Uno se pregunta que si otros países logran levantarse y florecer, qué sucede con Guatemala que cada día se hunde en la miseria y la tragedia. No hay que pensarlo mucho la respuesta está ahí en el reflejo del espejo: somos nosotros. Nosotros como sociedad somos los causantes de su decadencia. Todos y cada uno de nosotros, aquí nadie se salva. 

 

Y  un ejemplo claro y reciente es el de la  tragedia de El Cambray. Gracias al oportunismo, a la eterna corrupción, a  nuestra insensibilidad y a la irresponsabilidad de autoridades incompetentes existen lugares como El Cambray que son inevitables y ahí sobreviven miles de familias marginadas. 

 

¿Cuántas familias viven en los vertederos? Sí, hablo de los basureros guatemaltecos, cuántas familias comen y se visten de la basura. Cuántas familias duermen entre basura. Cuántos niños crecen entre toneladas de basura. ¿A cuántas niñas violan y las hacen parir dentro de un basurero? ¿Y nosotros como sociedad? Bien, gracias.  Por qué a ellos somos incapaces de verlos. Tenemos la ineptitud y la desidia de no percibirlos y de ignorarlos. Y por si fuera poco la saña y el clasismo para segregarlos, para castigarlos doblemente con nuestra doble moral. Porque hay algo propio del pueblo guatemalteco y no es la solidaridad, es la doble moral y el alardear. 

 

Si de por sí con un sueldo básico es tan difícil la sobrevivencia,  lo que será para las familias que como toda  oportunidad de desarrollo tienen que pasarse el día entero de sol a sol buscando sustento entre toneladas de basura. Hay que imaginar el hedor, la contaminación, el desaliento  y la frustración de miles de guatemaltecos que nacen, crecen y mueren ahí a la vera de nuestra hipocresía e ingratitud. ¿Cuánto de responsabilidad tiene el gobierno, la impunidad del sistema y nuestra dejadez como sociedad para que Guatemala no florezca? Todos ponemos nuestra cuota para hundirla. 

 

Hemos imaginado cómo están de destrozadas las vértebras de un cargador de bultos, las pupilas de los jornaleros que cortan caña, ¿sus pulmones? ¿Cómo están las venas de las personas que trabajan en maquilas, todo el día de pie? ¿Cómo están las manos de los niños que pican piedra? ¿La garganta de los ayudantes de camioneta? ¿La espalda de  los albañiles? Esa otra Guatemala que fingimos no ver.   ¿Hemos imaginado a una niña, adolescente o mujer siendo violada por 40  hombres al día en un bar que cuenta con los permisos del clérigo, del gobierno y de nuestra doble moral? Imaginemos un solo día en su lugar.  Nosotras que somos mujeres que sabemos lo que es la menstruación, imaginemos a una niña a la que le hacen bajar la sangre que se revuelve con otra sangre cuando la violan. Un niño cuando es sodomizado. Y sucede todos los días a todas horas y lo sabemos, y lo ocultamos y lo dejamos pasar: oramos.  

 

Imaginemos vivir en una colonia sin agua potable y sin electricidad. Sin servicio de drenajes. Pues así viven miles de familias guatemaltecas en las periferias de la capital, ¿y qué es lo que hacemos? Estigmatizarlas, cerrarles las puertas, discriminarlas y mancillarlas con apelativos que muy bien corresponden a nuestra indolencia y falsedad.

 

Imaginemos el dolor del hambre, el frío, el dormir bajo la lluvia. Imaginemos la hambruna crónica. Caminar sin zapatos entre astillas. Esa otra  Guatemala existe, respira, se agobia, llora, es ultrajada frente a nuestro descaro.  El alud no debería llevarse a  los inocentes, debería llevarnos a nosotros por tibios. 

 

¿Nos hemos puesto a pensar por qué hay muchos que tuercen el camino y terminan en cárceles? No, no es por haraganes, es por el escarnio, la falta de oportunidades, la miseria, el hostigamiento; los aislamos. Los obligamos a migrar  y emprenden el peregrinaje hacia la muerte en la frontera. 

 

Guatemala es tan bella en flores de crisantemos, en cogollos de izotes, en flor de chipilín, en ocasos color flor de fuego, en las sonrisas de las crías de aldea,  en el olor a pino fresco y a ocote, en sus multiculturas, Guatemala es un poema; la desgracia somos nosotros que no  la meremos, que la hundimos cada día más.

 

A Guatemala le debemos una Revolución, un cambio de raíz. A Guatemala le debemos respeto, amor, reverencia y entrega. Y no cartelitos de colores, ni bronceadas de fin de semana y mucho menos fotografías de alardeos en redes sociales.  Guatemala necesita que la fe salga de la iglesia y del diezmo y se vuelva río, viento, hoguera:  rebeldía, libertad. 

 

A Guatemala se le tiene que amar con el alma,  con la vena y con lealtad. Para sacar adelante a Guatemala tenemos que encarar nuestros males: el clasismo, la arrogancia, la homofobia, el apocamiento. Pero qué va, “En mi país, qué tristeza/ la pobreza y el rencor. Dice mi padre que ya llegará/desde el fondo del tiempo otro tiempo/ y me dice que el sol brillará/sobre un pueblo que él sueña/labrando su verde solar. En mi país, que tristeza/la pobreza y el rencor.”

 

 

Ilka Oliva Corado.  @ilkaolivacorado.  Ilka.cronicas@gmail.com

Octubre 07 de 2015.

Estados Unidos. 

Blog de la autora: Crónicas de una Inquilina.