Salvador González Briceño

 

Como los ladrones: en secreto, o a oscuras. Esa es la estrategia para negociar acuerdos —o tratados— de “libre comercio”. Ya sabemos que de “libres” no tienen ni jota. Porque se hacen a espaldas de la sociedad y no solo de las asociaciones civiles, sobre todo de los trabajadores, de los productores del campo y la ciudad, incluso hasta de los exportadores —salvo de aquellos sectores afines a los políticos/negociadores de dichos tratados—, o cuando se trata de filiales de matrices, de las multinacionales de los países centrales.

Como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que engulló a México al “norte” del Continente, para retirarlo del “SUR” (con la promesa de Carlos Salinas de volverlo país del “primer mundo”), resultó un fiasco. No hay balances “positivos”, salvo para los más ricos, para el resto los logros están vedados. Hasta para aquellos empresarios que están ligados con el sector exportador, de ahí para abajo está el tiradero, una economía de desastres. Y si no, que lo digan todos los sectores económicos, incluidos los empresarios. Pobre México.

Es decir, que con la culminación de las negociaciones de este lunes 5 de octubre 2015, se abren los procedimientos para lo que sigue: los procesos legislativos para la aprobación del llamado Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (ATP, o TPP), que se ha venido trabajando en secreto por representantes de 12 países, entre ellos México, como son: Australia, Canadá, Chile, Brunéi, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam, comandados todos por los Estados Unidos de América (EUA).

Pues sí. Con TPP, que será firmado hacia el 2016 por los presidentes de los países suscriptores y entraría en vigor en 2018, se pretende un mercado del 40% del PIB mundial, 25% del valor de las exportaciones globales, 11% de la población del planeta, 799 millones de consumidores. Gran proeza.

El problema es que, como el TLCAN, el TPP —lo mismo los TTIP o TISA, entre EUA y Europa— no rendirá frutos para los países socios o subordinados. Porque EUA se vuelve a imponer. EUA lleva el mando. Es un instrumento más de la geopolítica de y para el más fuerte. En otras palabras: los beneficios serán solo para las empresas estadounidenses, las farmacéuticas entre ellas. Porque EUA lleva la delantera, comanda, controla y gana.

Porque para EUA no hay acuerdo sin ventajas, como el TLCAN. No hay tal “libre comercio”, es vil proteccionismo. No hay tales “ventajas de inversión y empleo” para los participantes. El pacto rompe barreras comerciales, impone normas laborales y ambientales y protege la “propiedad intelectual” de las corporaciones multinacionales. ¿De quién? Las estadounidenses. Lo contrario no existe.

Por eso mismo Barack Obama se apresuró a declarar que, una vez suscrito el TPP “China ya no dictará las reglas de la economía global”. Más eso es una falacia. EUA no podrá contener la dinámica productiva ni comercial china con acuerdos comerciales como éste, porque el saldo sería el mismo que el cerco a Rusia desde el viejo continente: dañino para la propia economía europea. Es, entonces, un acuerdo más de la geopolítica del fraude.

Las pruebas, en cuanto a la negociación y a los temas tan secretos como el oráculo. Hace tres meses, en julio de 2015, el portal WikiLeaks publicó la carta que da cuenta de los alcances del TPP de una reunión “ministerial” de diciembre 2013, donde se afirma que se trata de una “estrategia de privatización y globalización de amplio alcance”. Pues el acuerdo pretende “restringir severamente a las empresas estatales”. Y a las “extranjeras” se les daría “pie para demandar a las empresas estatales en los tribunales nacionales”, conforme a las restricciones del TPP, u otros que países igualmente podrán demandar a otros del TPP o a empresas privadas de dichos países.

¿Cómo le irá a Vietnam que utiliza a un gran número de empresas estatales, cuando las mismas siguen cumpliendo funciones públicas vitales? No obstante, el consenso es que unos cuantos corporativos son los que han tenido acceso a un texto tan comprometedor que lo mantienen oculto del resto de la sociedad de los 12 países participantes. Las personas de a pie son quienes saldrán como los principales afectados.

El “libre comercio” del TPP implica poner reglas tipo OMC con respecto a “las subvenciones que afectan el comercio de mercancías”; es decir, pagos por afectaciones o trabas impuestas a los corporativos. Mismas reglas sobre el apoyo de los gobiernos a las empresas estatales que afecten el comercio exterior y/o a la competencia entre paraestatales e inversiones en una parte de su actividad, como bienes y servicios. Reglas u obligaciones para los gobiernos que tengan una pizca de intenciones de protestar o proteger a las propias empresas estatales de la incidencia o competencia de las empresas privadas de los países participantes.

Para México, el TPP no es más que una profundización de impactos tipo TLCAN. Y otros países deberán tener presente el efecto que ha causado el dominio y subordinación que sobre la economía mexicana tienen la estadounidense y la canadiense. Sobre todo la primera, sin olvidar el fuerte impacto y deterioro que han tenido, por ejemplo, las empresas mineras canadienses en el país. Botón de muestra para que los pueblos exijan ser informados abierta y transparentemente del tipo de “acuerdo” que se está acordando en la sombra.

Aun así, los gobernantes mexicanos presumen que al país le irá bien porque el acuerdo “abre oportunidades de negocio para el sector productivo en seis mercados de Asia-Pacifico”, o que llegará inversión y eso generará más empleos bien remunerados para los trabajadores, cuando esa falacia/promesa no se ha vuelto realidad en ningún momento desde la entrada en vigor del TLCAN en enero de 1994, ¡hace 21 años y nada!

Del presiente Obama, que de aprobarse el TPP obtendrá un triunfo antes de irse el año entrante del poder, es dable que se exprese —pero no creíble— en el sentido de pretender “contener” a China. “No podemos permitir que países como China escriban las reglas de la economía global. Nosotros debemos escribir esas reglas, abriendo nuevos mercados a los productores estadounidenses, estableciendo altos estándares para la protección de los trabajadores y preservando nuestro medio ambiente”.

Pero Obama parece ignorar que su discurso es tan viejo como el siglo pasado, o cuando el unilateralismo estaba en vigor; pero no ahora. China no escribe las reglas, pero las ejerce a pie juntillas. Obama olvida que tanto el control como las perversiones presentes en la economía mundial están en el sector financiero el verdadero regente de la globalización, y que por ello mismo los corporativos —a quienes va dirigido este mecanismo de librecambismo— no las tienen todas consigo. Que los mecanismos tradicionales como los tratados solo prolongan la agonía de los países más frágiles, porque se recargan sobre ellos los costos de las prolongadas crisis desbaratando lo que reste de actividad paraestatal, y transfiriendo riqueza hacia los todavía “centros del poder” económico.

Obama, ni los grandes magnates estadounidenses, tiene el control de los hilos que están a punto de reventar, como los problemas de sobreendeudamiento de los países “desarrollados”, la deflación (el efecto inflacionario a la inversa) que está secando o mantiene paralizadas a las economías —les alcanzó el bajo crecimiento que experimentó Japón durante dos décadas—, el eterno soporte de los bancos centrales de inflar burbujas para las fiestas de la Jauja del eterno reinado financiero —la llamada flexibilización cuantitativa—, los elevados impactos por la caída de los precios de energéticos como el petróleo y los elevados altibajos de los mercados, etcétera, fenómenos de los que EUA no tiene el control.

Y si hay una economía en el mercado mundial para enfrentar o porque no padece esos dilemas esa es la china. La estadounidense está, con los tratados, prorrateando los costos. Pobres de los países aliados que se la creen que es para su bienestar. Véanse en el espejo de México. Los pueblos tienen la palabra.