Guillermo Almeyra
La Jornada

El 25 de este mes Argentina elegirá su próximo presidente y sus nuevas cámaras de Diputados y Senadores. Los candidatos con mayores posibilidades de éxito son Daniel Scioli, ex campeón mundial de motonáutica, ex vicepresidente de Néstor Kirchner y actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, que encabeza la fórmula del peronista Frente para la Victoria, y Mauricio Macri, ex gobernador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, multimillonario proimperialista. Ambos son conservadores en diferentes grados, ambos son bien vistos por la asociación de los industriales, la Unión Industrial Argentina (UIA), y por los medios de información más reaccionarios (que, al mismo tiempo, temen la ignorancia e ineptitud de Macri, aunque lo promuevan, así como el pasado de sumisión al kirchnerismo de Scioli).

Ninguno de los dos, sin embargo, es kirchnerista y los kirchneristas reales, como Estela de Carlotto, la presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, han propuesto que Scioli sea presidente de transición por cuatro años entre el actual mandato de Cristina Fernández de Kirchner y una futura tercera presidencia de la misma en 2019, cosa que de inmediato Scioli rechazó indignado.

Scioli, en el caso de que gane ya en la primera vuelta (necesita 40 por ciento de los votos y una diferencia de 10 por ciento sobre el segundo o 45 puntos, y una encuesta en la provincia de Buenos Aires –que tiene el 38 por ciento de los electores– le daba hace dos meses 45.2 de los votos contra 25.7 de Macri), con el sistema argentino, que es presidencialista, tendrá el control del gobierno que el kirchnerismo quiere acotar.

Actualmente cuenta con el apoyo del aparato justicialista (peronista) formado por los alcaldes y otros barones municipales de la provincia de Buenos Aires y por los millonarios y corruptos burócratas sindicales al servicio del gobierno y que mantienen el control de sus sindicatos gracias a las prebendas de aquél y a la represión del aparato oficial a las tendencias democráticas. Si llegase a ganar en primera vuelta, ese aparato de inmediato le rendirá pleitesía, dejando al kirchnerismo posiciones marginales en las cámaras.

Macri, por su parte, salvo en la ciudad de Buenos Aires, en la que es ampliamente mayoritario, depende en el resto del país sobre todo de alianzas con algunos de los restos de la derecha de la Unión Cívica Radical, partido liberal formado en 1890, y de residuos de otras agrupaciones de centroderecha o de derecha que, en la primera vuelta, votarán por sus respectivos candidatos y sólo en un eventual ballotaje podrían sufragar por un hombre que hace lo que le dicta la embajada estadunidense.

Como el gobierno de Cristina Fernández, buscando apoyos en los medios empresariales, elabora leyes contra las manifestaciones, a las que reprime, y cuenta entre sus sindicalistas de confianza a miembros del Servicio de Inteligencia de la dictadura, como el dirigente del sindicato de la construcción Gerardo Martínez, las movilizaciones obreras y populares actuales no son numerosas. La clase obrera es el convidado de piedra en las elecciones, en las que se limita a esperar que el inevitable cambio económico sea lo menos dañino posible. Porque tanto Scioli como Macri tienen en su programa el endeudamiento externo y una devaluación del peso (en distinto grado y de distinto modo) como respuesta a la gravísima crisis de Brasil, la escasez de dólares y la caída brutal de los precios de las materias primas. Además, no tendrán mayoría absoluta en las Cámaras y serán inestables.

Ante el hecho de que los partidos izquierdistas tradicionales optan por uno u otro frente capitalista (un sector socialista y el Partido Comunista están en las listas del Frente para la Victoria, mientras la mayoría del Partido Socialista está con los soyeros y la derecha proimperialista), la única alternativa electoral es el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), que se opone a las políticas antiobreras de ambos reagrupamientos capitalistas. Como la tasa de explotación aumentará y al mismo tiempo caerá la esperanza en un gobierno progresista, el conflicto social será más agudo y la izquierda tendrá mejores perspectivas.

El FIT está creciendo y ha incorporado otros sectores de la izquierda anticapitalista que eran abstencionistas y ha tenido buenos resultados en las últimas elecciones provinciales; es posible, por lo tanto, que obtenga nuevos diputados nacionales. Eso sería un gran progreso y garantizaría posiciones de lucha en las instituciones. Pero sus ilusiones sobre el fin del kirchnerismo y el apoyo masivo de amplios sectores obreros son desmentidas por la polarización entre macrismo y justicialismo y por la sensación en vastos sectores populares de que es mejor lo malo conocido que lo pésimo que podría venir, lo que los hace tratar de conservar un gobierno peronista.

Scioli perdió sin embargo el apoyo de vastos sectores. Los miembros de Carta Abierta –intelectuales kirchneristas– no saben cómo justificar su voto por un conservador al que combatieron y que hará lo contrario de la política kirchnerista. Pero ese descontento se reflejará en las próximas luchas sociales, no en las elecciones. Además, la publicidad del FIT se limita a presentar los candidatos con una gran foto y sólo una frase que dice por un diputado de izquierda y el nombre del propuesto, sin una sola idea programática que apele a la inteligencia de los electores. O, en el mejor de los casos, sólo dice que el candidato del FIT apoyará las luchas sociales. Este obrerismo elemental no prepara la evolución de las conciencias hacia el anticapitalismo y, por lo tanto, no modifica la intención de voto conservadora de quienes votarán Scioli por temor a un salto al vacío ni tampoco prepara a los trabajadores para las próximas y pésimas condiciones sociales y económicas.