando todavía ni siquiera había pasado un año de las elecciones. Los llamados de López a cometer esos desmanes en los que murieron 43 personas y dejaron más de 800 heridos fueron públicos y están absolutamente comprobados en grabaciones, tuits y mensajes de texto, más testimonios de algunos de los detenidos. Otros opositores, como Luis Henrique Capriles prefirieron tomar distancia de la revuelta. El plan de López era denominado “La Salida” y procuraba, con incendiarios y francotiradores en la calles de Caracas, la salida del presidente constitucional de Venezuela, Nicolás Maduro. Los 43 muertos ni siquiera son de los revoltosos. La prensa internacional, que ha hecho una campaña desmesurada contra Maduro por la situación de López, esconde que todas las víctimas fueron policías y ciudadanos que trataron de sacar las barricadas o que simplemente pasaban por la zona donde actuaron los francotiradores de la oposición. Los venezolanos denominan guarimbas a las barricadas. La Comisión de Familiares de Víctimas de las Guarimbas es la que ha pedido que se realice el juicio contra López, hijo de una de las familias más poderosas de Venezuela. Ni siquiera la sospechosa deserción de un fiscal que huyó a Miami puede ocultar la responsabilidad de López en los desmanes. Aunque ahora pida la libertad de López, el mismo Capriles hizo llamados al orden mientras López incitaba a los hechos de violencia.

López no es un preso político, fue condenado por provocar esos desmanes. Tampoco tiene que ver con la democracia porque López intentaba deponer a un presidente que había asumido hacía menos de un año tras imponerse en elecciones limpias. Nadie pudo cuestionar la transparencia de esas elecciones que habían sido rigurosamente controladas por veedores de todas partes. Y mucho menos es aplicable a Venezuela la cláusula democrática del Mercosur, justamente porque no se ha producido ninguna alteración institucional. Para que se aplique esa cláusula, la ruptura institucional no tiene que ser una “interpretación”, como la que plantea Macri, sino un hecho concreto, como fueron las destituciones de Fernando Lugo en Paraguay y de Manuel Zelaya en Honduras.

Cualquiera puede pensar lo que quiera de la política venezolana, pero en las declaraciones de Mauricio Macri, es lo que menos importa. Ni presos políticos ni cláusula democrática, lo que está en el centro de esas declaraciones es la intención de que Argentina vuelva a funcionar como un peón de la estrategia de Washington para la región. Implica al mismo tiempo volver a ideologizar las relaciones exteriores al estilo menemista. Como en aquella época, la estrategia de hacerle los mandados a la potencia del Norte se basa en la creencia de que así provocará una ola de inversiones cosa que nunca ocurrió porque en pleno auge de esa sumisión “carnal” la inmensa mayoría de los capitales se radicaron en Brasil. Es más, muchas de esas inversiones se fueron de la Argentina hacia Brasil.

Hay una sintonía entre esa idea y la conformación del gabinete con economistas neoliberales relacionados con la banca nacional e internacional. Ni siquiera provienen, como en otros casos, del seno de la Unión Industrial. Puede parecer un detalle, pero la mirada económica desde la banca es más oportunista que productivista, tiende a pensar más en la ideología de la economía que en el negocio y se inclina más por los gestos y la franela, que por las condiciones comerciales concretas. Han sido gerentes de bancos transnacionales o tienen consultoras que trabajan para ellos. Cada deuda que contraten tendrá consecuencias personales para ellos directas o indirectas. Si Macri quiso proyectar una imagen desarrollista a través del solo nombre de Rogelio Frigerio, el gabinete económico tiene más tufillo financiero que industrial. No hay un solo economista en el gabinete vinculado a la producción. Más que el nombre, Rogelio Frigerio no tiene nada que ver con su abuelo homónimo, un economista de formación marxista, influenciado por los enfoques de la Cepal y creador del desarrollismo. El actual Frigerio fue discípulo, en cambio, del ex ministro menemista Roque Fernández, connotado Chicago Boy.

Por su composición, aparece como un gabinete más orientado a diseñar políticas monetarias y de endeudamiento que a pensar en la producción. Los economistas más vinculados a la industria, incluso a la de capital más concentrado, han ido abandonando las posiciones más ortodoxas y esquemáticas del neoliberalismo para encarar otro tipo de opciones más complejas que Macri evidentemente no tiene intenciones de promover. Desde ese punto de vista es un gabinete anacrónico que sigue viendo al mercado como un ser mitológico y preanuncia con carteles de neón una fuerte movida monetaria y negociaciones concesivas sobre deuda, ya sea con los fondos buitre o con los organismos financieros internacionales. Desde ese lugar no les preocupa que el Estado se desfinancie y no pueda intervenir en los procesos económicos más que a favor de los más poderosos que en esas condiciones son los únicos que pueden inclinar la balanza a su favor.

De todos modos el gobierno de Mauricio Macri no tendrá un escenario muy favorable. Macri perdió en la primera vuelta y ganó la segunda con apenas dos puntos por encima de Daniel Scioli. Prácticamente es el país dividido en dos mitades y por más heterogéneas que sean esas mitades están expresando el trazo grueso de una realidad. La suya es una ventaja que puede perder al primer paso en falso. Aunque ahora la mayoría de los jueces y los medios concentrados de comunicación sean oficialistas, la tendencia al revanchismo lo pondría en la cuerda floja. Laura Alonso ha defendido al gobierno del PRO de todas las denuncias de corrupción que se le hicieron, desde las que se cometieron con la pauta publicitaria –incluyendo la que le tocó a Niembro– hasta la siempre altamente rentable relación del constructor Nicolás Caputo con el gobierno de la ciudad, o la banda de espías que ya estaba a punto de ser incorporada a la cúpula de la policía porteña por la cual está procesado el mismo Macri. Esa parcialidad le resta autoridad moral para estar en la Oficina Anticorrupción. Allí tendría que haber alguien que puede ser del PRO, pero tiene que ser insospechable para las dos mitades, y no es el caso.

En estos doce años no hubo hechos graves de violencia política pese a que la mitad que pasa a la oposición ha sido insultada y despreciada en forma permanente por la otra mitad que antes era oposición y ahora pasa al oficialismo, una acción que contó con el poderoso amplificador de los medios concentrados. Esa mitad soportó insultos y desprecios sin violencia ni reacciones revanchistas porque sentía la responsabilidad del gobierno. Ahora pasará a la oposición, no tendrá ese compromiso y estará muy sensibilizada frente los insultos y provocaciones que los grandes medios han naturalizado escondiendo la violencia que encierran. Violencia es decirle yegua o loca a una mujer o ladrón a cualquiera o choripanero a los humildes en forma permanente, lo cual ha sido una constante en una oposición que ha sido incapaz de reconocer su mala leche cuando denunció fraudes potenciales en las elecciones. Si Macri busca justificar las medidas económicas antipopulares de su gobierno con los “horrores” del kirchnerismo, estará calentando una olla a presión. El gobierno de Cristina Kirchner termina sin grandes altibajos que impacten en la población. Han sido doce años en los que se fue de menos a más. Si Macri cambia esa ecuación y va a menos, con medidas que afecten salario, trabajo o educación, será su única responsabilidad, no hay excusas en el pasado.