Sobre los resultados electorales
Al célebre lema del gatopardismo “que todo cambie para que todo siga igual” puede proponérsele una variación: la renovación de lo viejo ahuyenta la aparición de una genuina novedad.
Hubo un tiempo en que los dos partidos tradicionales se organizaron como la suma de múltiples microempresas electorales controladas por barones regionales. La reforma política de la década pasada introdujo la figura del umbral para obligar a que esas pequeñas colectividades se agruparan en grandes partidos con mayores identidades ideológicas, al menos en teoría. La reciente elección revela el fracaso de ese propósito. Hoy esos grandes partidos lucen como puras maquinarias electorales cuyo principal oficio es operar como fábricas de avales a gran escala. Con la posible excepción del Polo y el Centro Democrático los partidos no tienen ideologías definidas, su único propósito es la victoria electoral.
Aquí cabe la pregunta del viejo patriarca liberal ¿El poder para qué? Hoy el control del poder político está ligado a la captura de rentas, sobre todo a la obtención de los recursos de las regalías de las actividades extractivas y a los contratos del sector público, especialmente en materia de salud, infraestructura, saneamiento básico y programas focalizados como desayunos escolares.
Así el Estado deja de ser un espacio de administración de los negocios comunes de los ricos para convertirse en una fuente directa de riqueza. Tales rasgos pueden ayudar a entender una campaña electoral marcada por la pugnacidad, las reiteradas denuncias de fraude y el trasteo de votos o la manipulación de encuestas. En esta campaña se desdibujaron los partidos, desaparecieron las ideologías y fue más importante la movilización de maquinaria que la movilización de conciencias.
Algunas alianzas inesperadas permiten corroborar esta tesis. En Santander, Horacio Serpa apoyó a su otrora enemigo Didier Tavera. Rodrigo Lara y Carlos Fernando Galán, hijos de dos líderes asesinados por los cárteles del narcotráfico, avalaron a candidatos acusados de vínculos con el crimen organizado. Las alianzas estuvieron más marcadas por la conveniencia rentista que por la coincidencia política.
La vieja derecha y el nuevo despojo
El indiscutible ganador de la jornada es Germán Vargas Lleras quien controlará buena parte del poder político local. El vicepresidente tendría influencia directa en nueve de las gobernaciones electas: Cundinamarca, Antioquia, Huila, Guajira, Cesar, Magdalena, Sucre, Vaupés y Amazonas, y en las alcaldías de Bogotá, Cali y Barranquilla. Además es el señor y dueño de Cambio Radical, colectividad que tendrá la bancada más grande en el Concejo de Bogotá y que hoy se perfila como la fuerza política de mayor crecimiento a nivel nacional.
La victoria de Vargas Lleras es un juicio unánime, sin embargo tiende a soslayarse el modelo de acumulación de capital que promueve. Al ser el gestor de los grandes proyectos de infraestructura, el vicepresidente es el dueño de la chequera pública y el principal gerente del nuevo ordenamiento territorial a favor de los grandes negocios. Por su escritorio pasan las decisiones clave sobre carreteras, represas, puertos y otras megaobras. Para viabilizar tales proyectos Vargas Lleras cuenta con las herramientas jurídicas emanadas del Plan de Desarrollo, en especial los PINES (Planes de Interés Nacional y Estratégico) una figura que permitirá acelerar la ejecución de obras declaradas de interés público (aunque en realidad beneficien al capital privado) y permitan la expropiación administrativa (nombre técnico para el despojo legal) de propiedades urbanas y rurales.
Hoy Germán Vargas Lleras controla buena parte del poder político local, tiene injerencia directa sobre una porción importante de los recursos públicos y define las grandes megaobras impulsadas por el Estado colombiano. Además es el vicepresidente de la República y el favorito para ser el próximo Presidente.
El millonario y el gangster
Merece la pena, literalmente, indagar sobre un rasgo común de los nuevos mandatarios de las principales capitales del país. Peñalosa en Bogotá, Armitage en Cali, Hernández en Bucaramanga y Char en Barranquilla; ganaron las elecciones mostrándose o bien como empresarios o bien como gerentes, y no como políticos; aunque todos ellos sean parte del paisaje político habitual.
Armitage, Char y Hernández son tres millonarios que usaron su imagen empresarial para aparecer como alternativa viable ante la ciudadanía, mientras Peñalosa se catapultó por su imagen de gerente urbanista. Encontramos entonces un fenómeno muy curioso: los antipolíticos ya no son personajes que se muestran antisistémicos y luego se adaptan al sistema (como Lucho, Mockus, Apolinar o Fajardo), más bien son personajes abiertamente representativos de la economía y de la política dominante. Hoy en Colombia la alternativa a los políticos, son millonarios respaldados por los políticos.
El otro modelo de político victorioso es el gangster. Hablo del personaje señalado de tener vínculos con el crimen organizado, denunciado por columnistas y seguido de cerca por las ONG, pero cuyo ascenso nadie puede detener. Oneida Pinto en la Guajira, Nebio Echeverry en Guaviare, Didier Tavera en Santander, Rosa Cotes en Magdalena, Luis Pérez en Antioquia, Andrés Londoño en Cartago y Cesar Rojas en Cúcuta, son buenos ejemplos, pero el más representativo es el electo alcalde de Yopal, conocido como “John Calzones” quien celebró su victoria recluido en la cárcel modelo de Bogotá, sindicado de constructor pirata y enfrentando posibles acusaciones por narcotráfico.
En la política colombiana se cumple ese procedimiento dialéctico del teatro de Brecht donde el empresario se confunde con el ladrón y viceversa. Si en sus obras aparece “Mackie cuchillo” en la versión colombiana bien puede aparecer “John Calzones”.
La paz no apareció en la agenda
Se supone que las elecciones definirían a los gestores locales de un eventual posacuerdo de paz, pero en los debates casi no apareció este asunto, opacado por cuestiones como la movilidad, la seguridad o la corrupción. Cuando apareció el tema surgió en debates televisados a través de típicas preguntas efectistas carentes de profundidad como “¿Si usted fuera alcalde le daría un cargo de Secretario a Timochenko?”. Así la solución política al conflicto estuvo ausente de la mayoría de debates, o fue banalizada por los periodistas de ocasión.
El otro aspecto es aún más inquietante. Aunque se dice que el uribismo sale derrotado por sus malos resultados en Bogotá, Manizales, Medellín, Cundinamarca y Antioquia, algunas de sus victorias ocurren en lugares clave para un eventual acuerdo de paz. El Centro Democrático ganó las alcaldías de San Vicente del Caguán, Florencia, Leticia y Puerto Carreño, y se hizo a la Gobernación de Casanare. Tales administraciones serían claves en el posacuerdo pero serán agenciadas por individuos abiertamente hostiles al proceso de paz. A lo anterior se suma el consolidado poder de Vargas Lleras, cuyo silencio sobre la paz puede ser leída como una señal de hostilidad disimulada.
¿Nueva crisis de la izquierda?
Si los sectores de derecha lograron perfeccionar sus prácticas clientelistas habituales, o bien presentaron lo viejo con el empaque de lo nuevo, la izquierda fue víctima de su propio anquilosamiento. El Polo no obtuvo la alcaldía de Bogotá después de 12 años de gobiernos de izquierda, no disputó la administración de ninguna ciudad capital, ni gobernación de departamento.
Un indicador clave es la situación del Concejo de Bogotá. Los Verdes perdieron a figuras clave como Mafe Rojas, Roberto Saenz y Yesid García, lo que sugiere, ojalá me equivoque, una cierta derechización de ese partido. El Polo apenas consigue conservar sus concejales actuales sumando la entrada de Manuel Sarmiento, quien jugará un papel clave en la oposición a Peñalosa. La Unión Patriótica, a pesar de su campaña valiente y altiva, no alcanzó los votos necesarios para llegar al Concejo, y los Progresistas apenas lograron la curul de Hollman Morris. Las condiciones para la oposición parlamentaria distan de ser las mejores.
Sin embargo los sectores alternativos lograron victorias importantes en Putumayo, Boyacá, Nariño, Ibagué y Pasto. También se alcanzaron victorias en municipios donde se ha evidenciado fuerza social movilizadora, sobre todo campesina, como El Tarra (Norte de Santander), San Pablo, San Lorenzo y Samaniego (Nariño), para citar unos pocos ejemplos. Estos gobiernos tienen el reto de enfrentar una política nacional abiertamente hostil a los territorios y a las entidades territoriales, por eso deben estar muy cerca de movimientos sociales para defender las regiones. Si a propósito del MAS boliviano, Podemos, Syriza y otras formaciones se ha hablado de “partidos- movimiento”, no es descabellado hablar de “gobiernos locales-movimiento”, pero eso dependerá de la audacia de los gobernantes.
Para la izquierda colombiana estas son las elecciones más regresivas de la historia reciente. Es urgente un recambio de estrategia, de programa y de métodos de trabajo, máxime cuando el modelo a seguir en los últimos quince años, el de los gobiernos progresistas latinoamericanos, hoy parece seriamente amenazado por crisis variadas en unos casos y por giros a la derecha en otros.
Hoy, parafraseando a Julio Cortázar, nuestra verdad posible tiene que ser invención.